Capítulo 7: Todo o nada

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          Había cambiado tanto mi vida en estos meses. Por fin podía salir de casa, estaba en un colegio con los demás niños, era aceptada; pero me faltaba algo. Antes creía que teniendo todo lo que tengo ahora sería feliz, pero me equivocaba.

Le necesito, como amigo... Aunque siga sin entender, qué significa el hormigueo que siento en mi tripa cuando oigo su nombre en clase o cuando un día me vió saliendo de una tienda y me dijo: ¡Mel! ; sin darse cuenta.

No estoy segura de lo que voy a hacer o decirle, él quiere una respuesta y yo tengo la llave; puedo abrir mis secretos a alguien o cerrarlos para siempre. Tengo miedo, miedo a que me deje, a que se asuste de quien soy y qué puedo hacer. Además está la posibilidad de que se lo cuente a alguien y me conviertan en un conejillo de laboratorio.

Cuanto más tiempo pasa, más nerviosa me pongo. ¿Y si no viene? Tal vez se ha arrepentido de conocerme.

Estoy dando vueltas como una loca en mi habitación, la cual he ordenado y limpiado cuatro veces. Solo tengo tres minutos antes de desmayarme del estrés, así que me siento en la cama encogiéndome y poniendo mi cara en mis piernas. Está decidido, no va a venir; cuando de repente oigo un golpe en la ventana. Al principio no le doy importancia hasta que el siguiente golpe hace que el cristal se agriete un poco.

Salgo a asomarme y gritarle al vándalo unas cuantas cosas no muy agradables, cuando me doy cuenta que es Pterseo. Está plantado debajo de mi ventana al lado del manzano intentando ocultar su preciosa sonrisa pícara.

– ¿Qué haces ahí?– le pregunto. –¿No vas a entrar?–

– Ahora mismo subo.–

¿No se referirá al árbol? ¡Está loco!

– Pero no subas al árbol.–  le digo, demasiado tarde. – Puedes hacerte daño y no tengo seguro del hogar para psicópatas que quieren hacerse héroes.–

Pterseo no me hace caso y con agilidad sube a la primera rama del manzano. Lentamente camina por la rama más alta y cuando está casi al lado de mi ventana, se rompe y Pterseo cae con él.

– Has visto demasiadas películas de superhéroes.– le comento, mientras intento no reírme. – Lo que no te decían en ellas es que para ser un héroe, has de hacer actos heroicos de corazón.–

– Si que te lo decían, pero yo no me fijaba mucho en ello.– dice Pterseo mientras se levanta del suelo y se sacude las hojas que tiene en los pantalones.

–¿Entras por la puerta o quieres volver a intentarlo?– Le pregunto.

–No, creo que he aprendido la lección.–

Al instante salgo de mi habitación, bajo rápidamente las escaleras y abro la puerta con una sonrisa. Pero Pterseo ya no sonríe, está serio y un poco intimidado.

–No están mis padres.– le digo, lo cual le hace relajarse un poco. Es la primera vez en años que mi madre sale de casa sin decir nada más que voy a ayudar a tu padre; así que estamos solos.

Pterseo no dice nada durante el trayecto a mi habitación, se para alguna vez para ver con detenimiento algún cuadro o foto que hay en la pared y continúa. Asimismo me gustaría destacar que no hay muchas fotos de mí en la casa, porque no me gusta salir en ellas; solo hay una cuando tenía tres años en nuestro jardín y ya entonces llevaba gafas de sol.

Por fin llegamos, pero me siento sin fuerzas. Todo lo que tenía pensado en decirle, se me olvida; solamente pienso en pasar los últimos minutos mirándole, inspirando ese olor a miel de su boca antes de que me deje, antes de que se vaya de mi lado para siempre.

– Entonces..., ¿Me lo vas a contar?– me interrumpe Pterseo. Ojalá me hubiera dejado más tiempo, pero es el momento, mi momento; voy a contarle mi secreto

–Me tienes que prometer que pase lo que pase, nunca se lo contarás a nadie. –

– Te lo juro.– dice Pterseo al momento.

Inspiró y le digo: – Será mejor que te sientes.–

Y cuando a regañadientes Pterseo se sienta en mi cama, vuelvo a cojer aire y empiezo:

– ¿Te acuerdas de lo que nos contó hace unas semanas Imma, nuestra profesora de filosofía, sobre la mitología?–   Él asiente, así que continuó. – Nos dijo que todos tenemos un poder especial, una característica que nos diferencia de los otros; como la belleza, la fuerza, la valentía.. Y antes en la antigüedad el que tenía el mayor poder, podía hacer lo que quisiera...

– ¿Pero qué vas a decirme toda la lección de filosofía?–  me interrumpe enojado.

– Querías la verdad, ¡te lo estoy explicando!–  exclamo.

– ¡No, sólo oigo decirte cosas sin sentido! –

–¿Quieres la verdad?– Le pregunto.  – ¿Estás seguro que quieres conocerla?–

– Sí, eso es lo que te pregunté en el primer momento.–

– Llevo gafas porque...lo que quería decirte antes era que...–  No puedo, él me está gritando y ese es el último momento que tendremos juntos y estoy aguantando hasta el final; porque nada volverá a ser como antes.

–¡Dilo!– me grita.

Pero al final lo suelto.

– Puedo convertir a la gente en piedra.–

Silencio, un duro y doloroso silencio. –Cuando la gente o los animales me miran a los ojos se convierten en piedra.–

Estuvimos así durante varios minutos, en un silencio que me recorría la espalda y me hacía estremecerme. Era horroroso, yo le miraba, él me miraba pero nadie decía nada. Sus ojos, como la última vez, examinaban mi cara detenidamente a cualquier atisbo de mentira, pero no lo encontraban. Y hacían que cada minuto que pasaba sus ojos tornaban de asombro a delirio y de este a pensativo.

Eso es lo peor no saber cómo va a reaccionar, igual grita, igual se ríe de ti. No me arrepiento de lo que he hecho, sólo me gustaría que me hubiera dejado explicar más.

– ¿Y cómo se que dices la verdad? – Pregunta, haciendo que la situación se vuelva más extraña. No tiene miedo, lo veo en sus ojos; ¿pero eso significa que cree que estoy mintiendo o piensa que es cierto?

Tardo un rato en reaccionar pero al instante voy al armario, cojo la caja que está al fondo de este y se la doy. Cuando Pterseo la abre, pregunta: –¿Qué es esto?–

– Es un pájaro de piedra.– le respondo mirando al suelo.

–¡Ahora me dirás que lo has hecho tú!– exclama mientras camina de un lado de la habitación frotándose la cabeza.

Tengo la necesidad de que me crea por todos los medios que estén en mi mano; así que salgo un momento de mi habitación, cojo la pecera de mis padres y vuelvo. Pterseo me mira extrañado mientras deposito la pecera en la mesa y cojo al pez con la mano.

–¿Qué haces?– pregunta.

Nunca había hecho esto, odiaba hacer daño a la gente, a los animales; pero si había aunque fuera mínima la posibilidad de que estuviera un minuto más conmigo, lo haría.

–No me mires a los ojos. – le digo.

Agarro delicadamente al pez para que no se me resbale, me quito las gafas y hago que me mire fijamente.

En ese momento mi poder resurge. Una energía poderosa, un subidón de adrenalina que sale de mi cuerpo y llega a donde está el pez. Mi pececito no puede hacer nada y se queda quieto involuntariamente, mientras poco a poco sus escamas se vuelven oscuras, su piel gelatinosa se vuelve dura, y sus ojos se vuelven grises. Mi pequeño pez ya no está con nosotros, está convertido en piedra.

Pterseo no dice nada, solo me mira con la boca abierta a mí, que me he vuelto a poner las gafas, y a la pequeña escultura del pez que hay en mi mano.

– ¿Entonces eres una gorgona?– pregunta asombrado.

¿Por qué no grita de miedo? Solo me mira cauteloso pero con interés.

– ¿Eres Medusa? –

Eterno Poder © #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora