Epilogo.

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Fue fácil tomar lo que quería.

Fácil y doloroso.

Que terminé por asesinarlo en cuanto lo descubrí.

-Te dije que no era un ángel- lloriqueé, con su camisa pegada a mi pecho.

Epilogo.

Pasé mis dedos por los rizos de Daryl, sintiendo como mis ojos picaban, tal como hacían desde horas atrás. Estaba pasando mus últimos minutos con mi hijo entre hipidos ahogados. Pero no podía hacer algo más. Ethan había muerto por mi culpa, y ni siquiera tenía un cuerpo que enterrar. Solo, me quedaba un pequeño, que no comprendía porque su madre le susurraba cada tanto que le amaba. El no entendía que me estaba despidiendo. Que estaba a poco de dejarle con quienes serían su familia, con quienes eran mi familia, para volver al lugar donde me habían criado.

Escuché a Esme llegar, antes de que carraspeara. Pero no fue hasta ese momento que alcé mi rostro hacia ella.

-Es hora- musitó, mostrándose afligida.

Un nuevo hipido, y pegué mis labios a la frente de mi hijo, dejando un largo beso en la misma.

-Te adoro como no tienes idea- le dije, antes de ponerme en pie y entregárselo con delicadeza a la mujer que ya me extendía los brazos. Sus ojos pregonaban una promesa. Y le creí. Porque no había razón para no hacerlo.

Bajé las escaleras a gran velocidad, quedando de pie en el umbral. Los hombres de la familia dieron un paso hacia adelante, señalando que me acompañarían. En otra situación hubiera rebatido, pero en mi interior sabía que les necesitaría. Verles a mi lado me recordaría que mi pequeño estaría bien y me recalcaría que no fuese egoísta. En verdad los quería a mi lado. O podría terminar robando a mi bebé de los brazos de Esme, para huir lejos con él. Condenando a todos.

-Acabemos con esto- espeté, recibiendo varios asentimientos como respuesta y a su vez, como despedida.

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Apoyé mi espalda en la puerta de mi nueva habitación, tras cerrarla de golpe.

Todo desde el instante en que Aro sonrió con malicia era borroso. Sabía que les había liberado, y que ellos se reunieron a mi alrededor. Estaba consciente de que emprendimos una carrera a Volterra, a este lugar. Pero a mi mente no le interesaba eso.

Solo podía girar en torno a que había perdido todo de nuevo.

Ethan. Otro humano al que le jodía la existencia.

Daryl. Un niño que prácticamente había dejado huérfano.

Santiago. Alguien a quien había condenado con mis ideas absurdas y sueños de libertad.

Rompí a llorar, sin pensar en todos los oídos súper desarrollados que estaban al pendiente de mí. Había retenido todo dentro de mí por tanto tiempo. Tanto temor, tristeza y remordimiento, que en un momento tenía que dejarlo ir.

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Probablemente habían pasado horas desde que me encerré. No lo sabía y tampoco levanté las cortinas para comprobarlo. Ya me llamarían si necesitaban algo. Y yo obedecería como si no fuesen los causantes de mi desgracia.

Asimismo Alec llevaba buen rato apoyado del otro lado de la puerta. Susurrando mi nombre ocasionalmente. No como un llamado, sino como un consuelo. Como si no supiera que más decir, y por eso pronunciaba mi nombre, con tanto fervor que parecía una plegaria.

-Confió en ti, Alec- articulé, alzando la voz solo un poco, esperando que recordara, que entendiera.

-Y ahora yo confió en mí también- respondió, haciéndome sonreír a medias.

-¿Todos?

-Todos- acordó sin siquiera dudarlo.

Esta vez, no cometería el mismo error.

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Narrador externo.

Terminó. El dolor, el ardor, y al final pudo abrir los ojos. La chica que revoloteaba en la habitación, le miró con cautela. Él solo se puso de pie lentamente. Analizando todo en cuestión con sus orbes rojos.

Ella retorció sus dedos, los unos con los otros, balbuceando incoherencias a su vez.

-Creí que iban a matarme.

-No me pareció correcto- susurró, pareciendo tan tímida y asustadiza como un ratón de cocina-. Así que me deshice del que restaba, y te traje aquí.

-¿Cómo me llamo?- inquirió el chico, cortando el discurso aun no iniciado de la muchacha.

-Me dijeron que te llamabas Ethan.

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+Litvamp7.

A media luz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora