3.

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Dania.

—Ustedes no pueden hacer eso, son como... Familia...— dijo Tomás exaltado.
—Son, casi primos. Toda la vida juntos. ¿Y hacen esto?

Nosotros lo somos igual y no pensaste eso todas las veces que me besaste, pensé.

Me mantuve en silencio. No podía agregar nada y estaba rara. Shockeada mejor dicho. Amadeo estaba con la cabeza gacha. ¿Qué le íbamos a decir? Sí, estábamos borrachos y quisimos besarnos. No. Obviamente no.

—Andate a dormir, Amadeo.— le ordenó. —Y rogá que no le diga nada a tu viejo.

—Buenas noches.— se despidió, notablemente apenado.

Nos quedamos solos y en silencio. Tomás me miraba esperando que le dijera algo, que le explicara, que al menos me disculpe. Pero, no lo hice, solo jugué con los cordones de mi buzo.

—¿No pensas decir nada?— preguntó. Me encogí de hombros haciéndole entender que no. Que no tenía planeado hacerlo. —¿Cómo podes ser tan cínica de besarte conmigo y después con tu primo?

—Vos sos mi tío, me besaste por años. ¿Cómo podes ser tan cínico de besarme, prometerme cosas, y aún así seguir con Julieta? ¿Cómo podés?— pregunté descargando todo.

Suspiró. —Hermosa, vos te fuiste. Yo iba a cumplir mi promesa.

Me reí irónica. —Tenía once años... ¿Qué ibas a hacer? ¿Casarte conmigo teniendo yo once años?

—Me encantabas tenías la edad que tenías.— suspiró. —Me encantas— corrigió. —Y te amo.

Me abrazó sin dejar que responda. Sabia que si yo lo hacia, otra acusación se haría presente y no era muy bueno en excusarse.

—Está bien...— me limité a decir.

—¿Cuál es tu habitación?

—La de los chicos.— contesté.

—Vamos a dormir a mi cuarto.

—Está Julieta.— dije, sonando obvia.

—¿Y? Cuando eras chiquita hacíamos eso siempre.

Sonreí. Era verdad. A la edad de cuatro, o cinco años, me metían en la cama con ellos. Mirábamos películas y nos quedábamos dormidos. En esos momentos... Nada pasaba.

—Pero es diferente.— excusé. —Ahora soy grande, no una nena. Anda a tu habitación, con tu novia, y dejame a mi con mis primos.

—Con lo que acabo de ver, no confió en ellos.

—Pero no es necesario que confíes en ellos.— dije. —Solo, confía en mí.

***

—Dania, — escuché la voz ronca de Bruno. —Despertate.

Abrí mis ojos y los entrecerré por la luz del sol. —¿Qué onda?

—Nada. Nuestros viejos tienen un flasheo mental y quieren ir a un río de no sé donde para pasa el domingo. Vestite, nos vamos en un toque— informó.

Siempre fue muy cortante conmigo. No lo entendía. Alejo, mi tío, siempre pareció muy obligado a demostrarme cariño. Aparte de que, después de una pelea que tuvieron con Tomás, la familia se distorsionó un poco. Nunca supe con exactitud porqué se pelearon, nadie lo sabía.

Bajé las escaleras hasta el comedor luego de haberme cambiado y preparado mis cosas en una mochila. Todos estaban ahí con sonrisas en sus rostros y contentos de que la familia esté unida de nuevo.

La mano de Tomás rodeaba la cintura de la morocha. Un dolor apareció en mi pecho pero, ¿Porqué?

Al notarlo, sacó su mano y me sonrió a boca cerrada. Aunque no debía, sentía celos de ella. Celos sanos. De los que deseas ser esa persona, pero no la odias por ser como es.

—Vamos— habló mi viejo, todos salimos por la puerta e ingresamos a la camioneta gigante donde entraban todos.

Comenzaron a manejar y coloqué mis auriculares, reproduciendo "Los auténticos decadentes."

Todos estaban en su mundo. Aunque yo intentaba centrarme en el mio, no podía teniendo una escena tan desconcertante frente a mí. Julieta y Tomás. C.R.O y Cazzu. Parecían en su mejor momento. Se daban besos, sonreían, se susurraban cosas. Como si tuviesen una burbuja donde eran ellos solos. Pero no. Estaba yo, viéndolos, desde una esquina.

Que estúpida. Tenía quince años. ¿En que podía competir con ella? Buen cuerpo, morocha, toda una chica mala, lindq cos. Yo no. Era rubia, ojos celestes, miedosa, insegura... Y miles de cosas negativas más.

***

—Qué lindo.— dije, bajando de la camioneta.

A mi lado, estaba Amadeo con una sonrisa en sus labios. Al pibe le encantaba estar en el aire libre. Pescar, meterse en ríos, escalar árboles. Hasta creiamos que tenía descendencia de Tarzán, quien sabe.

—Tomá— me entregó Tomás una gorra que decía "barderos" —Hay mucho sol.

—Gracias.— respondí.

Volver a Buenos Aires significaba tener más música de mi papá y él. Barderos volvía, con todo. Eso significaba: Giras y muchos viajes.

—Nosotros vamos a preparar el fuego, fijate que las chicas van a tomar sol— me indicó Mauro señalando a las mujeres que se estaban por acostar al borde del río.

Yo no haría eso nunca. Jamás. Mi cuerpo al lado de ellas era una burla.

—Eh, no. Prefiero quedarme con
ustedes.

Tomi sonrió y me abrazó, los demás se alejaron y quedamos solos.
—Te quiero besar— murmuró.

Sentí mis mejillas teñirse de rojo.
—Hacelo.

—No.— contestó. —Acá no. Pero no te descuides.

Rodé los ojos y seguí a los demás. No tenia muchas expectativas de todo esto.

nuestro secreto | c.r.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora