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Mi madre aún esperaba una respuesta a su pregunta, así que le di una. Sacudí mi cabeza con fiereza. –No.

Jay estaba vivo. No fue una alucinación. Estaba seguro.

Ella se sentó allí inmóvil por un latido demasiado largo. Entonces, finalmente, sonrió, pero no llegó a sus ojos.

–Dylan vino a verte –dijo y se puso de pie. Se inclinó para besar la coronilla de mi cabeza justo cuando la puerta se abrió, revelando a mi hermano mayor. Los dos intercambiaron una mirada, pero a medida que Dylan entró en la habitación enmascaró su preocupación.

Su espeso cabello negro estaba extrañamente desordenado y círculos oscuros rodeaban sus ojos. Me sonrió, demasiado normal, demasiado rápido, y se agachó para envolverme en un abrazo.

–Me alegra mucho que estés bien –dijo mientras me apretaba. Tampoco pude corresponderle el abrazo.

Luego me soltó y agregó demasiado a la ligera: –Y no puedo creer que tomaras mis llaves. ¿Dónde están mis llaves de la casa, por cierto?

Me frente se arrugó. –¿Qué?

–Mis llaves de la casa. Desaparecieron de mi llavero. Las cuales te llevaste antes de conducir mi auto a la estación de la policía.

–Oh. –No recordaba haberlas tomado, y mi memoria no recordaba que hice con ellas. –Lo siento.

–Está bien. No es como si fueras a meterte en algún problema o algo –dijo, entrecerrando los ojos en mi dirección.

–¿Qué estás haciendo? –le pregunté.

–Dándote mi mirada intimidatoria –contestó.

–Bueno, parece que estés teniendo un accidente cerebrovascular –dije, sin poder evitar mi sonrisa. Él me sonrió también. Esta vez fue real.

–Casi me da un ataque cuando a mamá casi le dio un ataque –dijo, su voz tranquila, seria. –Yo… me alegro de que estés bien.

Miré alrededor de la habitación. –Bien es un término relativo, creo.

–Buen punto.

–Me sorprende que te dejaran verme –dije. –Por la forma en que la psiquiatra actuaba, comenzaba a pensar que estaría encerrado bajo llave o algo así.

Dylan se encogió de hombros y cambió de postura, evidentemente incómodo.

Eso me puso cauteloso. –¿Qué?

Mordisqueó su labio.

–Dilo ya, Dylan.

–Se supone que tengo que convencerte de quedarte aquí.

Entrecerré mis ojos hacia él. –¿Por cuánto tiempo?

No contestó.

–¡¿Por cuánto tiempo?!

–Indefinidamente.

Mi rostro enrojeció. –¿Mamá no tuvo las agallas para decírmelo ella misma?

–Eso no es todo –dijo, sentándose en la silla al lado de la cama. –Piensa que no confías en ella.

–Ella es quien no confía en mí. No lo ha hecho desde… –Desde el derrumbe, casi dije. No terminé mi oración, pero a juzgar por la expresión de mi hermano,  no fue necesario –No cree nada de lo que digo –terminé. No tenía la intención de sonar infantil, pero no pude evitarlo. Medio esperé a que Dylan me llamara así, pero él solo me dio la misma mirada que siempre me daba. Era mi hermano. Mi mejor amigo. No había cambiado para él.

EVOLUCIÓN • [YIZHAN | SEGUNDA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora