Vivir en Londres no es tan fácil, apenas llevar un año y medio aquí, se siente diferente y raro, no en un mal sentido. Sino que apenas se sobre este lugar.
La ciudad de Londres, tan triste y brumosa en invierno, tiene también sus días de esplendor...
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Chloe
Sin avisar, su lengua me recorre de abajo arriba y mis manos tapan mi cara para amortiguar los gemidos involuntarios que salen de mi boca mientras su lengua se mueve cada vez más rápido.
De repente me aparta las manos de la cara.
—No, nena. Quiero que me veas —me ordena, y asiento muy despacio.
Se lleva el pulgar a la boca y su lengua se desliza sobre mí. Mueve la mano entre mis muslos y acaricia mi punto más sensible. Se me tensan las piernas, las caricias sobre mi clítoris son divinas. Con la punta de un dedo traza círculos lentos sin apenas aplicar presión.
Es una tortura.
Lo obedezco y dirijo mi mirada hacia mis muslos. Tiene el pelo completamente chorreando agua y alborotado, formando una onda sobre su frente, con un mechón rebelde que vuelve atrás cada vez que hunde la cabeza.
Medio veo, medio imagino su boca contra mi piel y la sensación aumenta de manera exponencial y sé, sé, que no voy a poder estarme callada mientras la presión se acumula en mi vientre esperando poder estallar.
Me tapo la boca con una mano y hundo la otra en sus cabellos. Empiezo a mover mis caderas para buscar su lengua. Esto es demasiado bueno.
Le tiro del pelo y lo oigo gemir contra mí. Estoy cada vez más cerca...
Coge la mano que tengo enredada en su pelo y coloca la suya encima para... ¿Quiere que le tire más del pelo?
—Hazlo —me dice con mirada de deseo, y empieza a mover los dedos en círculos rápidos mientras baja la cabeza para que la lengua contribuya a la sensación.
Le tiro del pelo con fuerza, y me mira con los ojos entornados. Cuando vuelve a abrirlos los tiene brillantes. Me sostiene la mirada mientras se me nubla la vista y durante unos instantes no veo nada.
—Vamos, bebé—susurra.
Se lleva la mano a su entrepierna y no puedo aguantarlo más.
Oh, por dios.
Lo veo acariciándose la polla dura para correrse conmigo. Nunca me acostumbraré al efecto que sus actos tienen en mí. El hecho de verlo tocándose, sentir las ondas de su aliento en mi piel mientras su respiración se torna más y más entrecortada...
—Sabes a gloria—gime contra mí, moviendo rápidamente la mano que tiene en su entrepierna. Ni siquiera noto que me estoy mordiendo la mano mientras disfruto de mi subidón y le tiro del pelo.