ANTES

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ASIA.
PROVINCIA DESCONOCIDA.

El Hombre de Azul bajó la mirada hacia la niña mientras los caballos conducían el carruaje, levantando la tierra. –¿Cómo te llamas?

Ella lo miró fijamente.

–¿Me entiendes?

Asintió.

–No sé lo que tu guardián te haya dicho, pero por ahora estás bajo mi cuidado. Tendremos que darte un nombre.

La niña se mantuvo en silencio.

El Hombre de Azul dejó salir un pequeño suspiro. –Tenemos un gran trayecto frente a nosotros. ¿Te sientes bien?

Ella asintió nuevamente, y su viaje comenzó. Se sintió triste por dejar los barcos. Viajaron a pie y en elefante de vuelta al bosque, y aun así ya casi anochecía cuando llegaron a la aldea. La tierra debajo de sus pies se encontraba seca y el aire se hallaba en silencio y calmado. Olía a fuego; había muchas cabañas alrededor del terreno, pero ninguna persona.

–Entra –dijo el Hombre de Azul, y señaló una de las cabañas. Sus ojos luchaban contra la oscuridad.

Algo se movió cerca de ella; una figura emergió de la oscuridad. Sólo podía ver perfecta piel, suave y oscura unida a la ligera figura de una chica. Era más alta que la niña, pero no podía verle la cara. Mechones de cabello negro caían sin vida debajo de sus hombros.

–Hija –le dijo el Hombre de Azul a la chica que recién encontraron. –Tenemos una invitada.

La hija del Hombre de Azul caminó hasta la luz, y finalmente la niña pudo verla. No era demasiado atractiva, pero en su limpio rostro había una gentileza y calidez que la hacían bonita. Sonrió. La niña le sonrió de vuelta.

Entonces el Hombre de Azul descansó su mano sobre el hombro de su hija. –¿Dónde está madre?

–Una mujer entró en trabajo de parto.

El Hombre de Azul lucía confundido. –¿Quién?

La chica sacudió la cabeza. –Nadie de por aquí. Una extraña, el esposo vino por madre. Ella dijo que regresaría en cuanto pudiese.

Los ojos del Hombre de Azul se tensaron. –Debo hablar contigo –le dijo. Luego se giró hacia la niña. –Espera aquí. No vayas afuera. ¿Entiendes?

Ella asintió y  él guio a su hija fuera de la cabaña. Se escucharon murmullos, pero la niña no podía comprender las palabras. Momentos después, la chica volvió a entrar. Sola.

No habló. Al menos no al principio. Tomó un paso hacia la niña, y luego levantó sus palmas. La niña no se movió. Tomó otro paso, ahora lo suficientemente cerca como para poder captar su esencia, terrosa e intensa. En ese momento extendió su brazo, y la niña le permitió tocarla. Se acomodó en una esquina y la niña se sentó a su lado. La chica apretó a la niña contra sí con la familiaridad de alguien que sabía exactamente la manera en que encajaría. La menor se removió, intentando ponerse cómoda.

–No debes ir afuera –dijo, malinterpretando el movimiento.

La niña se congeló. –¿Por qué? –dijo.

–Entonces sí hablas –dijo la chica con una pequeña sonrisa. –No es seguro –añadió.

–Está demasiado callado todo.

–La gente está enferma. El sonido los lastima.

La menor no comprendía. –¿Por qué?

–¿Nunca has estado enferma?

EVOLUCIÓN • [YIZHAN | SEGUNDA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora