Capítulo 5: Amargo reencuentro

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Los segundos pasaban y ninguna de las tres mujeres en la sala de aquel departamento había dicho una sola palabra. Maca había cerrado la puerta a sus espaldas y esperaba pacientemente cualquier reacción por parte de madre e hija, que en silencio se miraban intentando procesar la sorpresa de haberse reencontrado. La primera en salir de esa especie de trance en el que solo se veían sin emitir una palabra fue Zulema.

—¿Qué hace mi hija aquí, Macarena? —sin girar a ver a la rubia, y con la mirada fija sobre Fátima, Zulema dejó escapar la pregunta con la poca fuerza que tenía en el cuerpo luego de la impresión. —¿Por qué está en tu casa y no me habías dicho nada?

—Zulema... —Maca titubeó y jugó con las palabras en su mente antes de decirlas en voz alta. —Hay una explicación para esto, por favor escúchame.

—¡Habla! —exigió la morena con los ojos llenos de lágrimas y aún mirando a su hija como si en ella pudiera encontrar todas las respuestas del universo.

—No le reclames nada a Maca. —le pidió Fátima que hasta ese momento había permanecido callada, Zulema frunció el ceño e hizo un esfuerzo por contener las lágrimas que en cualquier momento intentarían escapar de sus ojos. —Yo fui quien le pedí que no te dijera que me conocía y que sabía donde encontrarme. —explicó sintiendo que sus propios ojos también se humedecían. —Trabajo con ella en la lavandería, al principio Macarena no sabía que yo era tu hija, se enteró el día que fuiste a buscarla. Yo te vi y decidí no salir a hablar contigo porque no estaba lista para hacerlo. Luego le conté a ella que tú eras mi madre y le supliqué que callara hasta que yo pudiera enfrentarte. —se secó una lágrima que bajó por su mejilla.

—¿Me... me viste ese día y te escondite de mí? —para Zulema ese hecho fue como si le hubieran enterrado una daga en el corazón y le hubiesen dado vueltas hasta que ya no le quedara sangre en el cuerpo. —¿No querías verme después de tantos años separadas? —sabía que no tenía derecho a reclamarle nada a su hija, pero realmente le había dolido que Fátima dijera que no estaba lista para verla.

—No es eso, es solo que no me sentía preparada, yo... necesito irme. —de repente agarró su bolsa, las llaves de su auto y se dirigió a la puerta ante la mirada cristalina de Zulema y la expresión indescifrable en el rostro de Maca; la presencia de su madre había sido totalmente inesperada esa noche y no sabía cómo reaccionar.

—Espera, Fátima, no te vayas. —Macarena la detuvo antes de que pudiera cruzar la puerta, notó que la chica temblaba y estaba muy nerviosa, no podía permitir que se marchara en ese estado.

—Maca, por favor quiero irme, no puedo con esto. —explicó la joven llevándose las manos a la cara, algunas lágrimas bajaban sin control por su rostro.

—Habla con tu madre, no puedes seguir escondiéndote.

—¡Tú no te metas! —gritó Zulema mirándola como si quisiera fulminarla con los ojos.

—Estoy intentando ayudarte. —se defendió la rubia.

—¿Ayudarme? ¿Ayudarme ocultándome que sabías donde estaba mi hija? Eres una hija de puta, Macarena. Te voy a matar. —cegada por la rabia y por todas las emociones que recorrían su cuerpo se abalanzó sobre ella e intentó golpearla, pero Fátima se interpuso entre ambas para impedir que la tocara.

—¡No! —pidió la chica levantando la voz. —¡Basta, Zulema! Maca no tiene la culpa de nada, ya te dije que fui yo quien le pidió que no dijera nada. Ella insistió para que hablara contigo, pero yo me negué.

—No la defiendas. ¿Desde cuándo se conocen ustedes para que le tengas tanta confianza?

—Nos conocemos hace unas semanas, y somos amigas, así que no te atrevas a hacerle algo. —exigió Fátima muy firme en lo que decía.

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