XXVIII

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No pude evitar sobresaltarme esa noche en varias ocasiones. Mis pesadillas eran claros recuerdos de lo que Sam intentó borrar pero no logró completamente. Me despertaba con el sonido de mis huesos quebrándose, la imagen de ellos golpeándome hasta casi matarme y el beso de Owen y Sam en la foto del departamento de Ayden.

- Te encuentras bien.? –preguntó ella al ver que me incorporaba como un resorte por enésima vez.

- Tanto como puede estarlo alguien que volvió del infierno. –dije al frotarme la cara en un intento inútil de despejarme.

- Deberías hablar con Jay, creo que es el único que podría ayudarte.

- Está en mi lista de cosas por hacer antes de volverme loco.

- Es un poco tarde para eso. –sonrió.

- Falta poco para que amanezca, iré afuera. Será mejor que intentar inútilmente pegar un ojo y despertarte a cada rato.

- Iré contigo. –dijo al incorporarse.

- No, descansa. Hoy es el día que viene tu madre y sin duda tus habilidades serán necesarias para evitar un asesinato.

- Dudo que mi padre “muera” por segunda vez. Aparte mamá no lastimaría ni una mosca.

- A esta altura, nada me sorprende. –sonreí al besarla y dejar la habitación.

Faltaba cerca de una hora para que el sol asomase entre los pinos. No era la primera vez que contemplaba tan hermoso espectáculo, pero sí era la primera vez que lo hacía solo. Generalmente había sonidos durante la noche en el interior de la cabaña que acompañaban los del bosque: voces que aún conversaban, pasos en dirección de la cocina o los baños, risas, música muy suave y distante. Pero no esta noche. Ni siquiera los grillos me hacían compañía. De estar más oscuro hubiera temblado al recordar la total y completa soledad del vacío, el frío que solo el calor de los recuerdos puede entibiar.

El alba despuntó inundando el horizonte con sus tonos naranjas y ocres. Las criaturas nocturnas daban paso a las diurnas en la sabiduría de la naturaleza mientras yo, uno de los tantos caprichos de esa misma naturaleza, daba vuelta a mis pensamientos mientras jugueteaba haciendo flotar por el aire una pobre ardilla que osó estorbar mi amanecer. Estaba claro que la ardilla no sufría daño alguno, no soy de los que dañan seres por diversión, y hasta parecía sonreír cuando la acercaba a los frutos que tanto ansiaba para que los tomara, algo que a ella por mano propia le hubiera tomado un buen rato.

No tardó mucho en hacerse sentir el característico olor del desayuno preparado por los Allen y Jess. Claro que las siete y media de la mañana es una hora que pocos consideramos apropiada para levantarse mientras que otros la consideran madrugada y unos pocos, como Sophie y Sam, aberrantemente temprana para siquiera pensar en abrir un ojo.

No había distinguido la figura que se acercaba por el camino, estaba ocupado con mi ardilla voladora. “Sarah.?”, pensé, “Creí que llegaba al mediodía, supuestamente iríamos por ella.” Continué jugando con la ardilla aunque ya sin prestar demasiada atención lo que provocó varios impactos del roedor contra las ramas seguidos de claros chillidos de protesta.

La forma que se hacía presente cada vez más cerca no correspondía al recuerdo que tenía de Sarah May Lane. Esta era demasiado alta, demasiada corpulenta. Sarah era del estilo de Sam: estatura media, complexión delgada.

Al estar al alcance de la vista hubo dos cosas que disiparon mis dudas: sus ojos y su incipiente barba.

La ardilla calló al suelo en un gran “Pof!” tras lo cual vino una seguidilla de chillidos que sin duda se trataban de insultos a toda mi familia y descendientes conocidos y desconocidos.

Crónicas de las sombras (Saga Ayden, parte III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora