21.

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Tomás.

—Vos también, te pones a la altura de una pendejita.— dijo Martín, mejor conocido como El Ruso, por su parentesco a los nacionalizados en ese país. —Ya se le va a pasar.

—Es que me jode mucho que no entienda que las cosas son como yo las digo.

Rodó los ojos. —Vos también. Si yo tengo una pareja como vos lo mando a volar.— respondió.

—Pero es que está creciendo. Si no me respeta ahora ¿Cuando crezca qué?

—Si vos pretendes educarla a ser sumisa toda su vida, vas por mal camino. Si no cualquiera va a poder pasarla por encima.— bufé. —Lo que te pasa es que estás acostumbrado a que cualquiera te haga caso y, Dania, no es así. Tenés que aprender también a respetarla y quererla como es. Si hay algo que te jode en serio, se lo decis. Pero no cualquier pelotudez. Que ella sea como quiera ser, no como vos le decís.

Pasé las manos por mi cara. —Ya no sé...

—¿Quién te mando a ser un asaltacunas? Con tu ex estabas bien.

—No. Si no nunca la hubiese dejado. Amo a Dania.

—No sé, Tomás... No estoy dentro de tu cabeza. Pero te recomiendo que, no la reprimas. Escuchala. Preguntale. Aprende vos también. Nunca nadie deja de conocer a la persona que tiene a su lado.

—Qué sabio me resultaste ser.

Se rió y le dió una calada al porro que había acabado de armar. La puerta de la entrada se abrió, Dania entró con su pelo rubio oro atado en una colita, la camisa levemente desabrochada y su mochila colgando de un solo hombro.

—Hola, Dania.— la saludé con seriedad, aunque había escuchando los consejos de mi amigo, no dejaba de ser orgulloso.
—Él es Martín, un amigo.

—Hola.— sonrió con su simpatidad tan marcada en ella. —Soy Dania.

—Si, me hablaron de vos.— comentó Ruso levantándose levemente para saludarla con un beso en el cachete.

Ella se acercó a mi y dejó un (muy) corto beso en mis labios que fue más por compromiso que otra cosa.

—Veo que es bastante complicado— susurró mi amigo levantando las cejas.
—Los dejo, creo que tienen que hablar.

Eso era algo que había estado evitando y ahora gracias a él iba a hacerlo. No entendía como debía empezar la conversación, porque ni siquiera me acordaba de como había empezado ma discusión o que sentido tenia.

—Dania...— llamé su atención entrando a la cocina, ya que allí estaba.
—¿Podemos hablar?

La encontré lavando una manzana para después darle un mordisco. —Habla.

—Es que... Lo de ayer...

—¿Si?— parecía bastante indiferente ante la situación y eso estaba comenzando a desesperarme.

—Que podemos arreglarlo ¿No? Digo, dejar de discutir un poco.

—Si vos lo decís.— me dió la espalda dispuesta a irse pero la tomé del brazo.

—Espero que me estés tomando en serio.

Alzó sus hombros. —Ya tantas veces discutimos y nos arreglamos, Tomás. Una raya más al tigre...

Suspiré. —Está bien, hace lo que quieras.

Soltó una risa y se fue. Todo esto lo hacia porque quería verme en mi peor personalidad y no le iba a dar el gusto de sacarme de quicio. Así que solamente agarré un cigarrillo y salí afuera a fumarlo.

Ella no sabia todo el esfuerzo que estaba haciendo para mantenerla a mi lado. A todo lo que renuncié por ella y a todo lo que me estoy arriesgando.

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—¿No vas a comer?— le pregunté a Dania al ver que no agarraba una pizza para comer, negó. —¿Porqué?

—Simplemente no tengo hambre, Tomás.

—Bueno, no me contestes así.

—No te contesté de ninguna manera.

—Si. Podes ser un poco más dulce ¿No?

—No.— bufé y le di un bocado a la porción de mi mano. —¿Hoy vas a salir? Porque no me sorprenderia que lo hagas, ya que todas las noches estas fuera de casa...

—No entiendo porqué buscas siempre un motivo para discutir.

—No busco ningún motivo, es que si vos no salís, voy a salir yo.

—¿Y a dónde, nena? Si no conoces ni la mitad de la ciudad.

Se rió. —No, pero mis amigos si.

—¿Qué amigos?

—¿Te importa?— alzó una ceja.

—Por algo pregunto.— ironicé.

Rodó los ojos, el timbre de la casa y se adelantó a mis acciones para ir a abrir. Su grupo de "amigos" constaba de una chica y dos pibes. Tragué saliva.

No hagas un drama, no hagas un drama...

—Hola, Dania.— saludó uno de ellos con una sonrisa tonta en sus labios y la tomó de la cintura para dejar un beso en la mejilla de mi novia.

Si hacé un drama, si hacé un drama...

—¿Qué onda?— pregunté metiéndome entre el puberto y Dania. —¿Todo bien?

Dania sonrió. —Si. Él es mi amigo Gastón, el otro es Simón y ella es Melisa. Son argentinos ¿No es genial?

Sonreí falsamente. —Si... Genial.

—¿Ustedes que son?— preguntó Melisa.
—Uh, perdón, re chusma yo.

—Es mi hermano.— respondió la rubia.
—Vinimos para acá hace poco. Pero bueno, no quiero contar toda nuestra historia esta noche. Nos vamos, Tomi. Cuidate.— Dania dejó un beso en mi cachete y se retiró junto a su grupo de amigos.

¿Con que hermanos, eh?

nuestro secreto | c.r.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora