capítulo ocho

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Los Ángeles, California 1987.

Desde ya podía sentir aquel dolor que atormentaba mi cerebro. Con suma lentitud y lo que la claridad me permitía, abrí mis ojos. Poco a poco. Los fregué con las manos y finalmente pude divisar bien donde estaba.

-¡Ay!- una punzada en la sien, mierda, ¿Tanto había bebido?

-Busca en el cajón de tu lado, allí hay aspirinas. Saca unas cuantas que también siento que mi cabeza va a explotar en cualquier momento.- rió.

Aún con la lentitud del momento me acerqué al cajón, sacando las aspirinas. Y allí también pude ver lo que tiene loco a Nikki desde hace mucho tiempo, su único amor, la heroína.

Le tendí dos aspirinas y con un poco de agua las tomó, pasándomelo después a mi. Ruego con mi vida que las aspirinas hagan efecto rápido o me arrancaría la cabeza yo misma.

-Que noche eh.

-¿Tu me vestíste?- dije corriendo la sábana, para ver que tenia puesta una camiseta holgada con el logo de "Mötley Crüe".

-En mi defensa tú misma te quitaste el vestido, yo solo te puse la camiseta. Tranquila que no sucedió nada, y eso que yo estaba mucho peor que tú y aún así recuerdo algunas cosas.

-¿Sucedió algo?- pregunté intrigante. 

-Digamos que, tuve un encuentro no muy amigable con Duff.- abrí mis ojos como platos.

-¿Pelearon?

-Summer, nunca aceptes llevar droga. Te lo digo por tu bien, por que te quiero.- suspiró -Mírame a mi, estoy en la mierda, no puedo dejarlo por más que quisiera. Un día empiezas a llevar cocaína en tu sostén y al otro ya quieres que en tu nariz entre ese polvo blanco constantemente. 

-No debí decir que si, ni siquiera se porqué acepté hacer tal cosa.- reí. 

-¿Te acostaste con él?

-Sí..- suspiré - Dos veces, y la verdad que fue muy bueno. Pero es un idiota, y no creo que vuelva a pasar mas nada.

-¿Es mucho mejor que yo?

-¿Celoso?- pregunté burlona.

-Mmm.. algo.- desvió la mirada fingiendo indignación, me acerqué a él y dejé un sonoro beso en su mejilla. 

-Ten cuidado con ese tipo nena, te llevará por mal camino.

Una semana después

-¿Rojo o rosa?- me pregunto mientras observo por milésima vez el bastidor. Dios, no se porque no recibí el don de decidir, es algo que me debilita. Nunca se nada. Blanco o negro, si o no. Que estrés. 

Decidí tomarme un relax, así que fui al baño y me lavé las manos las cuales estaban manchadas por pintura seca.
Prendí un cigarrillo y me senté en el sillón junto a Duque, el cuál como siempre, estaba durmiendo.
Pero como siempre mis momentos de relajación son cortos, el teléfono comienza a sonar. Oh que casualidad.
Con la poca gana que me quedaba de levantarme de mi cómodo sillón lo hice y atendí. 

𝑪𝒐𝒏𝒔𝒆𝒏𝒕𝒊𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐 | Duff McKagan [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora