Dania.
—Gracias por traerme.— le dije a Simón, con una sonrisa sincera. —Y, espero que le confieses a Melisa tu amor.
Me miró sorprendido. —¿Cómo sabes eso? ¡Gastón te lo dijo! ¿¡No!? Ese tarado...
Negué. —No. Él no me dijo nada. Me di cuenta sola.— reí. —Tengo como un don...
Suspiró. —Esta bien. Voy a ver que hago, pero no le digas nada ¿Si?
—Okey...— respondí dejando un beso en su frente. —Nos vemos.
—Adiós...— alzó su mano para saludarme y con las manos en los bolsillos, se retiró.
Yo entré a mi casa preparándome para el infierno que se me avecinaba. La casa estaba silenciosa y seguro era porque Tomás estaba dormido, o directamente no estaba; Una de dos. Cerré la puerta detrás mío y caminé hasta la sala de estar donde mi novio estaba entredormido.
—Hola...— hablé, esperando que se despabile pero eso no sucedió.
—Tomás.— dije más firme.Se desacomodó y me miró. —Viniste, pensé que llegarías más tarde.
Suspiré. —No, en realidad, tenían que irse.
Asintió. —Perdón por haberte tratado como te traté estos días, reina.— dijo, queriendo abrazarme por la cintura pero lo alejé.
—No pienses que voy a tirarme a tus pies como loca, porque me moriré por tenerte cerca, pero no voy a demostrártelo.
Se rió. —Me lo acabas de comprobar.
Rodé los ojos. —¿Qué querés de mi?
—Que me perdones, no sé...— llenó de aire los cachetes.
—Está bien.— desvíe la mirada.
—Bueno ¿Me das un beso bien, ahora?— mordí mi labio inferior y juntó nuestras bocas para acariciar mi mejilla después. Apretó mi cintura y cuando nos separamos por falta de oxigeno, juntó nuestras frentes. —Te amo.
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—Eh, Dania.— llamó mi atención Gastón, lo miré. —Te toca a vos.
—No quiero jugar ya.— dije, causando que mis amigos bufen. —Me cansé de perder.
—Mala perdedora.— murmuró Simón.
—Si.— me encogí de hombros. —Lo acepto.
—Bueno, entonces, hagamos ping pong de preguntas.— ideó Melisa, asentí con miedo, las preguntas que podrían llegar a hacer no serian nada fáciles de responder.
—Oh, empiezo yo.— dijo Simón, acomodándose. —¿Son vírgenes? Uno por uno, empezamos por Gastón.
Las mejillas del rubio se ruburizaron levemente y con vergüenza, asintió.
—Si, lo soy...—Bien. Ahora Melisa.
Melisa rió levemente. —Si. Bueno no. Osea si.
—¿Te metieron la verga o no?— pregunté directa.
—No, pero si digamos que tuve un encuentro sexual.
—Ok.— contestó Simón serio, eso debió doler. —Ahora vos, Dania.
Las miradas fueron directamente hacia mi y sentí como mis manos comenzaron a tranpsirar. No debía avergonzarme de no ser virgen ¿O si?
—No.— contesté, creando un ambiente de sorpresa entre los cuatro. —¿Qué?
—Fua, nunca nos contaste nada.— espetó Meli. —¡Nunca me contaste nada! ¡Qué zorra!
Me reí. —¿Porqué te contaría?
—Y... Necesito hablar con alguien que sepa del tema, mis amigas son todas re virgas.
—Tremenda atrevida, Dania.— bromeó Simón.
—Bueno, Sim, te toca a vos.— dijo Gastón alzando una ceja.
—Si, lo soy.— rodó los ojos. —Bueno, te toca preguntar, Dania.
Pensé mi pregunta bastante tiempo.
—¿Alguien les gusta? Nombre y apellido.Simón palideció. —No creo que sea conveniente, otra...
—Ay, dale, Simón. No seas miedoso. Decíselo, la tenés ahí.
La cara de Melisa era de que no entendía lo que pasaba. —¿De qué hablan?
—De que...— Simón suspiró. —Me gustas, Meli.
El silencio se hizo presente y Gas reprimió una risa. Todos, intentábamos descifrar la cara de Melisa. Estaba entre confundida, ansiosa, nerviosa y sorprendida.
—¿Y si los dejamos?— preguntó Gastón.
Asentí. —Vamos afuera.— me adalenté a decir, no quería volver a ir a su habitación y crear un ambiente incómodo de nuevo.
—¿Vos decís que Mel le da una oportunidad?
—Espero que si.— contesté mirando el cielo gris, se venia una tormenta.
—¿Y con vos, tengo una oportunidad?
Me quedé en silencio, mirándolo. ¿Él estaba enamorado de mi?
—¿Con quien querés tener una oportunidad vos?— preguntó una voz que yo conocía bien.