Dania.
—Hola, Tomás.— lo saludé con una sonrisa nerviosa. —¿Qué haces acá?
—Vine a buscarte. Es tarde.— respondió serio, sin sacarle la mirada de encima a Gastón.
—Si... Está bien.— respondió mi amigo.
—¿Los acompaño a la puerta?—No. Respondeme ¿Vos querés estar con Dania?
Tragó saliva. —En realidad, si.— rascó su nuca. —Pero, ella no quiere estar conmigo, así que solamente estoy haciendo lo que ella quiere, sin presiones.
—Por favor, basta, Tomás. Vamos a casa.
—¡No!— gritó mi novio, enojado. —¡Vos no te vas a acercar nunca más a Dania!
Lo apuntó con el dedo índice, Gastón esta pálido y Simón salió, poniéndose entre él y el rubio.
—Nos vamos, ya.— dije. Tomás solamente se fue, sin agregar nada más.
—Perdón, chicos. Nos vemos mañana.Ellos asintieron un poco confundidos y salí encontrándome a mi novio subido en una moto, con dos cascos.
—Subite, reina.Sinceramente, pensaba que él tenía el trastorno de la bipolaridad. De todos modos, le hice caso. Me coloqué el casco y me abracé a su espalda, aceleró y nos marchamos. Apreté los ojos, me daba un poco de vértigo.
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—Llegamos.— dijo Tomi, estacionando frente a un complejo de cabañas.
—¿Qué es esto?
—Vos querias que pasemos tiempo juntos. Acá estamos aislados de todos.
—Tengo colegio mañana.— contesté.
—Ya hablé con ellos.
—¿Y la ropa? ¿Las cosas? ¿Cenfe?
—Adentro.— tomó mi mano y entramos a una de las cabañas que daba contra un lago y árboles, muchísimos árboles, tipo un bosque. —¿Te gusta?
Asentí. —Si... Es lindo.
Me abrazó por la cintura. —Perdón por lo de recién, hermosa.
—Ya se te va a gastar el perdón a vos.— contesté, rodando los ojos.
—Bueno, perdón.— dijo, haciéndome reír. Me volteé encontrándome con su rostro bastante cerca del mio, no dudé en besarlo ni un segundo y terminé sentada sobre él cuando cayó encima de el sillón. —Si estás así, encima de mi, se me para rápido la verga.— sinceró.
—Sos un... Tarado.— respondí riendo.
—Te amo. Te amo mucho, reina. A pesar de todas las cosas.— acarició mi mejilla.
—También te amo.
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Las yemas de los dedos de Tomi acariciaban los costados de mi muslo, sus piernas estaban enredadas con las mías, en la posición de "cucharita." La luz del sol mañanero nos alumbraba, que entraba por la ventana levemente. Porque, habíamos hecho cosas hasta recién. Me sentía cansada, quería dormir mil horas, pero también quería estar así mil horas.
—Amor...— habló con la voz ronca.
—¿Qué, Tom?
—No quiero que nos separemos nunca.
Sus acariciaron mis dedos y yo mantuve la vista en ellas, en como encajaban perfectamente, como piezas hechas para estar juntas. Su piel llena de tatuajes, y la mía, todo lo contrario.
—¿Porqué decís eso?
—Porque... Cada vez que peleamos, pienso que te pierdo.
—Entonces...— me volteé para mirarlo.
—No peleemos más.