IV

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Faltaban apenas unos minutos para despegar. Este no era mi primer vuelo, de hecho volar fue algo bastante frecuente en mi niñez. Era arrastrado de un lugar a otro por los Farben como si fuera una mascota molesta a la que desgraciadamente había que cuidar y alimentar. Sam, en cambio, estaba nerviosa y se aferraba a los apoyabrazos y mi mano con tal fuerza que sus uñas se marcaron en mi piel.

- Asumo que es tu primer vuelo. –dije ocultando el dolor que sentía en mi mano.

- Sí, se nota.?

- Se marca más bien. Te importaría no clavarme tus garras tan profundamente.?

- Lo siento.! Es que estoy muy nerviosa.

- Es solo un momento, carreteamos, nos elevamos, nivelamos, no nos estrellamos y listo.

- …eres un idiota.

- Cierto, pero soy tu idiota preferido. –sonreí.

- Por qué vibra tanto este trasto.?

- Están acelerando, deben llevar las turbinas al máximo para despegar. No te preocupes.

- Lo dices porque tú ya lo has pasado decenas de veces y no recuerdas la ansiedad de la primera vez que subiste a un avión.!

- Tienes razón. Déjame sentirla.

- Eh.?

- No te dejaré pasar por esta “agonía” tú sola, hazme sentir lo que sientes, comparte tus nervios conmigo. Seremos dos los locos aferrados al asiento.

- Lo dices en serio.?

- Por supuesto, lo que sea para hacerte sentir mejor.

Sam sonrió y me observó fijamente durante unos instantes, luego un escalofrío recorrió mi espalda y erizó el pelo de mi nuca. Sentí miedo y ansiedad, la adrenalina corría desbocada por mis venas y mi corazón estaba acelerado, tal como la primera vez que me senté en un avión. Presioné su mano no tan fuerte como ella mientras la azafata nos “tranquilizaba” indicando las salidas de emergencia y los procedimientos en caso de estrellarnos. Las turbinas llegaron al máximo, el avión arrancó de golpe pegándonos a los asientos mientras sentíamos las ruedas girar soportando el peso de la aeronave. Vibración, potencia, velocidad… silencio. Cuando despegamos nuestros cerebros quedaron en tierra, no éramos capaces de asimilar la sensación increíble de estar flotando. Es como subir o bajar en un ascensor muy rápido, la gravedad afecta de manera curiosa cada uno de tus órganos sobre todo el estómago y la cabeza. Una inclinación leve para entrar en curso, el lento ascenso hasta alcanzar la altura y velocidad crucero y ya todo había acabado. Era como estar en un tren atravesando las nubes a más de 800 kilómetros por hora y 12000 metros de altura. Sam soltó mi mano, se quitó el cinturón cuando lo indicaron y se levantó saliendo al pasillo del gigantesco avión. “Estoy volando… estoy volando.!”, exclamó como una chiquilla emocionada con su juguete favorito. Caminaba de un lado a otro, daba pequeños saltos, miraba por las ventanillas de los lugares vacíos y probaba los mandos del comodísimo y mullido asiento. Veía televisión, escuchaba música y jugábamos con los juegos de video provistos en la pantalla LCD del respaldo delantero. Por unos instantes la imaginé de pequeña y pensé “Así será nuestra hija: hermosa, alegre y curiosa.”

Al día siguiente aterrizamos en Düsseldorf, Sam llevaba consigo un diccionario alemán que había estado leyendo durante el viaje. Antes no comprendía una palabra del idioma, ahora era capaz de leer los carteles sin problemas. Al escucharme hablar a mí y el resto de las personas pudo también pronunciar y entender correctamente, cuando llegamos a casa conversábamos en un rudimentario alemán sin problemas. Algunas horas frente al televisor viendo programas y películas subtituladas le darían el suficiente vocabulario para desenvolverse sin mi ayuda. 

Crónicas de las sombras (Saga Ayden, parte III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora