Los relojes lejanos en la unidad de psiquiatría seguían avanzando, yo contaba las horas que me quedaban de mis requeridas setenta y dos. Iba bien, pensé el “Día Tres”. Estaba calmado. Amigable. Dolorosamente normal. Y cuando otra psiquiatra llamada Dra. Kim se presentó como la directora de algún programa en algún lugar de Florida, yo respondí sus preguntas de la manera que ella esperaba:
–¿Has tenido problemas para dormir?
–Sí.
–¿Has estado teniendo pesadillas?
–Sí.
–¿Tienes problemas para concentrarte?
–A veces.
–¿Pierdes constantemente los estribos?
–De vez en cuando. Soy un adolescente normal, después de todo.
–¿Has estado experimentado pensamientos obsesivos sobre tu experiencia traumática?
–Claro.
–¿Tienes alguna fobia?
–¿No todos las tienen?
–¿Alguna vez has visto u escuchado a personas que no están allí?
–Algunas veces veo a mis amigos… pero sé que ellos no son reales –Tenía que dejarlo muy claro.
–¿Alguna vez has pensado en hacerte daño o hacérselo a los demás?
–Una vez. Pero yo nunca haría algo así.
Luego se marchó y fui a almorzar. No tenía mucha hambre, pero pensé que sería una buena idea comer de todos modos. Todo era parte del espectáculo.
El día se prolongó y cerca del final la Dra. Wells regresó. Me senté en una mesa en una zona común, tan claro e impersonal como cualquier sala de espera de cualquier hospital, pero con pequeñas mesas redondas con sillas alrededor. Dos niños de la edad de Meg jugaban a las damas. Yo dibujaba sobre un papel con crayones. No estaba orgulloso de aquello.
–Hola –dijo la doctora, inclinándose para ver mi dibujo.
–Hola, Dra. Wells –dije. Le di una enorme sonrisa y bajé mi crayón, sólo por ella.
–¿Cómo te estás sintiendo?
–Un poco nervioso –dije tímidamente. –Realmente extraño estar en casa. –Aparté la imagen que había estado dibujando, un árbol lleno de flores. Ella debería leer algo en él; los terapeutas leen algo en todo, y las personas normales aman los árboles.Asintió. –Entiendo.
Abrí mucho mis ojos. –¿Cree que pueda irme a casa?
–Claro.
–Quiero decir, hoy.
–Oh. Bueno. –Su ceño se frunció– No lo sé aún, para ser honesta.
–¿Es siquiera posible? –Mi voz inocente me estaba volviendo loco. La había usado más en estos días que en los últimos cinco años.
–Bueno, hay algunas posibilidades –dijo. –Podrías quedarte aquí para continuar con el tratamiento, o posiblemente ser transferido a otro centro hospitalario. O tus padres pueden decidir que un tratamiento en un centro residencial es el mejor lugar para ti, dado que eres un adolescente, la mayoría tiene programas de educación que te permitirá tener algunas clases a la vez que trabajas en grupo y terapias experimentales.
Residencial. Eso no me gustaba.
–O un programa ambulatorio podría ser la mejor opción…
–¿Ambulatorio?
Cuéntame más
–Hay programas de día para adolescentes que pasan por cosas difíciles, como tú.
Lo dudo.
–Se trabaja principalmente con consejeros y tus compañeros en la terapia de grupo, y en las terapias experienciales como arte y música, con un poco de tiempo dedicado a las tareas escolares, pero el enfoque es definitivamente el tratamiento. Y al final del día te vas a casa.
No era tan terrible. Al menos ahora sabía lo que podía esperar.
–O tus padres pueden decidir no hacer nada más que terapia. Nosotros haremos nuestra recomendación, pero en última instancia, depende de ellos. Tu madre deberá llegar pronto –dijo, mirando hacia los ascensores –¿Por qué no sigues dibujando esa linda imagen y hablamos otra vez cuando yo haya hablado con ella?
Asentí y sonreí. Sonreír era importante.
La doctora se fue entonces, y yo aún intentaba fingir estar mucho más alegre cuando me sobresaltó un golpecito en el hombro.
Me di la vuelta en la silla de plástico. Me encontré con una pequeña niña, quizás diez u once años, con un largo y enredado cabello rubio y con su dedo tímidamente colocando sobre la boca. Llevaba una camiseta blanca demasiado grande para ella sobre una falda azul con volantes a juego con un par de calcetines azules. Me pasó un pedazo de papel doblado con la mano libre.
Una hoja de papel para dibujar. Mis dedos identificaron la textura de inmediato, y mi corazón se aceleró mientras lo desdoblé, dejando al descubierto el dibujo que le di a Yibo, de él mismo,semanas atrás en Carden. Y en la parte trasera estaban sólo tres palabras, pero eran las palabras más bellas que había visto en mucho tiempo:
“Yo te creo”
Estaban escritas del puño y letra de Yibo, y mi corazón dio un vuelco cuando miré detrás de mí, esperando por el milagro de ver su rostro.
Pero no había nadie que no perteneciera a este lugar.
–¿De dónde lo conseguiste? –le pregunté a la chica.
Bajó la mirada al suelo de linóleo y se sonrojó. –Un chico lindo me lo dio.
Una sonrisa se formó en mis labios. –¿Dónde está él?
Señaló hacia el pasillo. Me levanté, dejando el estúpido árbol y mi dibujo en la mesa, y miré a mí alrededor con tranquilidad, a pesar de que quería salir corriendo. Uno de los terapeutas se sentó en una mesa para hablar con un chico que no dejaba de rascarse, y uno de los miembros del personal se encargaba de recepción. No había nada fuera de lo común, pero, obviamente, algo sí lo estaba. Caminé casualmente hacia los baños, estaban cerca del pasillo, cerca de los elevadores. Si no estaba aquí, no debía estar muy lejos.
Y justo antes de doblar la esquina, sentí una mano suavemente agarrar mi muñeca y jalarme hacia el baño. Supe que era él, incluso antes de ver su rostro.
Me encontré con sus ojos estudiándome. Mis ojos vagaron por la forma de su boca, siguiendo su curva y el final, como si él estuviera a punto de hablar. Y ese cabello, quería saltar a sus brazos y pasar mis dedos por su pelo. Quería aplastar mi boca contra esos labios.
Pero él colocó un largo dedo sobre mis labios antes de que yo pudiera decir una palabra.
–No tenemos mucho tiempo.
Su cercanía me llenó de calor. No podía creer que estuviera realmente aquí. Quería sentirlo más, sólo para asegurarme de que era él realmente.
Levanté una mano vacilante a su estrecha cintura. Sus músculos estaban tensos debajo de su delgada camisa de algodón.
Pero no me detuvo.
No puede evitar mi sonrisa. –¿Qué pasa contigo y los baños? –pregunté, observando sus ojos.
La esquina de su boca se curvó. –Esa es una pregunta justa. En mi defensa diré que parecen estar en todas partes.
Sonó divertido. Arrogante. Esa era la voz que yo necesitaba oír. Quizás no debería haberme preocupado. Quizás ambos estábamos bien.
–Dylan me contó lo que ocurrió –dijo entonces. Su tono cambió.Me encontré con sus ojos y vi lo que él sabía. Sabía lo que me pasó, por qué estaba aquí. Sabía lo que mi familia pensaba.
Sentí una oleada de calor debajo de mi piel, de su mirada o de vergüenza, no lo sabía. –¿Te dijo lo que yo… lo que dije?
Él me miró a través de las pestañas que enmarcaban sus ojos. –Sí.
–Jay está aquí –dije.
Su voz no fue alta, pero fue fuerte cuando habló: –Yo te creo.
No sabía cuánto necesitaba oír esas palabras hasta que él las dijo en voz alta.
–No puedo quedarme aquí mientras él está allí afuera…
–Estoy trabajando en eso –Miró la puerta.
Sabía que él no podía quedarse, pero no quería que se fuera.
–Yo también, creo… creo que hay una posibilidad de que mis padres puedan dejarme regresar a casa –dije, tratando de no sonar tan nervioso como me sentía– ¿Pero si ellos quieren que me quede? ¿Para mantenerme seguro?
–Yo no lo haría, si fuera ellos.
–¿Qué quieres decir?
–En cualquier momento…
Dos segundos más tarde, el sonido de una alarma llenó mis oídos.
–¿Qué hiciste? –dije por encima del ruido mientras retrocedía hacia la puerta del baño.
–La chica que te dio la nota.
–Sí…
–La pillé con la mirada fija en mi encendedor.
Parpadeé. –Le diste a una niña en una sala de psiquiatría, un encendedor.
Sus ojos se entrecerraron.–Parecía ser digna de confianza.
–Eres un enfermo –dije, pero sonreí.
–Nadie es perfecto. –Me sonrió de regreso.
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EVOLUCIÓN • [YIZHAN | SEGUNDA PARTE]
FanfictionDespués de perder a su mejor amiga, Xiao Zhan pensó que podría empezar de nuevo, pero cuando se mudó, jamás imaginó que su vida cambiaría tanto en tan poco tiempo. Creyó que podía huir de su pasado. Descubrirá que no puede. Pensaba que sus problemas...