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Sus palabras me calentaron incluso cuando retiró la mano. Estaba seguro de que mi rostro se ensombreció.

–Tus padres –dijo, mirando la puerta.

Lo entendía. Pero aun así. –Me gusta escuchar sobre tu habilidad –dije, mis ojos en su boca. –Dime más.

Su voz estaba nivelada. –¿Qué quieres saber?

–¿Cuándo lo notaste por primera vez? –Cuando su expresión cambió, comprendí que se lo había preguntado anteriormente; reconocí esa mirada de antes. Se estaba alejando de nuevo. Cerrándose.

Dejándome fuera.

Algo pasaba y no sabía qué era. Estaba distante pero no se había ido aún. Así que, rápidamente dije algo más. –Me viste en diciembre, después de que el manicomio se derrumbara, ¿cierto?

–Sí.

–Cuando estaba herido.

–Sí –dijo otra vez. Parecería aburrido. Pero estaba aprendiendo, y ahora reconocí algo más en su voz. Algo que nunca salió de esos temerarios labios.

Precaución.

Estaba presionando contra algo duro, y quería saber qué era.

–Has visto a otras personas heridas –proseguí, manteniendo mi tono– ¿Cuatro?

Asintió.

Lo mantuve. –Incluida Meg.

Asintió otra vez.

Y entonces tuve una idea. Pellizqué mi brazo. Lo miré para ver si había alguna reacción. Nada, hasta donde podía decir.

Pellizqué de nuevo.

Entrecerró los ojos. –¿Qué, exactamente, estás haciendo?

–¿Viste cuando me pellizqué?

–Es un poco difícil ignorarte.

–La primera vez que dijiste que me habías visto –empecé–, en diciembre, en el manicomio, dijiste que habías visto lo que yo veía, a través de mis ojos. Y cuando Meg fue drogada, a través de los ojos de alguien más, de la persona que la drogó, ¿cierto? Pero no tuviste una… una visión justo ahora, ¿no? Hay algún otro factor aparte del dolor –dije, estudiando su rostro cuando hablé– ¿No quieres saber lo que es?

–Por supuesto –dijo indiferentemente.

–¿Lo has probado?

Su mirada se intensificó, entonces. –¿Cómo podría? Eres la única persona que he visto que lo sabe.

Sostuve su mirada. –Podemos probarlo juntos.

Agitó su cabeza inmediatamente. –No.

–Tenemos que hacerlo.

–No. –La palabra era sólida y definitiva y con algo que no pude identificar. –No lo haremos. No hay absolutamente nada en juego excepto información.

–Pero eres el único que dijo que lo que me está pasando a mí también te está pasando a ti, ese fue tu argumento del por qué no puedo ser poseído, ¿verdad?

–También porque es estúpido.

Lo ignoré. –Así que averiguar cómo funciona tu habilidad podría ayudarme a averiguar la mía. Y nadie saldrá herido…

La expresión de Yibo se volvió muy seria, y su voz peligrosamente tranquila. –Excepto tú.

–Es ciencia…

–Es locura –dijo. Estaba completamente inmóvil, pero al borde. –Nunca he lamentado decirte la verdad. No me hagas hacerlo.

–¿No quieres saber lo que somos?

EVOLUCIÓN • [YIZHAN | SEGUNDA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora