20.

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Dania.

Limpiaba la habitación que compartia con Tomás, le pasé el trapo a los últimos adornos y para seguir limpiendo, abrí el cajón de la mesita de luz de mi novio. Ahi, encontré mi celular todo roto, con razón hace tiempo no lo encontraba.

Salí de la habitación para enfrentar a Tomás y me lo encontré sentado en el living jugando a la play. Me paré enfrente suyo y él quería esquivar mi figura para seguir jugando.

—Tomás. ¿Qué significa esto?

—Tu celular. Roto. Destrozado.— respondió sin interés. —¿Te podes correr que estoy jugando?

Apagué la consola y él me miró furioso.
—¿¡Porqué lo rompiste!?

—¿¡Porqué me apagaste la play!?

—Yo pregunté primero ¿Qué hace mi teléfono así?

Suspiró. —Pasa que, por tu chip, nos pueden rastrear. Aparte, mientras lo veía... Leí unos mensajes de Agustín que no me gustaron para nada y una cosa llevó a la otra entonces lo rompí.— se encogió de hombros. —Después te compro otro.

—¿Sabias que el celular no tenia nada que ver con el chip? Dios, sos un tarado.

—No me hables así, Dania.— dijo serio.
—Yo hago lo que quiero, no me faltes el respeto que el mayor acá soy yo.

—No sos mi papá.

—Pero si tu novio, yo te mando.

Me reí irónica. —No sabia que los noviazgos eran así.

—Un noviazgo conmigo si es asi, es tu decisión aceptarlo o no.

—Ah ¿Entonces te da igual que yo sea tu novia o no?

Relamió sus labios. —¿Podes dejar de buscar discusión? Si te vino a mi no me jodas.

—No, hoy no estoy menstruando. Pero ¿sabes qué? Me molesta bastante que actúes como un machito de mierda.— fui a la habitación y agarré una campera dispuesta a irme.

—¿¡A donde tenés pensado irte, loca!?— me agarró del brazo con fuerza comenzando a arrebatarme. —¡No conoces ni un poco la ciudad y te querés ir!

Mis ojos se llenaron de lágrimas y con la fuerza que pude, lo empujé contra la pared. —¡Dejame, Tomás! ¡Estoy cansada! ¡Cansada!— grité sintiendo como dolía mi garganta por la fuerza.

—¿¡Cansada de qué!? ¡Hago todo por vos!

—No me sirve que hagas todo por mi si nuestra relación es así— sequé las lágrimas que caían por mis mejillas.
—Andate vos, o me voy yo.

Tomás negó. —Espero que empieces a cambiar tu actitud de inmadura, de pendeja tarada.

—Sorpresa de último momento, tengo quince años, soy una pendeja.

Se rió sarcásticamente y salió de la casa dando un portazo. No podía creer que nuestras discusiones sean creadas por tremendas estupideces. Era como un efecto dominó.

Exhausta, me acosté en la cama. Tenia miedo. Tenia miedo que Tomás actúe con bronca y haga cosas que podía llevarnos al final. Pero una parte mía, seguía confiando en él. Seguía creyendo que, usaba la razón y que me sigue amando a pesar de todo.

La imagen de Julieta venia a mi mente siempre. Ellos fueron un noviazgo feliz. Desde chicos. Casi toda su vida. ¿Qué me garantizaba a mi no ser una Julieta más en la vida de él?

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—¡Dania!— gritó alguien y abrí mis ojos, encontrándome a Tomás frente a mi.
—Tenés que ir a la escuela, despertate.

—Ya va.

Suspiré. Ya había pasado un día desde nuestra pelea y nuestra relación no volvió a ser la misma. Por cualquier cosa nos molestábamos, no creando una discusión, pero lanzando comentarios innecesarios. Me vestí con el uniforme que constaba de una pollera cuadrillé, medias bordó y una camisa negra.

—Te queda corta esa pollera.— comentó Tomás masticando una tostada. —Te voy a comprar otra, hay muchos pajeros sueltos.

No decidí hacer ningún comentario más y solo asentí demostrando que quizá, soy un poco (muy) sumisa. Salimos de nuestra casa y nos subimos al auto, me limité a mirar por la ventana durante todo el trayecto.

Nuestra relación iba de mal, en peor.

nuestro secreto | c.r.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora