Capítulo 41.

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Sentí que acariciaban mi cabello, me quedé un momento así, sintiendo las suaves caricias que recibía, creyendo que se trataba de mi hermano o Lucifer, me sorprendió descubrir que no era así.

–La más brillante de mis aprendices. –dijo, suavemente. –¿Cómo fuiste a caer por un sujeto como él?

Abrí los ojos y los centré en la persona a mi lado. –No quiero ser irrespetuosa pero, ¿qué hace aquí?

Sonrió un poco, las arrugas en sus ojos se marcaron, recordándonos el paso del tiempo. –Aún no es tarde, hija, puedes terminar con tu tarea y volver a casa, junto a tu gente.

Me incorporé en la cama, sin mirarlo. –Ya fui juzgada y desterrada, no hay manera de que pueda volver.

–Todos nos equivocamos, puede haber veces que sintamos que son errores irreparables y que habrá que vivir con eso. –Una de sus manos se posó sobre mi hombro de forma confortable. –Pero ese no es tu caso.

–¿A qué se refiere?

–Creíste estar enamorada de un demonio que no tiene valor alguno, eso te llevó a realizar acciones que estaban en contra de tu naturaleza misma, pero eso no quiere decir que no puedas pedir perdón y arreglar tus errores. –Sentí movimiento en la cama, no me atreví a mirarlo. –Nuestro padre sabrá perdonarte pero necesitas hacer algo para conseguir la redención.

Sabía de que hablaba pero, ¿quería la redención? No.

Quería el perdón de mi padre, quería, quizás, mis alas, pero no quería volver a un lugar donde los malos se creen buenos y tachan de miserables y sin valor a seres de una pureza extraña en el alma. Menos si es a costa de la vida de un hombre inocente.

De un hombre inocente al que amo como todo lo que soy.

–Lucifer no es eso que ustedes creen. –Lo miré por encima del hombro. –No es el pecador que fue su padre, no es ni siquiera un peligro para la raza humana. Tiene un alma, más pura de lo que se cree.

Supo disfrazar su semblante horrorizado, pero no pasó desapercibido por mí. –Esos seres no tienen alma, hija, menos el hijo del mayor pecador y traidor de toda nuestra historia.

–Él también era inocente. –Cerré los ojos un segundo, intentando con todas mis fuerzas encontrar la calma. –Era tan inocente como lo era el hijo de Eva, pero a él lo condenaron a pasar su vida en un lugar que no le correspondía, atado al infierno junto a los errores de otras personas que no tenían nada que ver con él. ¿Por qué él no sería inocente?

Negó con una calma apacible que comenzaba a sacarme de quicio. –Es hijo de dos seres traidores y sin pureza alguna, el fruto del pecado no es más que eso; pecado.

–¿Y qué viene siendo entonces el hijo de Eva?

–Son situaciones diferentes, Arissai. Eva fue engañada para llevar en su vientre el fruto del pecado, su padre quería un heredero...

–No. –Le interrumpí. –No quería un heredero, ni fue engañada, él no tenía culpa pero tampoco Lucifer.

–Aún no nacías para entender de lo que te hablo.

–No se trata de eso, y lo sabe. Lucifer ya existía, el hijo primogénito y heredero al trono, su padre no buscaba otro.

–Lucifer nunca fue ni será apto para el trono.

–¿Entones por qué la insistencia de acabar con la misión? No será rey y no es un peligro para la humanidad.

–El pecado debe ser erradicado, de raíz.

–Fueron ustedes. –Me levanté de golpe, encarnándolo. Solo entonces me fije en la hora que marcaba el reloj a un lado de mi cama. –Ustedes manipularon la muerte para quitarle la vida a Zarina, como hicieron con mis padres.

El pecado del ángel. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora