Capítulo 11

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Hinata estaba cansada de pelear con su padre, no tenía su permiso para salir de casa, la castigó debido a su mal comportamiento, estaba indignado debido a su capricho de no querer una vida llena de lujos y riquezas, ella deseaba amar al que fuera su esposo, y que él la amara a ella, de verdad, y que la quisiera por su personalidad, virtudes, y su razón de pensar, no por por su apariencia o por buenos genes. Hinata no  aguantaba su tutela, su hermano se había ido de la casa, y su hermana no podía hacer mucho por ayudarla, carecía un poco de valor hacía decirle a su padre lo mal que actuaba.

Y ese chico...

El campanero Naruto, ese chico de radiantes ojos azules, con esa piel bronceada y cabellos dorados como el sol la ponía peor, como se encariñó con ese ser que le alegraba la manzana cuando se despertaba cada vez que pensaba en él, por las tardes al escuchar las campanas, se asomaba a la ventana y sabía que él estaba ahí, en la catedral, ¿esperándola?, y por las noches, antes de irse a dormir pensaba en esa linda sensación y placentera de despertar a su lado y sentir su calidez. Lástima que no fuera a ser real.

—Naruto...

Tenía que verlo, quería verlo, deseaba verlo, debía de hablar con él por lo que estaba sintiendo, mencionarle esa gran chispa que sintió al estar a su lado, ¡que necesitaba verlo!

No le importaba lo que llegara a decir su padre, prefería morir en el intento.

• • •

Kankuro entraba a la corte de los milagros con su hermana, se aseguraron de que nadie los siguiera. Toda la noche estuvo preocupado del paradero en dónde podría estar su hermana, debido a su muy inquieta noche en el pecho del hombre con el cual perdió la virtud, y ella era la culpable, ¿se estaba arrepentiendo?, lo disfrutó tanto que sentía vergüenza, temía a la reacción ver sus hermanos si les contaba, más del hecho de saber que estuvo en el lecho del general.

—Cielos, Temari, me sorprendió verte por la ciudad a estás horas —dijo mientras de adentraban al escondite—. ¿Dónde demonios estuviste?

—Por ahí —no iba a decirle.

—"Por ahí" —alzó la ceja—, ¿dónde?

—Paseando por los tejados de las casas de la ciudad —mintió—. No quise regresar a casa porque no podía pegar ni un ojo toda la noche.

—Gaara y yo estábamos muy preocupados, con eso de que ahora el juez aumentó la recompensa por tú cabeza...

—Jamás me tendrá, hermano.

—Eso espero, si llegara a ocurrir lo mataría a sangre fría, no me importa como, te juro que lo haría. Recuerda lo que le hizo a nuestro padre, él murió protegiéndote, dió la vida por ti, así que ya no hagas nada que pueda poner tú vida en riesgo.

—No quiero hablar de eso —se detuvo a enfrentarlo—. No quiero recordar su maldito sacrificio, sólo quiero dejar de pensar en eso una vez, Kankuro, por favor, quiero olvidar eso una vez.

Kankuro no quiso hacer sentir mal a su hermana, nada más deseaba lo mejor para ella, que pensara en las consecuencias de seguir exponiendo su vida en plena ciudad donde la mayoría de los hombres la deseaban, ni siquiera eso, el juez ordenó dar a cambio de su cabeza una gran suma de dinero. Su papá hacía dos años que entregó su vida de la forma más abrupta para que ella siguiera siendo una mujer digna, una gitana honorable y hospitalaria, sensata y lista.

Pero cada vez que lo recordaba sentía náuseas, odiaba aquel día, esos días en dónde su padre estaba vivo y la juzgaba por ser mujer. No era su culpa, ¿pero qué era su culpa?, ¿porqué tenía que vivir recordando lo mal que se sentía en aquel momento?, ¿porqué sentía vergüenza?, ¿porqué se sentía tan mal?

Nuestra Vida En París //Sasusaku, Shikatema, Saiino, Gaamatsu, Naruhina, NejitenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora