Capítulo Dos

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En el altillo había un chico colgado boca abajo. Su cabeza estaba suspendida en el aire y sus pies estaban atados por una cadena oxidada, que se ataba a una viga del techo. Solo vestía un par de pantalones y el torso desnudo estaba empapado y quemado. 

– ¿Vas a quedarte viendo o me vas a ayudar? – el chico tenía los ojos clavados en mí y me miraba con el ceño fruncido. 

– ¿Por qué estás aquí? – inquirí avanzando lentamente hacia él.

– Parece que soy un vampiro malo.  ¡Suéltame maldita sea! ¡No quiero conversar! – dijo él, sacudiéndose como si pudiese liberarse. 

– No lo sé– me encogí de hombros– si eres un vampiro, no creo poder confiar en ti–

– ¿Y tú qué eres? ¿Una puta hada? – exclamó él, cada vez más molesto. 

– Ya vengo–

– ¿Qué? ¡No! ¡Regresa! –

Me aparté de él y bajé rápidamente hasta salir del altillo. Caminé hasta la puerta de la habitación de Fausto y golpeé con los nudillos. Él tardó alrededor de un minuto antes de abrir la puerta... Ojeroso y haciendo pastitas con la boca.

– ¿Qué sucede? –inquirió cruzándose de brazos.

No usaba camiseta, solo un bóxer ajustados. 

– Sabes perfectamente qué sucede... Me dijiste que suba al altillo y tenías a un vampiro encadenado–

– Ah... Él... No le hagas caso, lo tendré ahí hasta que se pudra–

– ¿Qué? ¡No! – exclamé entrecerrando los ojos– ¿Los brujos y los vampiros no tienen una especie de tratado de paz? – 

– Justamente por eso lo tengo ahí. No sabes la clase de idiota que es– suspiró él, pasando una mano por su cabeza rapada– desafía todas las normas del tratado de paz, si alguien no lo detiene es probable que sea él quien lo rompa en primer lugar–

– ¿Pero ya lo hizo? ¡Si no lo hizo no puedes sencillamente dejarlo en tu altillo! – 

– ¿No era que odiabas a los vampiros?  ¿No puedes odiarlo a este también y dejarlo ahí? –

– Podría... Es bastante maleducado...– me lo pensé un segundo. 

– ¡Puedo oírte maldita hada! – oí que gritaba el chico, desde arriba y no pude evitar reír entre dientes. 

– También tiene ataques de ira...– prosiguió Fausto, intentando convencerme. 

– No importa lo que tenga, bájalo de ahí– insistí, mirándolo con cara de pocos amigos y él resopló resignado. 

– Muy bien–

Subió al altillo y fui detrás de él, para vigilarlos. El brujo no se esforzó demasiado, con un chasquido de dedos la cadena se partió y el vampiro cayó al suelo con un golpe seco. 

– Muchas gracias– le dije a Fausto, arrugando la frente y él se encogió de hombros. 

– Si él hace algo, tú serás quién se encargue– me advirtió Fausto, mientras se inclinaba junto al hueco del suelo para salir de allí. 

Miré al vampiro, seguía acostado en el suelo con las manos y los pies atados y me miraba con los ojos entrecerrados. 

– ¿Podrías? – me pidió moviendo las manos para que lo liberara. 

– Por supuesto– asentí poniéndome en cuclillas a su lado– espero que no hagas ninguna estupidez que me haga arrepentir de este momento–

– Yo solo hago estupideces– dijo él, levantando las cejas y sonriendo de lado. 

Sed de Sangre (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora