Capítulo 19.

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Si pudiera expresar como se siente un corazón roto, quizás diría que es como dejar de respirar y no morir.

Seguía en el mismo lugar desde hace 30 minutos que lo vi salir por la puerta para no volver. Tenía 30 minutos llorando en silencio, sin la fuerza de gritar por mi dolor, solo las lágrimas que no paraban de desbordarse de mis ojos eran muestra de el.

Había intentado crear un mundo para nuestro amor prohibido y se derrumbó más pronto de lo que lo construí. Había creído que los cimientos de un amor real compartido serían lo suficientemente resistentes para resistir la mentira, pero fueron los primeros en temblar.

Lo perdí.

Era el único pensamiento en mi cabeza, repitiendo una y otra vez su voz, dolida y llena de odio. Sin poder cerrar los ojos porque la escena de su marcha se repite una y otra vez como un bucle interminable, como mi castigo.

Mi corazón se había roto y aunque intentaba reconstruirlo para armarme de valor y salir a buscarlo, las piezas se caían de mis brazos y se rompían cada vez más, y cuando pude sostenerlas todas me di cuenta que faltaban la mitad.

Se habían ido con él.

Hubiera asegurado mi muerte al no sentirlo latir más dentro de mi pecho, pero sabía que la mitad que se llevó latía con desespero, con anhelo de ser amado como ama.
Mientras la mía no late, no siente, no vive.

–Levántate. –Pidió de nuevo. –Arissai...

–Lo perdí...

Buscó mi mirada, yo veía a través de él, la puerta ahora cerrada, por donde se fue.

–No puedes quedarte ahí, ángel, tienes que seguir...

–Lo perdí, Shami, lo perdí. –Lo miré por primera vez, a través del tumulto de lágrimas del dolor inexplicable de haberlo perdido. –¿Cómo se sigue si no hay un corazón?

–Sigue latiendo, Arissai, y lo hará con o sin él.

Negué, negué desesperadamente porque yo no lo sentía. –No está, se fue, se lo llevó. Se fue y no va a volver, ¡cómo él!

Me abrazó, me atrajo hacia su pecho y me dejó llorar con desconsuelo, sin saber qué hacer. Dolía cada parte de mí, cada parte de mí alma.

No sé cuánto tiempo pasó, solo se separó de mí cuando una mujer alta, de cabello castaño claro y lacio y ojos verdosos entró en la casa por la puerta trasera, Shamsiel se tensó al verla.

–Shamsiel...

–¿Qué haces aquí?

Le tendió una fotos. –Están por todos lados, todos los caídos están enterados.

Alcancé a mirar las fotos por encima de su hombro, eran mías y de Lucifer besándonos, juntos, de la mano y las misma que trajo él.

Mi estómago se contrajo.

–Los arcángeles ya deben de haberse enterado...

–Gracias por avisarme.

Se miraron un momento más, la incertidumbre, esta vez por parte de ellos, llenó la casa hasta que aquella mujer se fue.

No tuve ganas ni tiempo de preguntarle quién era, poco después de que se marchó, el frío comenzó a inundar la casa, cada vez peor. Sabía que no vendría Raguel solo, lo confirmé cuando el agua del florero se congelo por completo y no solo con una fina capa de hielo.

Antes de que entraran, Shami me abrazó. –No dejaré que te lleven sola al juzgado de ángeles. Es una promesa.

Me levanté con su ayuda, dispuesta a enfrentar las consecuencias de mis acciones y aún así, mi hermano se paró delante de mí, protegiéndome.

El pecado del ángel. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora