Dania.
—Calmate— le habló Tomás a Alejo.
—Ya sabías que esto pasaba, vos...—¡Si! ¡Lo sabia! Pero prometiste dejar de hacerlo. De centrarte en tu novia nada más.
Él lo sabía. Y su hijo también. Al parecer, Tomás extorsionó a Alejo para que no le cuente nada a nadie. Pero vernos de nuevo así, lo hacia desesperarse.
—Tranquilizate...
—¿Ustedes..?— preguntó, los dos negamos y suspiró. —Tienen que dejar de hacer esto. Se llevan diez años. Son familia. ¿Qué esperan? ¿Destruir la familia? ¿Eso quieren?
—Sabes que la amo.— respondió el peliverde.
—¿La amas? ¡Tiene quince años y vos veinticinco! ¡¿Estás enfermo?!
Mis ojos ya estaban llenos de lágrimas.
—No llores, Dania.— dijo Tomi, nos quedamos en silencio; Alejo parecía enojado. —¿Vas a decir algo?—No.— respondió el rubio. —Pero espero que empieces a controlarte. Porque, si los demás se enteran, si Julieta se entera; Te vas a querer matar.
—Yo sé lo que tengo que hacer.— finalizó.
***
Llegamos a casa, eran las seis de la mañana. Todos estaban cansadísimos. Pero Tomás y yo, no. Nos encontrábamos muy nerviosos de lo que podía pasar.
—Amor, tengo sueño. Voy a la pieza.— dijo Julieta, dejó un beso sobre los labios de su novio y subió las escaleras.
—¿Vamos a fuera?— preguntó este.
Asentí. Caminamos fuera de la casa hasta el borde de la piscina. Mañana tendríamos que volver a mi casa, para acomodar nuestras cosas.
—¿Alejo lo sabía? ¿Desde hace
cuanto?— pregunté cuando estuvimos sentados bajo el cielo estrellado.—Desde hace... Bastante.— respondió.
—Y... Tuve que hacer muchas cosas para que guarde el secreto. Primero lo supo Bruno, en realidad. Entonces, se lo conté a Alejo, quien desde un principio pensaba denunciarme. Pero después de muchas charlas y todo, no lo hizo.—Entonces... Es como qué, siempre lo supo. Por eso siempre ellos dos son tan alejados de mí.
Asintió. —Les da como vergüenza y dolor ver como te trato, pensar que en realidad la pasas mal, y no hacer nada por el simple hecho de no arruinar la familia.— dijo, convencido. —Pero vos... ¿Querés dejar esto?
—No... Creo que... No.
Sonrió. Acarició mi mejilla y juntó nuestras bocas desesperadamente como ayer. Llevándonos a hacer nuestro primer encuentro sexual desde el momento en que todo empezó. Porque él sabía. Cuando era más chiquita, no se aprovecharía de mí, pero ahora, que era grande y con nuevas cosas sucediendo en mi cuerpo, era un punto a su favor.
Se separó de mi y me observó.
—¿Fui tu primer experiencia?— preguntó.
—¿O me fallaste estuviste con otros?