2.

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Dania.

Tecleaba mensajes en mi celular para el grupo de mis amigas. La película estaba reproduciéndose en la tele, todos miraban con concentración menos los jóvenes. Osea, Amadeo, Bruno y yo.

—¿Muy interesante la charla?— escuché que decían en susurro a mi lado.

Tomás.

Apagué la pantalla del celu y lo miré.
—Sí.— me crucé de brazos.
—¿Necesitabas algo?

Asintió. —A vos. ¿Podemos ir a tomar un helado, como en los viejos tiempos?

Suspiré, miré al costado, mi papá y mi mamá estaban acurrucados y medio dormidos.

—Está bien.

Nos levantamos del sillón causando que Julieta nos mire. —¿A dónde van, amor?

—A tomar un helado.— anunció, Lucas asintió y salimos por la puerta.

Buscó en su bolsillo algo, al sacarlo, pude notar que era un pucho. Lo prendió y le dió una calada. Miré a mis costados, disfrutando de las calles vacías. Hace tiempo no caminaba por ahí y recordar que antes era rutina, me hacia sentir nostálgica.

—¿Seguís con la música?— pregunté.

Solo me dedicaba a escuchar sus temas viejos. Después de irme, no entré nunca más a su canal de YouTube, ni a su perfil de Instagram.

—Sí.— respondió encogiéndose de hombros. —Prometiste contestar mis mensajes, pero no lo hiciste.

—Perdón.— miré el piso. —Es que... No sé. Quería desprenderme un poco de todo.

—Está bien, te entiendo, princesa.

—Pasaron tantos años y me seguís llamando así.— dije con una sonrisa.

—Nunca vas a dejar de ser mi princesa.

Lo miré. —¿Tú princesa?

—Sí.

Ambos frenamos en seco. Sus rasgos maduros ya se hacían notar. Donde antes había acné por la juventud, ahora ya no y en cambio, había tatuajes. Sus manos, siempre tan lindas, con varios anillos en sus dedos. Vestido con unas vans, una remera de Nirvana y un short deportivo, es como siempre me gustó. Así.

Acarició mi mejilla y cerré los ojos ante su tacto. —Tomi...

—Te extrañé tanto.— dijo, abrí los ojos.
—Mucho, no te imaginas. No había día que no paré de pensarte.

Yo también lo pensé. Lo pensé tanto que me asustaba a mi misma.

—Yo también.

—¿Porqué no quisiste volver? Sabias que te amaba, que te amo.

—Yo también lo hago pero, — me encogí de hombros. —Necesitaba crecer.

—Ahora que creciste ¿Qué opinas?

—No lo sé...

Su tacto fue a mis labios, redondeandolos con sus dedos. Nuestro último beso fue hace cuatro años, lo recuerdo, a escondidas de todos. En mi habitación. Donde me dijo que siempre sería nuestro secreto y que no me olvidaría. Que me buscaría si era necesario.

Sus labios se posaron sobre los míos, hice puntas de pié porque, obviamente, era mucho más alto que yo. Coloqué una mano detrás de su nuca y él una en mi cintura, apretándola un poco. Nuestros labios, una danza descontrolada que no podría frenar aunque mi cerebro me lo dijera. Estaba pensando con el corazón.

Por falta de oxígeno, tuvimos que separarnos. —Tus labios siguen igual de suaves como los recordaba.— susurró pegando nuestras frentes.

Seguro estaba sonrojada. Él sonrió y continuamos caminando hasta la heladería donde pedimos dos de chocolate. Comenzamos a comer sentados en un banco en la plaza. Los jóvenes nos miraban desde los costados. Seguro se preguntaban ¿Quién era aquella chica que estaba con C.R.O? Por suerte, nadie sospechaba nada de nosotros. O... Si alguien, pero ese alguien se mantendría en silencio.

***

—Gracias.— dije despidiéndome de Tom.

Por suerte, todos estaban dormidos. Nuestra velada fue bastante linda, entre besos y anécdotas. Aunque sabia que eso no pasaría más. Quizás, fue el recibimiento. Pero en algún momento él se casaría con Julieta y lo de nosotros terminaría por completo.

—¿Qué onda, rubia?— preguntó Amadeo cuando entré a la habitación.

—Sí.— contesté sentándome a su lado.

Bruno ya dormía como morsa, algo que no es raro en él.

—Vos siempre siendo la favorita del tío Tomi, alta gila.— me jodió golpeándome en el hombro suavemente. —Igual como para no serio... Te viniste re cambiada.

Reí. —Vos también, tonto. Estás cambiadísimo.

Era cierto. El nene medio obeso que era cuando chiquito ya no existía. Sus diecisiete años estaban mejor que nunca. Se notaba que hacia actividad física, porque estaba maso menos marcado. Tenía tatuajes en sus brazos, torso, piernas y cuello. Algo que lo hacia lucir más atactivo.

—Sí, hice lo mejor de mí para cambiar.— se encogió de hombros. —¿Querés tomar algo de cerveza? Sobró de recién.

Asentí. Bajamos las escaleras sin hacer mucho ruido. Él agarró una botella de cerveza de la heladera y la destapó. Después de darle un trago, me la entregó. Hice lo mismo yo, sólo que un poco más largo.

Algo bueno de tener padres un poco alcohólicos es que nunca se darían cuenta que tomaste algo de su alcohol.

Tomamos bastante, dos botellas entre los dos. Quedamos en un estado donde nos reíamos por todo, sentados en el sillón, recordando cosas de cuando éramos wachines.

—No, pero posta, me acuerdo que ese perro casi me arranca la cara.— me sequé las lágrimas que salían a causa de la risa, aparte de que no podía reírme tan fuerte o todos se despertarían.

Nuestra risa se fue desvaneciendo hasta quedar en silencio. Tomó mi mano y de un momento al otro, me sentó sobre él.

—Ama...— susurré.

—Dania.— tragué saliva.

Las hormonas se hacían notar en los dos pero, yo en realidad ¿Quería besarme con Amadeo?

Antes de que pueda pensar algo más, nuestros labios ya estaban juntos. No pude evitar no seguirle el beso, causando que el calor aumente. Colocó sus manos en mi cintura y cuando quiso sacarme la remera, lo detuve.

—No...

—Está bien.— me miró a los ojos.
—Besos nada más, rubia.

Sonreí y junté nuestras bocas de nuevo.

—¡¿Qué hacen?!— preguntó Tomás a nuestras espaldas.

nuestro secreto | c.r.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora