4. Jungkook

404 46 2
                                    

Le eché un último vistazo a la galería antes de salir y regresar a casa. Volví caminando, porque nunca tenía prisa por llegar, nadie me esperaba.

Aquel día me equivoqué.

Namjoon estaba sentado en el escalón de la puerta.

Por alguna razón, me impactó tanto como la primera vez que lo vi ahí mismo cuatro meses atrás. Porque no me lo esperaba, claro, y porque..., mierda, porque me quedé sin aire al darme cuenta de lo mucho que lo había echado de menos durante aquellos años de ausencia.

Así que Namjoon regresó una tarde cualquiera a mi vida, de golpe, tal como se marchó.

Me quedé paralizado y tardé unos segundos en convencerme de que era real; estaba igual, como si nada hubiera cambiado. Me dirigió una mirada cohibida y, cuando abrí la puerta de mi casa y le pregunté si quería entrar, no dijo nada, sencillamente me siguió dentro.

Cogió la cerveza que le tendí, salimos a la terraza y nos fumamos un cigarrillo en silencio. No sé cuánto tiempo estuvimos allí, si fueron horas o tan solo veinte minutos, estaba tan perdido en mis pensamientos que ni siquiera me percaté. Solo sé que, cuando se incorporó, me abrazó con rabia y con cariño a la vez, todo mezclado, y luego se marchó sin despedirse.

Repitió aquello un par de veces más. Lo de aparecer por sorpresa en mi casa. Yo era consciente de que venía cuando iba a visitar a su hermano a Gangwon; de paso, siempre intentaba acercarse a estar un rato con mi familia.

Durante los tres años que habían pasado desde la última vez que nos vimos, había seguido esa rutina sin molestarse en venir a saludarme a mí. Hasta tiempo después no supe qué fue lo que un día lo hizo cambiar de opinión y llamar a mi puerta. Entonces no se lo pregunté.

Tampoco volvimos a hablar jamás de Taehyung. Fue un acuerdo tácito entre los dos sin que hiciera falta comentar las normas, porque ambos conocíamos cuáles eran. Y empezamos a ser amigos de nuevo. Pero fue una amistad... distinta, porque cuando algo se rompe y vuelve a unirse, nunca queda perfecto, tal y como estaba, sino que aparecen grietas y bordes desiguales.

-No sabía que ibas a venir -dije la cuarta vez que me visitó.

-Yo tampoco. -Me siguió cuando entré en casa-. En realidad, no tenía días libres, pero pude hacer un cambio a última hora para...

«El cumpleaños de Taehyung.» mierda.

Cerré los ojos.

-¿Una cerveza? -lo interrumpí.

-Muy fría. Puto calor que hace.

-Normal, con esa ropa que llevas.

-Es lo que tiene no vivir como un ermitaño.

Negué con la cabeza tras echarles otro vistazo a sus pantalones oscuros y a esa camisa que seguía siendo calurosa incluso con las mangas subidas.

-¿Todo bien, Namjoon? -Salimos a la terraza.

-Sí, ¿qué tal tú con la galería? -preguntó.

-No me quejo. Es entretenido. Diferente.

Hacía poco más de un año que había empezado a trabajar en esa pequeña galería de Yangyang en la que un día muy lejano deseé exponer mi obra. Y que también estaba relacionada con una promesa. Pero no había aceptado el puesto por eso, más bien me decidí porque... no encontré ninguna razón para negarme. Tenía poco que hacer.

Estaba aburrido. El silencio a veces resultaba demasiado abrumador. Y pensé que me vendría bien pasarme por allí para ayudar ocasionalmente, sin horarios.

No me equivoqué. Era una de las pocas decisiones acertadas que había tomado en los últimos tiempos. Seguía ilustrando, pero era más exigente con los encargos que aceptaba.

El requisito fundamental para que una galería funcione correctamente es tener un proyecto claro y sólido. Yo me había encargado de trazarlo, señalar qué tipo de arte y qué tipo de artistas íbamos a promocionar, algo que era, en esencia, la labor básica en la que se sustentaba aquel negocio. El dueño, Yeong, era un empresario que se dejaba caer solo muy de vez en cuando y que me daba libertad para hacer y deshacer a mi antojo, siempre apoyado en la gestión de Haneul, que trabajaba a jornada completa.

Los primeros meses fueron duros, pero por fin teníamos un catálogo más definido, uniforme y coherente gracias a los vínculos que establecíamos entre los estilos de los artistas a los que representábamos. Yo me ocupaba de buscarlos y convencerlos para que formaran parte de nuestro proyecto, animándolos a que montaran una primera exposición en Yangyang, y luego Haneul se encargaba de mantener una relación más estrecha con ellos. A ella se le daba bien esa parte que los galeristas solían considerar «la poesía de su trabajo», quizá porque era una mujer dulce, madre de tres hijos y con una paciencia infinita, capaz de soportar el ego de cualquier artista engreído, algo que yo no estaba por la labor de tolerar.

Sabía la magia que tenía aquel proceso para Haneul: ver crecer a las promesas más jóvenes en las que habíamos confiado, estar en contacto habitual con los artistas y, sobre todo, visitar sus estudios.

A mí seguía costándome implicarme de lleno.

Había algo..., algo que me retenía.

-¿A cuántos artistas llevas ahora? -Namjoon me miró con curiosidad mientras jugueteaba con el borde de la etiqueta de la cerveza.

-¿Yo? -alcé las cejas-. A ninguno.

-Ya sabes a qué me refiero.

-Los lleva Haneul. Yo solo los encuentro y los atraigo a la galería.

Nos quedamos callados mientras el sol caía tras el horizonte. Volver a tener a Namjoon en mi vida me daba una falsa sensación de normalidad, porque todo era distinto, claro. O quizá era yo, que había cambiado mucho desde aquellos años universitarios en los que éramos inseparables. Seguía siendo una de las personas a las que más apreciaba, pero tenía la sensación de que poco a poco habíamos ido colocando ladrillos hasta levantar una pared entre nosotros. Peor aún. Que hablábamos a través de esa pared. Y que empezamos a hacerlo incluso antes de mi relación con su hermano. Esa certeza de saber que la otra persona te escucha y asiente, pero que no te entiende del todo, no porque no quiera, sino porque no puede. Y yo odiaba palpar esa incomprensión en el ambiente cuando hablábamos, porque me recordaba que la única persona que sentía que me había visto del todo, capa a capa, pedazo a pedazo, era un chico que sabía a fresa y al que echaba tanto de menos...

 Y yo odiaba palpar esa incomprensión en el ambiente cuando hablábamos, porque me recordaba que la única persona que sentía que me había visto del todo, capa a capa, pedazo a pedazo, era un chico que sabía a fresa y al que echaba tanto de menos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
I Want To Hold Your Hand² ✿KookTae✿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora