12: Culpa y orgullo

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Vinicio

Me siento en el asiento del conductor, escucho la lluvia fuera del estacionamiento, apoyo la espalda en el respaldo y observo fijo la puerta del prostíbulo cerrada. Salgo de mis pensamiento cuando mi celular suena, entonces me sobresalto y reacciono, tomo el móvil para acto seguido contestar.

―Tyner ―digo al saber su número.

―No lo hagas ―insiste.

―Ya está hecho.

―Enviaste a Keyla a ese prostíbulo ¡Por Dios, Vinicio! Reacciona ―pide.

Frunzo el ceño.

―¿Y a ti qué te importa? Ella me traicionó, tenía que pagar.

―Quizás sí, quizás no, pero no puedes simplemente actuar, deberías darle el beneficio de la duda, sobre todo si lo que me dijiste es verdad.

―No sé de qué hablas ―Miro por la ventanilla.

―Cielos, Vinicio, te gusta, me lo dijiste hoy.

―Ya es tarde.

―Todavía no, te estuviste carcomiendo la cabeza estos días con eso, pues bien ahora debes estar sintiéndote fatal, ¿o no?

―Pues...

No puedo admitir algo así.

―Vinicio...

―No cambiaré de opinión ―digo determinante.

Definitivamente no puedo cambiar de opinión, ni aunque la culpa me esté matando por dentro, mi orgullo es más fuerte.

Keyla

Mi vestido rojo se pierde en algún lugar de la habitación circular, la ropa interior que me ponen muestra todo y solo me quedaron los zapatos finos que tenía en la reunión. Hay una luz tenue de color lila iluminando el piso y música fuerte en todo el ambiente. Me duelen las manos, me las han atado hacia arriba, la soga se sostiene desde el techo. Me estremezco cuando entran tres hombres al cuarto, uno de ellos le paga al guardia que cuida la puerta, vienen juntos. Como pensé, esta es una orgia con mi cuerpo, yo soy la atracción en esta pieza para que se diviertan.

Cielos, ya me había acostumbrado a ser una prostituta de un solo hombre, bueno de dos, pero no era al mismo tiempo y era con el que quería. Esto es diferente, incluso a cuando era una puta en el otro burdel, pero no puedo aceptar ninguna de las dos opciones hace días, no desde que me acosté con Tyner. Solo me gustaría que me toque él y ahora ya ni puedo rogarle a Vinicio para no tener sexo. A estos tipos no los conozco, no podría pedírselos ni aunque quisiera, jamás los convencería.

Uno se pone a mi espalda, apoyando su torso en esta, siento su bulto en mi cola, el otro se agacha a la altura de mi pelvis, tomando mi cadera con ambas manos y el que sigue pone sus manos en mis pechos, estrujándolos. Ninguno de los tres quiere esperar ni un segundo. Siento sus dedos hurgando mi físico cuando empiezan a abusar de mí, así que cierro los ojos y de repente la tortura se acaba en seguida, los abro cuando oigo tres disparos. El guardia se aparta de Vinicio y este lo mira cuando baja el arma.

―Deshazte de los cuerpos ―ordena.

―Pero, jefe ¿Por qué...

―Tenían que morir, tocaron lo que no debían.

―Vinicio ―Parpadeo varias veces y lo veo mejor ya que mis lágrimas habían empañado mi visión.

Otra vez no me había dado cuenta que estaba llorando.

―Mi culpa pudo más que mi orgullo ―declara algo que no comprendo mientras desata mis manos.

Una vez que estoy sin ninguna cuerda, mis brazos caen en sus hombros y me aferro a él, para abrazarlo e intentar que no me suelte, pero igual me aparta entonces se saca la chaqueta, para ponérmela.

―¿Dónde está su ropa? ―le pregunta al guardia.

―La tiramos ―responde el hombre.

―No importa ―Me levanta entre sus brazos ―. Vámonos.

Al salir del burdel y llegar al estacionamiento, me adentra en el asiento trasero del vehículo, en vez de en el del copiloto, así que observo su acción confundida.

―¿No nos vamos todavía? ―pregunto incrédula.

Solo me quiero largar de una vez por todas de aquí.

―Tenemos un trato, Keyla ―Cierra la puerta detrás de él, sentándose a mi lado ―. No lo cumpliste, pero tienes razón, no puedo deshacerme de ti porque me gustas. Estoy loco por ti, por eso hay cosas que van a empezar a cambiar en nuestra relación, porque ya no puedo confiar en ti ―Suspira.

―Juro que no te traicionaré ―miento porque es probable que lo hagas, más después de entregarme a esos hombres.

―Tendrás a alguien que te vigile las veinticuatro horas.

―¿Qué? ―digo desconcertada ―No puedes.

Se me aproxima y retrocedo, termina aplastándome al subirse sobre mí. Mis piernas quedan abiertas y siento su bulto a través de su pantalón.

―Continuaremos esta conversación mañana, ahora quiero que me demuestres que lo que dijiste antes de entrar al prostíbulo es cierto.

"Solo puedo hacerlo contigo".

Mierda, traicionada por mis propias palabras.

―¿Ahora?

―Keyla, tres tipos estuvieron por tenerte a su merced, es obvio que quiero que vuelvas a sentir mi piel y que te olvides de ellos.

Asiento dándole mi consentimiento.

Mis mejillas arden por la vergüenza, siento sus dedos recorrer mi pierna y mi zapato se apoya en la parte de atrás del respaldo de la silla de adelante, mientras mi otro pie está suspendido y el calzado se está por caer de este. Baja la chaqueta que me puso antes, entonces comienza a besar mi cuello, a la vez que refriega su pelvis contra la mía. Empiezo a excitarme, mi cuerpo ya se ha acostumbrado al suyo.

El auto se mueve cuando prosigue embistiéndome, todavía teniendo la ropa, la cual empieza a mojarse, manchándose con el sudor. Mis piernas tiemblan y se mueven suspendidas en el aire, no he perdido los zapatos todavía. Vinicio abre su cremallera, y busca en el suelo algún preservativo que enseguida encuentra. Se lo pone y me penetra, ya que mi ropa interior, no cubre nada de mi zona intima. Está preparada para eso, es vestimenta específica del prostíbulo. Lo que me hace cuestionar ahora, si he vuelto a ser su mujer o su prostituta.  

Perversa Oscuridad: ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora