Capítulo 16.

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En el trabajo, todo marchaba bien. Los clientes dejaban buenas propinas y se comportaban amables a pesar de su estado de ebriedad, hasta que una mujer que ya tanto conocía se abría paso frente a la barra, contoneándose al caminar, su andar sensual levantó las miradas de los presentes.

Incluido Nix, lo miré mal, no entendió porqué y solo entonces recordé que había olvidado mencionar la existencia de esa mujer y lo que significaba.

–Que bueno que te encuentro.

–No puedo decir lo mismo.

Rió sin gracia, se sentó en la barra y miró en mi dirección. –¿Cómo vas con Luci?

–Eso no es de tu incumbencia.

Su mirada se volvió dura. –Es el demonio de mi vida, claro que me incumbe.

–Puedo hablarte del placer de sus besos.

–He recibido miles de ellos, sé de lo que hablas.

Sonreí con suficiencia. –Se sienten diferente cuando se demuestra el amor.

–Él me ama.

–No como a mí. –Me levanté y caminé un pasó lejos de ella. –Eres su creación, yo la mujer a quien le juró amarla para siempre jamás.

–¿Qué dices? –Su mirada se ensombreció, sus ojos se llenaron de lágrimas y por un momento, me arrepentí. –No pudo haberlo jurado.

–Lo hizo. –La miré por encima del hombro. –Preguntale, estará aquí pronto.

Me alejé a seguir atendiendo las mesas, Luria se quedó allí un momento más y luego se marchó justo como llegó. Volví a la barra por una botella de brandy, Nix la dejó en la charola no sin mirarme antes.

–¿Quién era ella?

–No me digas que te deslumbró su cuerpo.

Rió un poco. –Es atractiva, hay que admitirlo.

Negué. –Es el pecado de la Lujuria.

Rió. –Claro, ese cuerpo...

Volví a negar, me acerqué a él con complicidad por encima de la barra. –No. En verdad es el pecado hecho mujer, Lucifer la creó.

Sus ojos brillaron. –¿Cómo?

Me encogí de hombros. –Aún no lo sé. Pero no es mujer de un solo hombre Nix, y está buscando saber mi verdad para alejar a Lucifer de mí.

–Lo ama. –Aseguró.

Asentí. –Pero es esa clase de amor donde solo vive por y para él, sin pedir, ni exigir, ni esperar nada a cambio. Es esa clase de amor que te destruye centímetro a centímetro el alma hasta que no queda más que consumir.

Miró hacía la puerta. –Esa clase destruye.

–De forma lenta y cruel.

Me alejé a entregar la botella, cuando volví a su lado parecía distante, perdido en un mundo de pensamientos lejanos a mí, a su realidad.

–¿Él la ama?

Suspiré. –No lo sé.

–Sería horrible que no fuera así, ¿no crees? Que no la ame ni por ser su creación...

Asentí, de acuerdo con sus palabras. –Tal vez eso la mataría.

Nos quedamos en silencio, ajenos a los murmullos y los ruidos del bar.

Conocía esa clase de amor. Ciego e incondicional. Conocía de primera mano los estragos que dejaban con el tiempo.

Un alma atada a un amor no recíproco, en partes desiguales, inclusive en solo una parte comprometida realmente. Un amor de una persona.

El pecado del ángel. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora