Dania.
Un mes después.Entré a mi casa y bostecé porque estaba muy cansada. Atrás mio estaba Agustín, un chico que conocí hace poco y que estamos siempre juntos desde entonces.
—¿Comemos algo?— pregunté.
Él negó y me agarró de la cintura.
—Prefiero comerte a vos.— me reí levemente nerviosa. —¿Estamos solos?—Si. Mis viejos no están.
Dicho eso juntó nuestros labios rápidamente, sentía que no era un beso como todos los demás que nos habiamos dado, si no que, con más pasión. Me dejó acostada en el sillón y comenzó a dejar un camino de besos de mi cuello hasta mi pecho.
Sentimos un carraspeo de garganta y Agustín se separó de mi al instante. Tomás estaba ahi, mirándonos serio. No lo veía desde que se fue, y tampoco me esforcé en buscarlo cuando volvió.
—Agus... Él es mi tío, Tomás.— lo presenté incómoda. —Tomás, él es Agustín, mi amigo.
—No parece.— habló el mayor cruzándose de brazos y mirándolo sobrante. —Espero que después de tremenda falta de respeto hacia la familia, te vayas; Ya.
—Nos íbamos a ir después...
—Callate Dania.— me interrumpió el peliverde, tan serio que hasta daba miedo.
—Si, ya me iba. Dania, te llamo
después.— dijo mi acompañante dejando un beso en mi mejilla y yéndose rápidamente.—¿¡Qué te pasa!?— exclamé cuando ya se había ido.
—Vos sos una forra.— respondió Tomás.
—¡Vine a verte a vos y traes un pendejo!—¡Nadie te pidió que me vengas a ver! ¡Yo no tenia ganas de verte!
—No seas así, Dania. No puede ser que te andes encamutando con cualquiera.
Me reí irónica. —¿Desde cuando no puedo estar con nadie porque vos lo decís?
—Desde el día que te hice mía, pensé que te había quedado claro.— se acercó a mi rostro. —Sos mía, Dania. No podes estar con nadie que no sea yo.
Tragué saliva. —Eso parecía real cuando lo habías dicho, pero después, cuando dijiste que te casabas con Julieta se esfumó. Yo ya no creo en vos. ¡Andate de mi casa, ahora!
—No actúes como una nena.
—¡Yo actuó como...!— un cachetazo me interrumpió, haciendo que arda mi mejilla.
Me quedé tan estupefacta. Mis ojos se llenaron de lágrimas y me fui corriendo a mi habitación para encerrarme.
—¡Dania! ¡Dania, yo no quise! ¡Eu, perdón!— gritaba mientras golpeaba mi puerta con tanta fuerza que parecía tirarla abajo.
—Dejame sola, Tomás. Andate.
—No me voy a ir, princesa. Por favor. Te amo, sabes que no quise hacerlo.
—Pero lo hiciste...
—Amor...— habló en susurro. —Abrime y... Hablamos. Por favor.— tragué saliva y abrí la puerta encontrándomelo con los ojos llorosos, me abrazó rápidamente y yo lloré más fuerte.
—Sé que estas enojada conmigo por todo lo que está pasando, pero te prometo que nada nos va a separar nunca, princesa. Yo no me voy a casar, no te voy a dejar. Vos sos el amor de mi vida. Con vos me voy a casar.Me tomó de la cara. —Ya no te creo... No quiero creerte.
—No es necesario que lo hagas, porque yo te voy a demostrar que si es así.— dejó un beso en mis labios. —Pero necesito tiempo.
—¿Cuánto? ¿Cuánto tiempo más necesitas? Ya estoy cansada...
Acarició mi rostro. —Falta poco para que nos vayamos juntos y ahí, todo va a ser feliz.
Volví a hundirme en sus brazos para llorar más. Había una pena en mi pecho que no se salia con nada. Él me había pegado. Por primera vez. Pero, él no volvería a hacerlo. Él me amaba. No lo haría más.
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—...Y después, puedo llevarte a conocer la torre esa, de París.— dijo Tomás, mirándome a los ojos. —Pero, vos me tenés que prometer, que vas a estar conmigo hasta el final. Conmigo y solamente conmigo.
Sonreí. —Con vos y solamente con vos.
Acarició mi cintura desnuda. Quería que las horas dejen de pasar y estar en mi cama acostada con él todo el tiempo que de pudiera, aunque nada era eterno y eso dolía.
—Te extrañé, reina.— dejó un beso en mi frente.
Yo estaba acostada sobre él y solo vestíamos nuestra ropa interior.
—¿Ya no soy tu princesa?
—Ahora sos mi reina.— besó mis labios.
—Por siempre mi reina.—Te amo, Tomás.
—Esperaba que lo dijeras.— me dejó abajo suyo y comenzó a besarme desesperadamente.
Todo habría estado bien si la puerta de mi habitación no se hubiese abierto en ese momento.