Capítulo 3

64 7 17
                                    

–¿En serio?

Asintió. –Mira mi celular, ahí está todo.

–No puede ser posible.

–Es un hombre ocupado.

–¡Pero como se supone que me cruce con él si está tan ocupado! –Me quejé.

–Tendrás que ir a cada lugar.

–Pero será raro verme en todos lados.

Asintió. –Tienes razón.

Me dejé caer en el sofá, demasiado abrumada después de leer su agenda.

–Estoy perdida.

Rió. –No seas pesimista, ángel.

Lo miré con un puchero. –No voy a poder.

–Sí puedes, solo tienes que ir a algunos de esos lugares, no a todos.

–¿A cuáles?

Analizó de nuevo la lista. –Para iniciar, el gimnasio.

–¡Odio el ejercicio!

–¡Igual tienes que hacerlo! –Se rió de mi expresión. –Además, es un buen lugar para tu misión, lo ignoras, coqueteas con otros e insistirá con verse en otro momento, a solas.

–No soportará ser rechazado. –Asintió. –¡Sí que eres malvado!

Se sonrojó. –¡No es verdad!

–Claro que sí, solo una mente malvada planea algo así.

Se levantó. –Eso pasa cuando haces que un ángel cometa varios delitos a la vez.

–Exagerado. –Reí.

–Allanamiento de morada, robo, violación a la privacidad, acoso...

–¡Ya! –Reí mientras él enumeraba con sus dedos

–Tú eres la manzana podrida.

–Y tú una manzana contaminada.

Su cara expresando ofensa me dio tanta risa que terminé con dolor. –Deja de burlarte y respetame, soy tu hermano mayor.

–¡No quiero!

–¡Ya verás!

Me persiguió por toda la casa, y cuando logró atraparme me tumbó en el suelo y me hizo cosquillas hasta que estuve roja y no pude respirar.

–¡Me rindo!

Se detuvo, riendo mientras yo me recuperaba de aquello.

–Haré un par de llamadas y para mañana tendrás una membresía para el gimnasio al que asiste.

–Se acerca mi muerte. –Dije dramáticamente.

–Disfruta tu último día de descanso, a partir de mañana irás al gimnasio.

E hice caso a sus palabras como toda buena persona. Miré la tv todo el tiempo que pude, comí chatarra hasta que no pude más y Shami solo se rió de mi y me acompañó, hablamos de qué hacer en caso de una situación de pánico y ese tipo de cosas, además de que se encargó de recordarme cada 5 minutos que me dio un teléfono para estar en contacto en situaciones peligrosas.

Claramente me reí porque tampoco respondió, y nuevamente no tuvo ninguna excusa que dar.

–Está listo, muy temprano llega la membresía.

–¿No quieres ir tú en mi lugar? Te hace falta ejercitarte.

Me miró de malas. –Estoy en perfecta forma, gracias.

El pecado del ángel. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora