Capítulo 44.

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–Me voy.

–Avisame cuando llegues.

Asentí. –Claro, no te desveles tanto.

Rió. –Eso es para ti.

Mis mejillas se sonrojaron y eso solo me convirtió en el objeto de sus burlas por algunos segundos antes de que huyera hacia la puerta donde Lucifer me esperaba.

–¿Nos vamos?

–Sí.

Me acomodé en el asiento del copiloto y lo miré desde esa posición, conducía sereno y con el semblante relajado. El nudo de la corbata lo traía desecho ya y los botones de la camisa principales desabotonados, dándole al mundo una vista de su pecho.

Me atrapó mirando su piel desnuda porque escuché su risita y eso fue lo que me sacó de mis pensamientos.

–¿Por qué te sonrojas? Estás en tu derecho de ver lo que te pertenece.

Reí, nerviosa. Sigue teniendo esa facilidad de ponerme nerviosa. –Esa frase suena bien.

–¿Ah si?

Asentí. –Sí.

Se metió en el estacionamiento, apagó el motor y nos miramos.

Lucifer me besó las manos, los labios, las mejillas. Reí cuando su pequeña barba que apenas comenzaba a crecer me hizo cosquillas en el cuello y, aunque prefería seguir en el momento tierno, quería salir de dudas.

–Lucifer.

–Dime, ángel.

–Antes de que llegaras por mí a casa, sentí algo.

Me miró desde su lugar, por la forma en que su mirada cambió me di cuenta de que ya sabía por donde iba.

–¿Quieres saber quién escapó, no es así?

–Solo quiero confirmar mis sospechas.

Miró al frente un segundo y asintió casi imperceptiblemente. –Sí, fue Luria.

El silencio se apoderó del ambiente, cargándolo de incomodidad.

–¿Vas a devolverla al infierno?

–No es necesario, ángel.

–¿A qué te refieres?

Suspiró. –Ya comprobó que intentar hacerte daño no va a acabar bien para ella.

–¿Y te conformas con eso?

–Ángel...

–Yo, estuve pensando en lo que hablamos antes.

–¿A qué te refieres?

–Sobre el fuego del infierno. Podría matarme teniendo la ocasión, a mí y a otros seres también.

–No lo hará.

–¿Por qué estás tan seguro?

–Vive por su pecado. –Comenzó. –Solo por eso, y su pecado es la lujuria.

Negué. –Te ama.

–Arissai...

–¿Qué no es obvio? ¿Crees que intentó matarme solo por su juramento de lealtad?

–Ella no...

–No puedes usar esa excusa, porque no es verdad.

–No es una excusa. –Se giró a mirarme, serio. –No fue hecha para sentir amor, ángel.

–¡Todo mundo decía eso de ti y aquí estás!

Desvío la mirada. –Es diferente.

–No, claro que no.

El pecado del ángel. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora