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Yibo se levantó de repente y atravesó la habitación. Cerró su puerta mientras encontraba mi mirada.

–Arriesgado –dije.

Él estaba en silencio.

–¿Qué hay de nuestras madres? –pregunté.

–No te preocupes por ellas. –Retrocedió a su cama y se paró al lado, mirándome. –No me preocupo por ellas. Dime qué hacer y lo haré –dijo. –Dime qué quieres y es tuyo.

Quiero cerrar mis ojos en la noche y nunca estar asustado de que los abriré y veré a Jay.

Quiero despertar en la mañana seguro en mi cama y nunca preocuparme de haber estado en algún otro lugar.

–No lo sé –dije en voz alta, y mi voz tuvo este incómodo y desesperado timbre. –Estoy asustado, asustado de estar perdiendo el control.

Estoy asustado de estar perdiéndome a mí mismo.

La idea era una astilla en mi mente. Siempre ahí, siempre picando, incluso cuando yo no era consciente de ello. Incluso cuando no estaba pensando sobre ello.

Como Jay.

Yibo sostuvo mi mirada. –No dejaré que eso ocurra.

–No puedes detenerlo –dije, mi garganta apretándose. –Todo lo que puedes hacer es mirar.

Pasaron unos pocos segundos antes que él finalmente hablara. –Lo he hecho, Zhan. –Su voz estaba agresivamente vacía.

Mis ojos se llenaron con irritantes lágrimas. –¿Qué ves? –le pregunté.

Sabía lo que yo veía cuando me miraba a mí mismo: un extraño. Aterrado, intimidado, y débil. ¿Era eso lo que había visto él también?

Me preparé. –Dime –dije, mi voz afilada con acero. –Dime lo que ves. Porque no sé qué es real y qué no es, o lo que es nuevo o diferente y no puedo confiar en mí, pero confío en ti.

Él cerró los ojos. –Zhan.

–¿Sabes qué? –dije, cruzando los brazos sobre mi pecho, sosteniéndome. –No me digas, porque podría no recordar. Escríbelo, y luego quizás algún día, si es que alguna vez mejoro, déjame leerlo. De lo contrario cambiaré un poco cada día y nunca sabré quién era hasta después que me haya ido.

Sus ojos estaban aun cerrados y los rasgos de su rostro eran suaves, pero noté que sus manos se habían cerrado en puños. –No puedes imaginar cuanto odio no ser capaz de ayudarte.

Y él no podía imaginar cuanto odiaba necesitar ayuda. Él dijo antes que yo no estaba roto, pero lo estaba, y él estaba aprendiendo que no podía arreglarme. Pero no quería ser el pájaro herido que necesita sanación, el chico enfermo que necesitaba simpatía. Yibo era diferente como yo, pero él no estaba roto al igual que yo. Nunca estuvo enfermo ni asustado. Era fuerte. Siempre en control. Y a pesar de haber visto lo peor, no estaba asustado de mí.

Deseé no estar asustado de mí mismo. Quise sentir algo más.

Yibo estaba pie al lado de su cama, su cuerpo rígido con tensión.

Quería sentirme en control. Quería sentirlo a él.

–Bésame –dije. Mi voz fue clara.

Sus ojos se abrieron, pero él no se movió. Me estaba considerando. Tratando de evaluar si lo decía en serio o no. No quería presionarme antes de que estuviera listo.

Así que tenía que demostrarle que lo estaba.

Tiré de él fieramente hacia su suave cama y él no protestó. Rodé debajo de él y se agarró sobre sí mismo y sus brazos eran una perfecta jaula.

EVOLUCIÓN • [YIZHAN | SEGUNDA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora