118. Taehyung

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Estaba en una fiesta que se celebraba en aquel mismo hotel donde un día Jungkook se subió a la azotea para huir de un mundo que no entendía. Recuerdo que, poco antes de que se fuera, le dije que cuando estaba con él era feliz, a pesar de todo. Y quizá ese fue el pellizco que necesitaba para darme cuenta de que aquel no era mi sitio porque, al irse Jungkook, solo quedó aquello: los trajes, las fiestas, conocer a personas nuevas con las que no volvería a hablar al día siguiente e intentar ser agradable con todo el mundo. No es que tuviera nada de malo, sencillamente no era para mí.

No me satisfacía. El vacío que tanto intentaba llenar seguía estando ahí, cada vez más presente y más hondo, como si se agrandara.

Me esforcé por disfrutar de la cena, pero sentía un nudo en el estómago que ni un par de copas de vino pudieron aflojar. La gente que esa noche tenía alrededor hablaba en francés; había pensado mucho en la idea de apuntarme a clases, pero una parte de mí sabía que no iba a quedarme el tiempo suficiente como para hacer grandes avances, porque tras varias semanas solo, pintando más que nunca, consiguiendo palmadas de ánimo en la espalda y mejores críticas, no me sentía más completo ni más satisfecho, tan solo infeliz, apático.

Cuando la cena terminó, después de estar un rato hablando con algunos conocidos de la galería, me alejé de la multitud y subí las escaleras hasta la azotea. Tragué saliva y avancé despacio hasta el lugar exacto donde un mes atrás había estado allí con él, con sus manos recorriéndome por dentro del pantalón mientras me mordía la mejilla con aire juguetón y me hacía reír susurrándome tonterías al oído.

Apoyé las manos en el pretil y contemplé la ciudad.

Las luces formaban constelaciones allí abajo. Me humedecí los labios al pensar en lo bonito que sería plasmar aquella imagen sobre un lienzo: París, la noche, las vidas que palpitaban entre las calles y las farolas, los puentes y los suelos empedrados. Cerré los ojos mientras el aire cálido de comienzos de verano soplaba suave.

Imaginé las pinceladas suaves, los tonos oscuros, el fulgor de las luces, las sombras de pintura húmeda…

Suspiré hondo y di un paso hacia atrás.

Regresé a la fiesta, aunque entendí que, si no lo hacía, nadie me echaría de menos. Y eso fue claridad, un fogonazo que me aturdió mientras me movía entre rostros desconocidos y mesas llenas de bebidas.

—¿Dónde te habías metido? —Scarlett me cogió del brazo.

—Necesitaba que me diera un poco el aire.

—Ven, quiero presentarte a una amiga.

Claire Sullyvan era una inglesa que dirigía una galería pequeña en Londres y que me resultó encantadora. Tenía una mirada amable, una sonrisa tímida, y no parecía empequeñecerse ante la presencia de Scarlett. Callado al lado de Claire mientras Scarlett le hablaba de mis avances y de todo lo que había logrado desde que llegué a París, me pregunté por qué desde el principio me había resultado tan fascinante aquella mujer. No es que no lo fuera, tenía una presencia arrolladora, pero me hacía sentir… menos.

Gustarle a ella había llegado a tener más valor para mí que gustarle a Jungkook o a esas personas anónimas de Yangyang que un día, durante una exposición que sí fue mía de verdad, quisieron gastar su dinero en una de mis obras. Debería haberme sentido deslumbrado por ellos y no por alguien a quien nunca conseguiría conquistar, porque no le gustaba mi estilo ni mi manera de sentir a través de la pintura. No le gustaba mi forma de plasmar, de volcar las emociones.

¿Por qué me había importado tanto su aceptación, su reconocimiento?

¿Por qué a veces invertimos más esfuerzo en los que no lo merecen que en esas personas que sí lo hacen y tenemos delante de las narices?

Sentía que el suelo temblaba bajo mis pies.

—¿Te encuentras bien, cielo? —Claire me miró preocupada.

—Sí, perdonen, solo me he mareado un poco.

—Ven, siéntate. —Claire me acompañó hasta una silla y Scarlett desapareció para traerme un vaso de agua fría—. Tienes mala cara, ¿seguro que estás bien?

Asentí, aunque no, no estaba bien.

Porque algunos golpes no los ves venir, sobre todo cuando tú mismo eres el que golpea, cuando no puedes frenar eso.

—Toma, bebe un poco.

Cogí el vaso. Scarlett se sentó a mi lado y, cuando Claire se disculpó poco después para ir a buscar a su marido, vi que tamborileaba en el suelo con sus zapatos de tacón, impaciente.

—No puede decirse que le hayas causado una primera impresión fascinante, pero intentaré enmendarlo. Estoy convenciéndola para que destaque algunas obras nuestras en su galería. No es muy grande, pero sí prestigiosa. Es una buena publicidad. Pasado mañana visitará el almacén y, si todo va bien, la siguiente semana nos dará una respuesta afirmativa. —Seguí callado mirando la sala—. ¿Acaso no te alegras? —alzó una ceja.

—Sí, claro que sí —mentí.

—Pues nadie lo diría.

Reprimí un suspiro. Conocía lo suficiente a Scarlett como para saber que no estaba enojada, tan solo echaba en falta su momento de gloria, ese en el que me deshacía en sonrisas para darle las gracias.

Era como una niña jugando a algo que se le daba muy bien.

Giré la cabeza hacia ella con curiosidad.

—¿Nunca te aburres de esto? —pregunté.

—¿De qué? ¿De las fiestas, de vivir en un hotel…? Claro que no.

En aquella fiesta me despedí de Scarlett, aunque quizá ella no lo supo hasta tiempo después, cuando le mandé un mensaje a Yeong para quedar con él y explicarle que me marchaba, porque se lo debía, y una parte de mí sabía que él sí lo entendería.

Esa noche volví a pintar algo que me nacía de dentro, a salpicar de color las emociones que burbujeaban ansiosas por salir: un lienzo oscuro lleno de luces de una ciudad de la que empezaba a despedirme. Pero lo disfruté. Cada trazo, cada segundo.

Cuando faltaba poco para el amanecer, me senté en el salón de aquella casa que ahora parecía tan grande sin él y cogí el bol lleno de fresas que acababa de sacar de la nevera. Sostuve una en alto y sonreí con tristeza al pensar que parecía un corazón algo deforme y que, si Jungkook hubiera estado allí conmigo, se lo habría dicho entre risas antes de llevármela a la boca y darle un beso de ese sabor que tanto le gustaba.

 Sostuve una en alto y sonreí con tristeza al pensar que parecía un corazón algo deforme y que, si Jungkook hubiera estado allí conmigo, se lo habría dicho entre risas antes de llevármela a la boca y darle un beso de ese sabor que tanto le gustaba

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I Want To Hold Your Hand² ✿KookTae✿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora