26-Cap

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Narra Idor:

Esperaba con impaciencia descontrolada al amo, traía muchas novedades del castillo, novedades que le dejarían tan asombrado como nunca antes.

La espera me irrita, pero todo sea por servir a mi querido “amo”, la mansión estaba casi a oscuras, totalmente. Sólo unas pocas luces permanecían encendidas y él podía verlo todo desde su celda, a tenor de la luz que salía por las ventanas, dándole en el rostro entristecido y golpeado por los siglos, ¿qué celda sería específicamente?

Empezaba a llover con mucha fuerza, pero al amo no le importaba mojarse, menos cuando estaba torturando a sus esclavos.

No podía creerme que por fin, después de doscientos veintiún años, vengaría la muerte de mi querida niña, Gina Draculea. Y mucho menos entendía que todos y cada uno de mis pasos por detener a su asesino me llevarían a tener que colaborar con el “amo”, me acerque cuidadosamente a la ventana, inspeccioné con mi único ojo de color azul eléctrico lo fantasmagórica que podría llegar a ser ésta casa, observando la fachada de las otras torres desde mi punto, si no fuese por los focos de colores azulados, los más nuevos y amarillosos aquellos que parpadeaban, que aún así con esfuerzo la iluminaban.

El amo tenía que haber ganado mucho dinero a costa de las carnicerías lobunas y de los experimentos con científicos locos a los que sometía a tantos vampiros, aquellos miembros tenores del poderío nocturno.

En aquel momento, allí plantado, chorreando de pies a cabeza por la lluvia, podía observar como dañaba a uno de sus esclavos, tal vez, de seguro, el más poderoso de ellos, lo observó mientras soltaba una resonante carcajada al aire, la impotencia me golpeaba debido al no poder hacer nada.

Se dirigió a una mesa donde abundaban innumerables artilugios de tortura, cruces, cristales, plata, estacas, verbena.

Tomó unas largas y gruesas cuerdas, las untó con un extraño líquido amarillo, que podría jurar fuera verbena, colocando también numerosas estacas de gran filo en ellas, cogió las cuerdas rebosadas de estacas y se las entregó a él, mi hermano gemelo, Igor.

El esclavo las miró aterrorizado, más aún así, no cambio su postura ni sus frías palabras que podían cortar el aire con un simple suspiro. Aquellas estacas pinchaban, no, desgarraban.

El esclavo, por su parte, no dejó de mirarlo en ninguno de los tantos latigazos. Tenía la carne abierta. Los músculos de la espalda desgarrados, posiblemente también quemados debido a la verbena.

El césped del jardín trasero, inundado de sangre en donde se encontraba su cuerpo, chorreaba formando un charco largo y profundo en la tierra. Su mandíbula apretada y los ojos rojos de la ira y del dolor.

Se había clavado los colmillos en el labio inferior y tenía la boca manchada de su propia sangre.
El amo había oído el ruido de la cuerda y las estacas lacerando la piel blanquecina de su enemigo, cortando su espalda.

Amante de un Príncipe Oscuro (II Libro: Bilogía Amantes Siniestros)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora