Érase una vez un demonio abandonado por sus padres, y criado por un par de dragones morados. Morados como la tristeza, morados como la indiferencia.
Aquel desconocido fue creciendo y creciendo, hasta que la adolescencia asomó en el demonio, quien no pudo evitar atravesar la etapa de la rebeldía '¡Yo jamás desearía ser un dragón como ustedes!', exclamaba sin cesar, día y noche hasta la eternidad. Observando sus cuernos y sus garras que le rasgaban por dentro, todo para no asemejarse a dichos sujetos.
Sufría. Al día de hoy aún lo hace, probablemente. Pero todo eso ocurría en silencio, en un eco mental del que no podía escapar.
Pobre demonio, ¿no? ¡A cuánta ceguera se puede llegar!
Sin embargo, un día el blanquecino demonio se tornó colérico consigo mismo, pues duró tanto tiempo evitando ser alguien... Para descubrir que aún si quisiera asemejarse, ¡sería imposible! Un demonio en vía de extinción no tendría que ocultarse para no ser cazado, no debe ocultar sus raíces ni intentar modificarlas. La blanquecina alma que habitaba su ser se tornó amarilla de la putrefacción de sus pensamientos que lo torturaban a la par del tic tac del reloj, ¿¡Y qué más dá!?
'Son aquellas marcas las que me hacen especial' —Le sonrió a su reflejo. Ya no tengo que huir más, debo luchar por mis raíces, por mis ancestros, ¡POR MÍ! Mi nombre fue manchado, más hoy en honra lo voy a dejar. Ser un demonio no determina que en mí sólo habite oscuridad.
La amarillenta alma del demonio se tornó verde, tanto como su corazón que estaba en pena; y aunque al día de hoy se desconoce el paradero del demonio, algo es seguro: sin importar todos los colores que tome su indefensa alma en comparación de la de otros demonios, la suya siempre será especial e irremplazable.. Y siempre llamada será: La blanquecina.