Capítulo 32.

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La mañana se había pasado tan lenta que no podía creer la hora que el reloj marcaba.

Faltaba poco tiempo para que Lucifer llegara, faltaba poco tiempo para que, por fin, pudiéramos decirnos todo y dejar el pasado ahí, donde ya no debía de doler.

Me miré de nuevo en el espejo, el corazón me martilleaba contra el pecho por los nervios que no podía controlar, y después de mucho pensarlo, solo arreglé mi cabello.

Shamsiel tocó dos veces la puerta abierta antes de entrar, su mirada y su sonrisa burlona me causaron ganas de golpearlo, pero las náuseas fueron más fuertes.

–Tengo que resolver algunos asuntos, volveré más tarde.

Asentí. –Cuídate, Shami.

Agachó la cabeza, riendo. –Y respira, todo va a estar bien.

Le sonreí un poco y asentí. –Gracias Shami.

Me tomó con una de sus manos de la mejilla y dejó un beso en mi frente. –Después me cuentas que tan bien te fue.

–Sí, te quiero.

–¡Yo también!

Escuché la puerta cerrarse y suspiré un poco, tratando de calmar mis nervios. El reloj, por primera vez en el día, pareció correr rápido.

Me senté en mi cama y repasé en mi cabeza lo que teníamos que hablar, iniciando en como fue que fui elegida para esa misión.

Para contarle eso, tenía que contarle sus muertes, y era un tema que seguía doliendome.

Alcé la mirada cuando el tiembre sonó, el reloj colgado en la pared marcaba las 5 p.m. en punto.

Bajé las escaleras en el mayor silenció, siendo consiente de que Lucifer escuchaba mi corazón acelerado y, muy probablemente, notaba la red de pensamientos no tan claros que se formaban y se rompían en mi cabeza.

Cuando llegué a la puerta y la abrí, me encontré con sus ojos oscuros brillando en el sol de la tarde y una bonita sonrisa que me calmó el corazón con mirarla.

Recién nos miramos, Lucifer me rodeó con sus brazos y me atrajo a su pecho. Lo rodeé con mis brazos y cerré los ojos en cuanto su calor me envolvió, en esta posición soy capaz de escuchar sus latidos con claridad. Su ritmo se unió al mío y pronto no pude distinguir cual de los dos se escuchaba, parecían ser uno solo. Entrelazados.

Entonces entendí que era profundo.

Caminó a ciegas hacía adelante, haciéndome retroceder. Empujó con su pie la puerta haciendo que se cerrara y nos quedamos así, abrazados en la mitad de la sala.

–Extrañé tenerte entre mis brazos de esta forma, ángel.

Recargué la barbilla en su pecho para mirarlo. –Te extrañé.

Sonrió un poco y me dio un beso corto. –Aunque preferiría solo abrazarte y recuperar el tiempo, tenemos que hablar aún.

–Lo sé.

Se sentó en el sofá, evitó que me sentara a su lado para que lo hiciera sobre sus piernas, quedando de frente. Sentí sus dedos largos recorrer mi espina dorsal hasta detenerse en mi cintura.

Nos miramos sin decir nada por algún rato, no sabía por donde iniciar.

–¿Cómo fue que tú, el ángel más puro que he conocido, cayó en una misión como esa?

Lo miré, mis dedos juguetearon con el cabello de su nuca distraídamente. –En la ciudad plateada, ya era sabido que en algún punto abandonarías el infierno, así que desde que esa premonición fue recibida, buscaron al ángel adecuado para la misión.

El pecado del ángel. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora