No se que verga poner de título, pero es cap.

172 27 15
                                    

La mañana era cálida y fresca, después de un día de lluvia y niebla, ahora el sol estaba de vuelta.

Es rocío de las plantas mojaba con delicadeza la tierra fértil, los caracoles se arrastraban con lentitud por los troncos de los árboles y los tallos de las plantas.

Todo estaba tan tranquilo, la paz reinaba en la casa de la tan conocida Japón.

Ella y su amado alemán dormían tranquilamente en una gran cama matrimonial, y a un lado de la cama dormía también la pequeña gatita de Japón, qué según ella era su bebé.

Japón abrió sus ojos al sentir una vibración bajo su almohada, la levantó con cuidado y vio su teléfono moviéndose de un lado a otro por la vibración. Al parecer alguien la llamaba.

Rodó los ojos y con pereza tomó aquél teléfono.

Soltó un bostezo antes de contestar, y torpemente pulsó el botón verde para responder la llamada.

— ¿Hola? — Soltó aún dormida la de un punto rojo en el centro de su rostro.

La asiática no prestó mucha atención a lo qué dijo la persona del otro lado de la línea, era la voz de una mujer, no podía distinguirla bien, estaba demasiado cansada cómo para prestar atención.

Hasta qué escuchó el nombre del ruso, ya supo quién era.

— Filipinas ¿Sucede algo? —

— E- ¿No escuchaste lo qué te acabo de decir? —

— No . . —

— El señor China está enfermo, y quiere verte. —

Japón abrió sus ojos cómo platos al oir el nombre del asiático y la palabra “enfermo”
Se levantó de la cama de un salto, sin preocuparse de si despertaría a su esposo, aunque este era de sueño profundo, nada puede despertarlo, excepto Japón claro.

— ¿Lla- llamaste a los demás? —

— Si. —

— ¿A Rusia también? —

— No . . —

— Pero el es el mejor amigo del señor China, tiene que ir a verlo.

— ¡No quiero qué venga!

— ¡Tiene qué ir!

Filipinas chasqueó su lengua y con molestia volvió a hablar.

— Está bien, pero entonces solo me quedaré un rato, no quiero verle la cara.

— Cómo quieras.

(...)

Rusia y Usa habían salido a comprar algo de desayunar, el ruso se había quedado a dormir ayer en la casa del norteamericano, no podía regresar a su casa, pues Filipinas se había llevado la llave de la casa y no podía entrar.

Ambos caminaban por el supermercado tomados de la mano, varios países qué estaban en el mismo lugar miraban sorprendidos a ese par.

Todo el mundo sabía del matrimonio de Rusia y Filipinas, y también sabían qué Usa salía con el ruso.

Los miraban con molestia, con asco o con incredulidad.

Cosa que el inglés y el ruso ignoraban por completo.

México qué estaba en el mismo supermercado, los vio con sorpresa y rabia, pensó qué Rusia estaba engañando a Filipinas.

Primero Canadá, ¿Y ahora denuevo Rusia? ¿Qué tenía Usa qué el no?

Con todo el odio del mundo, tomó su teléfono y les tomó una foto a la pareja que compraba la comida.

Sonrió con malicia y público aquélla foto en sus redes sociales, y todo el mundo veía las publicaciones de aquél país latino.

Río maliciosamente y luego salió corriendo del lugar, no sin antes comprar los ingredientes para el guacamole qué iba a preparar.

(...)

Toda Asía y los amigos cercanos del chino ya estaban reunidos en su mansión.

Todos esperaban nerviosos a qué la esposa del asiático, Vietnam, diera la orden para qué todos pudieran entrar a la habitación, dónde se encontraba China muy enfermo.

Entraron uno por uno, primero obviamente entró la japonesa, aquélla chica qué crío desde qué nació, la consideraba su hija.

— Señor China . . — Habló tímidamente la nipona, al mismo tiempo qué se sentaba a un lado de la gran cama dónde estaba acostado el chino.

— Japón . . — Habló con dificultad, pues su garganta estaba muy lastimada.

La de cabello negro miró con tristeza al mayor, sus ojos se cristalizaron. El señor China era un país muy saludable, siempre estaba haciendo ejercicio y comiendo saludable, pero de un momento a otro enfermó.

Ambos se miraron a los ojos, las pupilas de la Japonesa temblaban y finas lágrimas salieron de sus lagrimales.

Japón llevó sus dos manos a su boca, negaba con la cabeza y empezó a sollozar, luego con cuidado abrazó al mayor y éste respondió.

Todo el mundo se contagió de la misma tristeza qué la de la nipona.

En aquella casa todo se volvió azul, un aura de tristeza invadió el hogar del chino.

(...)

— . . Japón me dijo qué China estaba enfermo, quiere qué vaya a verlo . . — Rusia miraba con preocupación el mensaje de texto desde su teléfono.

— Oh, bueno . . Supongo qué a mi no me han invitado . . —

— Japón dijo qué podías ir conmigo. —

— ¿Cómo sabe qué estás conmigo? —

— Ja- Japón lo sabe todo. — Río nervioso y luego volvió a ver al estadounidense, qué lo miraba confuso.

Terminaron de desayunar y fueron directamente a casa del asiático, dónde algo malo le ocurriría a cierto país . .

ℬ𝒆𝓪𝓾𝓽𝓲𝒇𝓾𝓵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora