Narra Serena:
Tengo la cabeza apoyada sobre su pecho, en una zona donde comienzo a trazar dibujos abstractos. Mi mejilla anida en el vello mullido de su esternón.
Jadeo, radiante, y reprimo el impulso de juntar mis labios a los suyos y besarle –síndrome de estocolmo– ¡genial! –inserto modo sarcástico– Estoy tumbada sobre él, recuperando el aliento.
Me acaricia el pelo, colocando un mechón rebelde tras mi oreja, me pasa la mano por la espalda, causándole a todo mi cuerpo exquisitas sensaciones, y me toca, mientras su respiración se va tranquilizando.
—Eres preciosa, de seguro siempre lo has sido… lo supe desde que bajaste de aquel avión… Serena…
Levanto la cabeza para mirarle con semblante escéptico, no puedo creer que halla dicho eso ¿en serio?
Él responde frunciendo el ceño e inmediatamente se sienta y, cogiéndome por sorpresa, me rodea con el brazo suavemente y me sujeta firme a la causa. Yo me aferro a sus bíceps. Oh… es un jodido dios griego… estamos frente a frente y no puedo evitar mirarle totalmente hipnotizada, parecía ida del planeta.
—Es verdad… Serena —repite con tono enfático.
—Y tú eres a veces extraordinariamente dulce, cuando no te comportas como hace dos días.
Y le beso con ternura.
Me levanta dulcemente para hacer que salga de él, y yo me estremezco. Se inclina hacia delante y me besa con suavidad.
Me acerca de golpe, juguetón y yo levanto los brazos, colocándolos
sobre sus hombros con las manos en su cabello rizado, y le miro con cierta ironía.—Eres mía, Serena… sólo mía… —repite, con un destello de posesión en la mirada.
—Sí, toda tuya —le tranquilizo sonriendo. ¿Qué diablos digo? –estocolmo– «mejor callate de una vez Serena, te gusta, le amas, admitelo» me restriega mi subconsciente y muy en el fondo sus palabras son acertadas. Le quiero, no, no, eso no, le amo. Desenfrenadamente.
Parece apaciguado, y yo me siento muy cómoda en su regazo, acostada en ésta cama a plena luz del día, juraría que fuese un sábado por la tarde, creo, desde que estoy en éste castillo he perdido la noción de los días, las horas, ya no sé nada… ¿Quién lo hubiera dicho? Terminé enamorada de éste monstruo, ¿quién se imaginaría que tras una apariencia tan morbosa se encontraba un dios griego tan divino? Definitivamente es un príncipe, mi príncipe oscuro. Sólo mío.
Mis dedos arden por tocarle. Aún después de nuestra desenfrenada lucha salvaje en la cama.
Arquea las cejas, intrigado, y la incertidumbre le hace pestañear. Yo froto mi nariz contra la suya.
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Amante de un Príncipe Oscuro (II Libro: Bilogía Amantes Siniestros)
VampireHay cicatrices que son algo más que una simple marca en la piel, o incluso en el alma. Lo que te llevó a conseguirla podría unirte a otra persona, quizás guiados por el mismo sufrimiento... uno reprimido en pedazos dentro de un pequeño rincón de tu...