Capítulo 23.

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Shamsiel cargaba sobre sus hombros una mochila más grande que yo y que, a simple vista, parecía pesar más que yo.

–¡Vámonos!

–¡Voy!

Corrí hasta donde estaba él y me lancé a su espalda haciéndolo trastabillar por tomarlo desprevenido.

–Vas a hacer que ambos besemos el suelo.

–Tú lo harás. –Reí sosteniéndome. –Yo caería sobre ti.

Me miró por sobre su hombro y rió un poco. –A menos que caigamos de espaldas. Yo caería sobre ti.

–Eso no pasará.

Rió mientras me sostenía mejor y alzó el vuelo, se ocultó en las nubes para no ser detectado mientras yo las tocaba con los dedos, recordando con nostalgia lo que era volar, las alas enormes que arrastraba al caminar aún sin estar triste.

Alejé esos pensamientos cuando sentí que lloraría, harta de llorar tanto los últimos días.

Estuvimos algún rato así, solo escuchando el aletear de sus alas que cubrían nuestras respiraciones junto al aire que iba en nuestra contra, hasta que se dejó ir en picada hacía abajo, sin decir nada y perdiendo de mis ojos las estrellas por unos minutos, haciendo que me aferrara a él cuando tuve la sensación de caer.

Aterrizó sin problemas en la punta de una montaña y caminó, aún conmigo encima, poco más de un metro donde había una zona plana de pasto verde y flores, para sorpresa mía.

Me bajé de un saltó y admiré el cielo sobre nuestras cabezas, como las estrellas aparecían y, en algunas partes, estaban tan cerca unas de otras que sino mirabas con atención, parecerían una sola. Enorme y luminosa.

–¿Te gusta?

–Dime que si nos mudáremos.

Rió. –Tomaré eso como un sí.

Me giré a mirarlo. –¡Es increíble! ¿Cómo llegaste a este lugar?

Se quitó la mochila de los hombros y comenzó a sacar las cosas, así que habló sin mirarme.

–Poco después de haber sido asignado a vigilar de los caídos, uno de ellos comenzó a causar muchos problemas, en especial porque cazaba animales al pie de esta montaña y usaba sus poderes para salir bien librado. –Me senté algunos pasos lejos de él, dándole espacio para armar la tienda de campaña. –La caza comenzó a ser tan excesiva que estaba acabando con las especies y, por consecuente, con el bosque. Cuando tuve que confrontarlo, huyó hacía aquí hasta que no tuvo otra escapatoria, así encontré este lugar.

–¿Y qué ocurrió con ese caído?

Se encogió de hombros. –No mucho.

Dio por terminado ese tema, yo ya sabía porqué. –¿Y enserio los humanos no son capaces de venir?

Negó. –Es muy alto para llegar sin equipo de montaña, y quienes lo tienen no tienen interés por una pequeña montaña.

–No diría que es pequeña.

–Porque no lo es.

–¿Entonces?

–Debo admitir que he sido un poco egoísta y creen que es más pequeña de lo que en realidad es.

–No creo que sea egoísta. –Miré detrás de mí, las estrellas y la ciudad que se veía más allá. –Si ellos tuvieran acceso a estas vistas entonces no querrían preservarlas, querrían lucrar con ellas y harían de ese jardín natural un hotel o alguna cosa que les trajera mucho dinero.

El pecado del ángel. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora