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Sus delgados dedos tocaron la pintura, sus manos temblaban

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Sus delgados dedos tocaron la pintura, sus manos temblaban. Apartó el último de sus cabellos, dejando un casto beso en el cuello.

Por primera vez puedo ver un poco de lo que ella es en relidad, de lo que podría ser.

Hay cosas que nunca serán dichas, aunque deba privarla de saber la verdad y la mantenga en una mentira. Porque no podría verla romperse, porque prefiero salvar su corazón y mantenerla feliz.

Se gira para mírame, me ve con ternura y algo que no logro descifrar, escucho su corazón latir acelerado, su respiración pausada. Acaricia mi rostro lentamente.

—Elijah—su suave voz llena un poco de mi alma.

Doy un rápido vistazo a sus labios rosados, quiero besarla. Besarla hasta unir todo en ella. Deja escapar un suspiro y dando un paso atrás.

Me gustaría decir que no me afecta como se reusa a mi tacto, pero la verdad es que algo en mi duele.

—Puedes venir las veces que quieras, al igual que al gimnasio—meto las manos en mis bolsillos—, también por toda la casa, todavía no puedes salir, pero creo que eso te dará más libertad.

Frunce el ceño sin mirarme, como si pensará en algo que la molestará.

—Este es el secuestro más raro—hace una mueca—. Aunque mejor que muchos otros.

Juega con las puntas de su cabello nerviosa, se ve tan hermosa. Veo las raíces de su cabello, oscuras.

—¿Por qué teñiste tu cabello?—pregunto curioso.

—Me gusta experimentar cosas nuevas—una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios—. No podía quedarme con las ganas de hacerlo, además, me quedo de maravilla.

—O sea que, ¿nunca te quedas con las ganas de hacer algo?—camino al otro lado de la habitación, recargandome en la pared.

—Nunca—se cruza de brazos—, siempre he hecho lo que quiero—arque una ceja—. Cuando quiero y donde quiero.

—¿Y qué hay de las órdenes, de las reglas?—sonrío—Porque las mías vas a seguirlas.

—Nunca—muerde su labio inferior—. No las de una bestia como tú.

Niego con la cabeza sin perder la sonrisa. Ella es justo lo que necesito, totalmente contraría, diferente.

Continúa viendo los cuadros, con algunos empezaba a hablar sobre lo que pensaba de ellos, de lo que transmitían, preguntaba cuánto tiempo me tomo hacerlos y hace cuánto lo hago. ¿Cómo te digo que llevo siglos pintando para ti? Que estuve a punto de rendirme hasta hace unos años.

Sus pasos son agraciados, como si de una danza refinada se tratara. Los gestos que hace cuando no logra entender alguno, las apenas visibles sonrisas y su mirada que por primera vez veo emocionada.

Revenge In RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora