El cansancio me golpeó ferozmente esa noche noqueándome casi de inmediato al tocar la almohada. Aún me dolían algunos de los golpes propinados por la vara de Erik y él todavía sentía el escozor de mis quemaduras pese a que Ayden nos hubiese sanado. “El cuerpo sana pero la mente recuerda.”, afirmó Karen al escuchar nuestras quejas.
Hailey había conseguido no solo detener el tiempo sino también avanzarlo y retrocederlo por breves instantes con la ayuda de Karen y mi padre. Podía llevar un tomate verde a la madurez e incluso pudrirlo para luego devolverlo a su inicial estado verde y lozano. Owen, en cambio, seguía siendo simplemente Owen, nuestro fiel y sensible “perro” cegatón. No había motivos por los cuales su don particular de la percepción no aumentase o diversificase y a él no parecía importarle en absoluto. Su ceguera fue tratada por ambas Allen sin mayor resultado que el de irritarle sus expresivos ojos color cielo, incapaces de ver pero receptores de múltiples miradas pues decían más que todas las palabras que cualquier boca pudiera pronunciar. El por qué Ayden no podía curar su mal, que él aseguraba ser producto de un accidente, continuaba siendo un misterio. Las únicas heridas que no podía sanar eran aquellas provocadas por la oscuridad pero Owen nunca la enfrentó. O al menos eso aseguraba.
Podía escuchar las voces y risas del resto desde nuestro cuarto mientras Hailey los entretenía con sus trucos vegetarianos hasta que repentinamente hubo algún tipo de discusión, luego silencio. Silencio y oscuridad.
Me levanté temprano en la mañana, el primer rayo de sol con suma precisión se instaló en mi ojo derecho. “Maldición.!”, protesté al incorporarme sabiendo que no lograría volver a dormirme. La respiración rítmica y pausada de Sam sonaba a mis espaldas. Su lado estaba fuera del alcance de cualquier rayo de luz solar. “Mañana corro la cama.”, dije desde el primer día hacía ya más de un mes.
El piso se sentía extraño, con otra textura. Todo se ve nebuloso. Froto mis ojos intentando aclarar la visión. Nada. Todo continúa ligeramente desenfocado. Al girar mi cabeza en dirección a la cama distingo un par de lentes sobre la mesa de luz. “Imposible. Ni Sam ni yo usamos lentes.”, dije antes de tomarlos e instintivamente colocármelos. Todo se enfocó de inmediato.
Recorrí con la mirada la habitación. No era la misma en la cual me dormí la noche anterior, el piso no era de madera, tampoco las paredes ni el rústico techo a media agua. No tenía recuerdo de haber estado allí pero a la vez me resultaba extrañamente familiar. Por la ventana veía otras casas, pavimento, autos, gente. Definitivamente no estaba en la casa de los Allen situada en la mitad de ninguna parte. La realidad era que no tenía idea de dónde estaba.
Fui hasta el baño, el cual se encontraba en suite con la habitación. Amplio, de tonos claros y prístino con una ligera fragancia a lavanda. Nunca emití opiniones sobre los baños pues no considero que sean lugares sobre los cuales opinar y en verdad paso poco tiempo en ellos, pero este en particular me agradaba en extremo. Había dos cepillos de dientes, un gran espejo, una enorme bañera con jacuzzi y sanitarios de un blanco inmaculado. Algunas plantas daban vida al lugar más allá de la calidez que emitían el sol y los colores reinantes.
Entré con paso dudoso y sin levantar la vista me situé frente al espejo, un objeto que rara vez utilizaba, temeroso de la imagen que me devolviera. Inhalé profundamente y levanté la vista fijándola en el gran trozo de vidrio.
Tuve que sostenerme del lavabo para no caerme de la sorpresa e impresión. La persona que me observaba era anciana, de escaso y blanco cabello, las arrugas que los años fueron dejando estaban presentes en su rostro y cuello. Llevaba unos lentes redondos que me recordaban a Harry Potter, o en este caso, más bien a su abuelo.
Ese anciano de rostro asombrado y asustado, era yo.
“Hailey.!”, pensé de inmediato, “Ha sido Hailey y sus condenados tomates.! Debe haberse excedido y nos afectó a todos.! Todos maduramos demasiado.!”, gruñí entre dientes.
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Crónicas de las sombras (Saga Ayden, parte III)
FantasyLa vida no ha sido sencilla para mí desde que tengo memoria. Mi niñez estuvo plagada de lujos y objetos pero ni una gota de afecto. Nunca me faltaron techo, ropa o alimento, lo cual es más de lo que muchos tuvieron, pero algo tan simple y gratis co...