Dania.
—Llegamos.— me avisó mi papá, removiéndome un poco.
Me quejé. No quería dejar de dormir, aparte, que estaba soñando que era novia de Aron Piper. Te odio papá.
Suspire y me bajé de la camioneta estirando mis brazos. La vuelta a Buenos Aires, me producía algo agridulce. Me reencontraría con personas que todavía no estaba preparada para volver a ver...
Volver a verlo a él. Después de tanto. Después de cuatro años.
Yo había pensado mucho en Tomás, todo lo que había pasado. Nos fuimos a España dos días después de que mi tío me cuidó. Mi mamá vino a buscarme para que nos vayamos a vivir ahí. Y desde ese día, no se nada más de él. Aunque mis padres siempre nombraban lo tanto que lo extrabañan, a todos.
Luego de que mi viejo arregle un par de cosas en España, decidimos volver a nuestro hogar.
—Dani, ayuda a tu mamá.— dijo Lucas, bajando las valijas.
Asentí. La ayudé a mi mamá quien con la poca fuerza que tenia, a causa de su embarazo, intentaba bajar un par de cajas.
—Deja, ma. Te va a hacer mal.— dije y suspiró.
Decirle eso a ella, que odiaba quedarse quieta, la hacia sentir horrible. Cuando entramos todo, decidimos ir a la mansión de los chicos. Los nervios me invadían. ¿Qué debería hacer? ¿Cómo tendría que actuar? ¿Que tenia que decirle? ¿Seguirá haciendo lo mismo?
Las preguntas que me habían dejado aquellos sucesos eran increíbles. Todos los días me preguntaba cada vez más, si en verdad, yo le gustaba. O solo fue un juego de pendejo boludo. Sin darme cuenta, después de media hora, habíamos llegado.
—Dania, baja.— pidió papá, le hice caso y observé todo bajando mis anteojos negros.
La mansión lucía igual, o un poco más lujosa. Afuera se aparcaban autos de diferentes marcas, todas caras. Salen más de lo que vale mi vida, creo. Caminamos hasta la puerta y mamá golpeo dos veces. Nos abrieron minutos después, Sebas no podía creer que estemos frente a él.
—¡Dania, que grande estás!— exclamó al verme y me abrazó.
Le devolví el gesto entre risas. Siempre había sido tan cálido, Amadeo también, lo amaba con todo mi corazón. Aunque después de todo lo que pasó, me sentía tan avergonzada conmigo misma que no podía ni hablarles. Ellos seguro sospechaban. O al menos Sebastián, que siempre me dijo que podía hablar con él cualquier cosa que me pasaba. Y siempre lo reiteraba.
—Pasen, pasen...
La mansión estaba como la recordaba, aunque con varias decoraciones nuevas. Pasamos al patio, donde todos estaban.
Lo busqué con la mirada. Sí, lo hice. Y lo encontré. Sentado en el borde de la piscina, con la cabeza tirada hacia atrás y apoyado en sus brazos. Anteojos de sol puestos, junto con una bermuda con flores y el torso desnudo.
Sentía mi corazón latir tan fuerte que creería que saldría de mi pecho. Nadando en el agua, estaba Julieta. Siempre la quise tanto y ahora me odio a mi misma por como le fallé a su lealtad.
—¡Estamos acá, familia!— gritó mi papá, causando que todos nos presten atención.
Incluso él, que al ver a su hermano que la vida le dió, corrió a abrazarlo. Se tiraron al pasto por el impacto y comenzaron a llorar. Después de su recibimiento, se pararon. Tomás abrazó a mi mamá y cuando se separaron, me miró de arriba a abajo.
—Princesa...— susurró, haciendo que me dé piel de gallina. —Estás... Enorme, Dios.
Sonreí. —Hola, tío.
Me abrazó rápidamente. Me parecía extraño estar entre sus brazos, una sensación que hace tiempo no experimentaba. El aroma de su perfume mezclado con el cigarrillo, una fragancia que siendo sincera, extrañaba.
—Tanto tiempo, amor.— lo escuché sollozar, ¿Estaba llorando? —No sabes como te extrañábamos.— dijo cuando nos separamos. —Como los extrañábamos. ¿Porqué no contestabas mis mensajes de instagram?
Pensé en alguna excusa razonable. En realidad, todas las que se me venían a la cabeza, era prohibido decirlas. No podía decirle que tenía miedo a todo lo que había pasado tiempo atrás. Al menos no frente de mis padres.
—No sabía que me escribías.— respondí.
Julieta se nos acercó sin dejar que él diga algo más.
—Hermosa, estás enorme.— dijo al verme y me abrazó.
Lo disfruté. Disfruté abrazarla. Fue mi tía y mi mejor amiga. A pesar de todo, le tenia el mismo cariño de siempre.
—Tía, que hermosa estás.— dije, dejando de lado la vergüenza.
—¿Y vos? ¿Te viste?
Sonreí. Era verdad. Cazzu era una persona hermosa por dentro por fuera. Ahora, con su flequillo y más tatuajes era mucho más hermosa. Capaz por eso Tomás nunca la dejó. Porque es lo que le conviene. Nosotros nunca podríamos ser nada y no tengo idea porque seguía pensando que sí.
Saludé a todos, entre abrazos y llanto.
—Vamos a almorzar.— habló Mauro.
Asentimos y nos sentamos cada cual en su silla. Sería un largo verano.