ANTES

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Nota: Los capítulos que sean "ANTES" estarán protagonizados por una chica, por lo que a partir de ahora estarán narrados en tercera persona.

ASIA.
PROVINCIA DESCONOCIDA.
PUERTO.


La pequeña apoyó su mejilla en la abertura del carruaje y se asomó por detrás de las cortinas para ver los cremosos capullos que brotaban de los árboles y la espesa capa verde que se aferraba en sus troncos. Plantas trepadoras colgaban de las ramas por encima de ellos, lo suficientemente bajo como para que la tocaran, pero no le importaría. Conocía ese mundo, el mundo verde de rocas cubiertas de musgo y hojas brillantes, la joya del mundo coloreada de flores selváticas y atardeceres.

Ella escuchó las palabras del hombre blanco, la pregunta en ellas, pero no entendía su significado. Su voz era débil desde las profundidades del carruaje. La niña no se molestó en mirarlo a la cara.

El carruaje se sacudió, y sus pequeños dedos se hundieron en el fondo del asiento de felpa. –Terciopelo –dijo el hombre cuando pasó sus dedos sobre él con asombro. Ella nunca había sentido algo tan suave; eso no existía en el mundo de pelaje y piel.

Se movieron a un ritmo más lento, mucho más lento que los elefantes, y se deslizaron hacia adelante sin descanso, durante varios días y noches. Eventualmente, el bosque húmedo dio paso a tierra seca y el verde dio paso al marrón y al negro. El penetrante olor a humo llenaba el aire, mezclándose con el aroma a sándalo en el carruaje.

Los caballos desaceleraron, y se asomó afuera otra vez. Quedó impresionada por lo que vio.

Bestias enormes, más grandes de las que había visto, se levantaron del agua. Sus delgados troncos se estiraban hacia el cielo y estaban llenos de hombres, aunque ellos mismos no se movían. Había ruidos que jamás había escuchado, extranjeros y extraños. El sabor a especias cubrió su lengua y su nariz se llenó con la esencia de la tierra mojada.

El hombre blanco se acercó a señalar a las grandes bestias. –Barcos –dijo, y luego dejó caer su brazo tembloroso. Sus músculos eran flojos y débiles, y se hundió en las sombras, su respiración pesada.

Entonces, se detuvieron. La puerta del carruaje se abrió y un hombre con rostro amable vistiendo azul brillante extendió su brazo hacia ella.

–Ven –dijo en un lenguaje que la niña pudo entender. La voz del hombre se sentía como agua calentada por el sol. Ella no le tenía miedo, así que fue. Esperó que el hombre blanco caminara detrás de ella como lo había hecho cuando dejaron el carruaje en su viaje, pero no lo hizo. Se giró hacia la puerta, aunque su rostro seguía en la sombra. Le tendió una pequeña bolsa negra al hombre de azul, su brazo sacudiéndose por el esfuerzo.

–Vuelve aquí el último día de cada semana y mi empleado lo llenara, siempre y cuando la chica esté contigo.

El Hombre de Azul tomó la bolsa e inclinó su cabeza. –El Señor es generoso.

El hombre blanco rió. El sonido era débil. –La Compañía del Este de Asia es generosa. –dijo. Luego le hizo señas a la chica para que se acercará al carruaje. Ella se acercó más. El hombre blanco hizo un gesto para que abriera su mano.

Ella lo hizo. Puso algo frío y reluciente. Estaba asqueada por la textura de su piel seca.

–Vamos a comprarle algo bonito –le dijo al Hombre de Azul.

–Sí, señor. ¿Cuál es su nombre?

–No lo sé. Mis guías han tratado de convencerla para decirlo, pero se niega a hablar con ellos.

–¿Comprende?

–Ella asentirá o negará con la cabeza en respuestas a las preguntas hechas en sánscrito, así que creo que sí. Tiene una mirada inteligente. Aceptará rápidamente el idioma, creo.

–Ella va a ser una hermosa novia.

El hombre blanco se echó a reír, más fuerte esta vez. –Creo que mi esposa se opondrá. No, la chica será mi pupila.

–¿Cuándo volverá por ella?

–Hoy navego, y el negocio me mantendrá ocupado por lo menos durante seis meses. Pero sí espero volver poco después, tal vez con mi esposa e hijo. –El hombre tosió.

–¿Agua?

La tos del hombre blanco creció con violencia, pero él hizo un gesto con su mano.

–¿Estará lo suficientemente bien para el viaje?


El hombre blanco no respondió hasta que su ataque había terminado. Luego dijo: –Es sólo la Enfermedad del Río. Sólo necesito agua limpia y descanso.

–¿Tal vez mi esposa podría hacer una infusión para usted antes de que se vaya?

–Voy a estar bien, gracias. Estudié medicina después del Seminario Militar en Carden. Ahora bien, debo irme. Cuide de usted, y de ella.

El Hombre de Azul asintió, y el hombre blanco se retiró de nuevo a la oscuridad. La puerta del carruaje se cerró.

Luego, el Hombre de Azul caminó hacia el frente, a los caballos, y le habló al hombre sentado en la cima en su propio idioma. Un idioma que luego también se convertiría en el de ella.

–Haga para él una mezcla de ajo seco, jugo de limón, miel, tamarindo y cúrcuma silvestre. Dígale que lo beba cuatro veces cada hora. –Luego, le extendió al hombre dos círculos brillantes de la bolsa negra. El cochero, el hombre blanco así le había llamado. Él asintió con la cabeza y alzó las riendas.

–Espera. –El hombre de Azul levantó su mano.

El cochero aguardó.

–¿Estaba usted presente cuando encontraron a la chica?

Los ojos negros del cochero giraron hacia los míos, luego se alejaron rápidamente. Él negó con la cabeza lentamente. –No. Pero mi amigo, un portero en su grupo, sí. –No dijo nada más, pero extendió su mano hacia el Hombre de Azul, quien suspiró y colocó otros dos discos de plata en la palma callosa del cochero.

El cochero sonrió, mostrando muchos dientes faltantes. Sus ojos se desviaron hacia los míos. –No me gusta que ella escuche.

El Hombre de Azul se giró. –Podrías ir a explorar –dijo, y la apresuró hacia los barcos.

Si, asintió ella, y pretendió irse. En su lugar, se recargó contra el otro lado del carruaje. Ahí no podían verla. Esperó y escuchó.

El Hombre de Azul habló primero. –¿Qué has oído?

La voz del cochero era baja. –Estuvieron cazando a un tigre unos días durante el viaje. Lo siguieron entre los árboles sobre los lomos de sus elefantes, pero sin previo aviso, las bestias se detuvieron. Nada podría instarlos a avanzar, ni dulces o palos. Este idiota –dijo, dándole golpecitos al carruaje–, insistió en que continuaran a pie, pero sólo tres hombres les acompañarían. Uno era un desconocido, tal vez el guía del hombre blanco. Otro era el cocinero. El último era un cazador, el hermano del portero, mi amigo.

–Continúa.

–Ellos siguieron las huellas de los animales hacia un mar de hierba alta. Todos los cazadores saben que las hierbas altas ocultan muerte, y el hermano, el cazador, quería regresar. El otro hombre, el extraño, le instó a avanzar, y el hombre blanco escuchó. El cocinero los siguió, pero el cazador se negó y se fue solo. Nunca se le volvió a ver.

–¿Qué pasó? –El Hombre de Azul sonaba curioso, sin miedo.

–Los tres hombres siguieron las huellas del tigre por horas, hasta que se desvanecieron en un charco de sangre.

–¿De una matanza reciente?

–No –dijo el cochero. Los caballos pateaban y resoplaban inquietos. –Si hubiera sido una matanza del tigre, habría habido pistas que condujeran fuera del charco de sangre. Hubiera habido huesos y carne, piel y cabello. Pero no había nada. Ningún cadáver. Nada oculto. Y no había moscas que lo tocaran. Rodearon el charco y examinaron la hierba. Fue entonces cuando vieron las huellas. Huellas de niño, empapadas en sangre.

–¿Y ellos trajeron a esta chica?

–Si –dijo el cochero. –Estaba acurrucada en las raíces de un árbol, dormida. Y en su puño, estaba un corazón humano.

EVOLUCIÓN • [YIZHAN | SEGUNDA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora