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Después de que Yibo se fuera a casa, mi padre dijo chistes malos en la cena, Meg habló a cincuenta mil kilómetros por minuto, mi madre me observó muy de cerca, y Dylan parecía pretencioso. Se sentía casi como si nunca me hubiera ido.

Casi.

Cuando terminamos, mi mamá me miró tomar los múltiples antipsicóticos que tomaba ahora, pero no los necesitaba, y luego todos fueron a sus respectivas habitaciones. Pasé por el primer conjunto de puertas francesas en el pasillo, pero me detuve en seco cuando me pareció ver una sombra moviéndose en el exterior.

El aire abandonó mis pulmones.

Las farolas emitían un brillo excepcionalmente brillante en el patio trasero, que estaba cubierto de una niebla fina. No se veía como si hubiera algo allí, pero era difícil de ver.

Mi corazón latía tan fuerte que podía oírlo. Apenas la semana pasada, lo habría descartado como nada; sólo mi mente comportándose mal por mi miedo. Quería apresurarme a mi dormitorio y acurrucarme debajo de las sábanas y susurrarle a la oscuridad que eso no era real. Tenía miedo de mi mismo entonces; lo que podía ver, lo que podía hacer. Pero ahora, ahora había algo real a que temer.

Ahora estaba Jay.

Pero si él quería herirme, ¿por qué presentarse en Carden una vez y luego dejarme en paz? ¿Por qué aparecer en el restaurante cubano y desaparecer segundos más tarde? Si él tomó a Meg, mi hermana aún seguía ilesa cuando la encontramos. ¿Y por qué él entraría a la comisaría, lo suficientemente cerca para verme, lo suficientemente cerca para tocarme, sólo para después salir?

¿Cuál era el punto? ¿Qué es lo que quiere?

Estaba aún en la seguridad de mi casa, mi aliento era rápido mientras mis ojos buscaban a Jay detrás del vidrio. La oscuridad no revelaba nada, pero seguía asustado.

Apreté mi mandíbula cuando me di cuenta que siempre tendría miedo. Ahora que sabía que Jay estaba vivo, que él estaba aquí, no sería capaz de entrar al baño sin querer echar atrás la cortina de la ducha para asegurarme que él no estaba detrás de ella. No sería capaz de caminar por el pasillo oscuro sin imaginármelo a él en el final. Cada chasquido de una rama se convertiría en su paso. Me lo imaginaré en todas partes, si estaba allí o no.

Eso es lo que él buscaba. Ese era el punto.

Así que desbloqueé la puerta y salí.

Estaba envuelto por el estruendo sordo de los grillos en el momento en que mi pie tocó el patio. Era una rara noche helada en Miami, la lluvia se convirtió en niebla y el cielo nocturno estaba completamente oscurecido por las nubes. Si no estuviéramos en marzo en Florida, pensaría que estuviera a punto de nevar.

Respiré el aire húmedo, una mano aún seguía en la manija de la puerta mientras el viento sacudía algunas gotas de lluvia de los árboles. Alguien podría estar aquí afuera, Jay podría estar aquí, pero mis padres estaban adentro. No había nada que él pudiera hacer.

–No te tengo miedo –le dije a nadie. La brisa llevaba mis palabras lejos. Él podría estar vivo pero no pasaría mi vida temiendo de él. Me negaba. Si era el miedo lo que él quería de mí, me aseguraría que no lo tuviera.

Un mosquito zumbaba en mi oído. Lo esquivé y caminé en algo mojado.

Algo suave.

Retrocedí hasta la casa, buscando a tientas las luces del exterior. Las encendí.

Me atraganté.

El cuerpo inmóvil de un gato gris yacía a centímetros de donde había estado de pie, su carne desagarrada, su piel manchada de rojo. Mis pies estaban empapados de sangre.

Me tapé la boca para atrapar mi grito naciente.

Porque no podía gritar. No podía hacer ningún sonido. Si lo hiciera, mis padres vendrían aquí. Me preguntarían que pasó. Ellos verían el gato. Me verían a mí.
Oí la voz de mi madre en mi mente.

“Ella estaba paranoica, sospechosa”

Eso fue lo que había dicho ella sobre mi abuela.

Eso es lo que mis padres pensarían de mí si les digo que alguien estaba afuera. Que yo estaba paranoico. Sospechoso. Enfermo. Ellos se preocuparían, y si yo quería quedarme en casa, quedarme libre, no podía permitir eso.

Así que apagué las luces y me metí de nuevo en el interior. Dejé un rastro de huellas sangrientas en el pasillo. Tomé papel higiénico del baño del pasillo y froté la sangre manchando mis pies antes de que tuviera que limpiar. Después limpié el suelo. Revisé todas las cerraduras de las puertas. Por si acaso.

Y luego, finalmente, me escapé a mi habitación.

Sólo entonces me di cuenta de que estaba temblando. Miré mis pies. Aún podía sentir la suave, húmeda, piel muerta…

Corrí a mi baño y vomité.

Mi pelo y mi ropa estaban húmedos contra mi piel. Me deslicé al suelo y me acurruqué con mis rodillas en mi pecho, la baldosa estaba fría debajo de mí. Dejé que mis ojos se cerraran.

Quizás el gato fue asesinado por un animal. Otro gato. Un mapache, tal vez.

Eso era posible. Más que posible; era probable.

Así que cepillé mis dientes. Me lavé la cara. Me forcé a meterme a la cama. Me dije a mí mismo que todo estaba bien hasta que me encontré en realidad, empezando a creerlo.

Hasta que me desperté la mañana siguiente y miré en el espejo.

Dos palabras fueron escritas ahí, garabateadas con sangre.

“POR CAROL"

La habitación se volcó, exhalé en el fregadero.

Jay sabía lo que pasó esa noche. Que yo era él que tiró el manicomio abajo. Que soy él que mató a Carol. Por eso estaba aquí.

Quería gritarles a mis padres. Para mostrarles el gato, el mensaje, la prueba de que realmente Jay estaba vivo y que estuvo aquí.

Pero no era prueba suficiente. Me temblaban las manos pero me apoyé en el fregadero y parpadeé mucho. Quería ignorar el pánico rasgando en la superficie, amenazando con romper mis mentiras cuidadosamente construidas. Obligué a mis pies a moverse. Verifiqué las ventanas de mi dormitorio y también verifiqué el resto de la casa. Todas las puertas estaban cerradas.

Desde el interior.

Cerré con fuerza mis ojos. Si les mostraba el mensaje, pensarían que lo escribí yo.

Pensarían que maté al gato, me di cuenta con horror. Rápidamente creerían eso antes de creer que Jay estaba vivo.

El pensamiento se robó el último pedazo de esperanza de mi corazón. Jay estuvo en mi dormitorio. Dejó un animal muerto afuera de mi casa y un mensaje sangriento en mi espejo, y no podía decírselo a mis padres. No podía decirles nada o iba a ser encerrado en un hospital mental mientras él se burlaba de mí a través de los barrotes.

Sin Yibo, estaría verdaderamente, completamente solo en esto.

Mi padre podría tener razón. Si perdía a Yibo, podría acabar perdiendo mi mente.

EVOLUCIÓN • [YIZHAN | SEGUNDA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora