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–¿De qué estás hablando? –Mi voz tranquila. Temblorosa– Yo la tiré.

Él asintió. –Y luego te despertaste y te levantaste de la cama. No dijiste nada, así que supuse que fuiste por agua o algo, pero dados los recientes eventos, cuando no regresaste, te seguí. Saliste por la puerta trasera.

Dedos invisibles apretaron alrededor de mi garganta. –¿Por qué no me despertaste?

–Pensé que estabas despierto –dijo, su voz medida y uniforme. –Te pregunté qué hacías y me dijiste que cometiste un error, que tiraste algo que querías conservar. Parecías determinado en eso; caminaste afuera y te vi sacar la muñeca de la basura. Fuiste a tu cuarto y casi volvías a la cama cuando te sugerí que te lavaras las manos primero. Te reíste, lo hiciste, luego regresaste a la cama y te quedaste dormido. ¿No recuerdas nada de eso?

Negué con la cabeza porque no estaba seguro de poder hablar. Nada de esto me había pasado antes; tenía pesadillas, por supuesto, y me había desmayado antes, sí. Pero esto era nuevo.

Diferente.

Al igual que mi reflejo en el espejo.

Tragué con fuerza. –¿Me veo diferente para ti?

Su frente se arrugó. –¿Qué quieres decir?

–Esta mañana, después… después de que encontré la muñeca en mi cajón –le dije. Antes de que yo la pusiera allí, no lo dije. –Me miré en el espejo y me sentí como… como que me veía diferente. –Lo miré, preguntándome si él lo veía, pero sólo negó con la cabeza. –Mira otra vez –insistí.

Él tomó mi cara entre sus manos y luego me acercó. Tan cerca que podía ver las manchas y líneas en sus ojos mientras me estudiaba. Su mirada era penetrante. Perforante.

–¿Bien? –le pregunté en voz baja.
No dijo nada.

Porque yo tenía razón. –Tengo razón. ¿No?

Sus ojos se entrecerraron hasta que sólo pude ver ranuras negras. –No te ves diferente –dijo. –Sólo…

–Sólo diferente. –Me aparté. Me sentía frustrado. Ansioso. Miré en dirección a mi habitación, en dirección a la muñeca.

–Algo me está pasando, Yibo.

Él se encontraba inquietantemente en silencio.

Yibo sabía que me veía diferente. Sólo se negaba a decirlo. No sabía por qué y en este momento, no me importaba. Había una cosa en mi mente y sólo una cosa. –¿Dónde están tus llaves? –le dije.

–¿Por qué? –preguntó, alargando la palabra.

–Porque quiero quemar la muñeca.

Mis padres se desconcertarían si me vieran encender fuego en nuestro patio trasero y quemar la muñeca que había tenido desde bebé, así que necesitábamos otro lugar donde hacerlo.

–¿Tienes chimenea, verdad? –le pregunté mientras iba a la puerta principal.

–Varias, pero no podemos irnos.

Cerré mis ojos. –Meg. Demonios.

–Y tú. Si no estamos aquí cuando tus padres vuelvan, estoy seguro de que no necesito recordarte tu reciente estadía en el instituto psiquiátrico.

Como si pudiera olvidarlo.

Él pasó su mano por su mandíbula. –Ellos confían en mí aquí, con Meg, por una hora, tal vez. Pero no puedo sacarte solo.

–Así que estoy atrapado aquí indefinidamente.

–A menos que…

–¿A menos que?

EVOLUCIÓN • [YIZHAN | SEGUNDA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora