Capítulo 30: El tiempo no perdona

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Maca sentía que su corazón latía sin control dentro de su pecho. En cuanto vio a Zulema atendiendo la caja todo su cuerpo reaccionó y sus sentidos despertaron recordándole lo que la mujer mayor le hacía sentir con su sola presencia. Mientras la morena atendía a los clientes restantes antes de que llegara su turno, la rubia intentó tranquilizarse para poder saludarla normal y no parecer una adolescente frente a su amor platónico. Al parecer Zulema no la había visto, pues ni siquiera se había inmutado ni había volteado a verla. O tal vez simplemente ella no causaba el mismo efecto que tenía la mayor sobre cada fibra de su cuerpo. Pero quería creer que en realidad no había notado su presencia y por eso no le había dedicado la menor atención. La fila volvió a moverse a los pocos minutos y ahora faltando una sola clienta para que le tocase a ella pagar, fue que la otra mujer finalmente la miró y en ese momento comprobó que no la había visto antes.

Zulema estaba desesperada por terminar su jornada de trabajo. Los días previos a la navidad lo clientes parecían volverse salvajes y más de uno la había tratado mal, en especial esa tarde, por lo que no estaba de muy buen humor y quería largarse de allí de una puta vez. Lo bueno es que no le faltaba demasiado para terminar su turno por ese día y por fin podría irse a su caravana, que era en donde más paz encontraba. Le indicó a la siguiente señora en la fila que podía pasar y sus ojos escanearon rápidamente hacia atrás para ver si quedaba más cola después de ella. Entonces su corazón dio un salto y la respiración se le cortó por un segundo, de repente toda la frustración y el agotamiento de ese día se fueron a la mierda. La tarde acababa de iluminarse con la presencia de la rubia... su rubia, allí. Atendió a la señora sin prestar mucha atención a lo que hacía pues sus ojos se iban cada tanto hacia las doradas ondas de Maca que parecían brillar más que nunca debajo del gorro tejido de color gris que llevaba para cubrirse del frío, y hacia esas facciones tan perfectas que la hacían lucir como la mujer más hermosa que haya visto en toda su existencia.

—No me has dado el cambio, niña. —le dijo la señora de edad avanzada que había estado atendiendo, sacándola de repente de su ensimismamiento o más bien de su distracción por estar mirando a la rubia todo el rato.

—Eh... sí, lo siento. —abrió la caja registradora nuevamente y notó que desde su lugar la rubia intentaba disimular una sonrisa. —Aquí tiene, señora. —le entregó el cambio a la viejita y la ayudó rápidamente a terminar de empacar los artículos que había comprado, y cuando finalmente la vio partir le dio paso a la siguiente persona en la fila. —Adelante. —le indicó a Maca que la miraba con expresión divertida, casi burlesca, pero no de mala manera, sino como si le divirtiese demasiado verla desenvolverse, o más cagarla en su trabajo.

—Hola. —saludó la mujer más joven comenzando a colocar sus compras sobre la cinta negra de la caja. —No me vayas a dejar mi cambio eh, lo necesito. —bromeó con una risita. —Jamás imaginé verte de cajera en un supermercado, con un cartelito que pone tu nombre y todo. —miró la etiqueta que ponía Zulema y sonrió.

—No te burles, rubia, porque te reviento la cara contra el metal aunque me quede sin trabajo. —le dijo mientras empezaba a escanear los artículos.

—Lo siento, es que flipo viéndote aquí. Pero fuera de toda broma me alegro que estés trabajando y portándote bien. —le guiño y le regaló una sonrisa. —¿Cómo has estado?

—Pues lo bien que se puede estar siendo cajera y teniendo que aguantar las mierdas de la gente todo el puto día.

—O sea que fatal. —se rio.

—Un poco sí. —sonrió junto a ella y sintió un cosquilleo en todo su cuerpo, como una corriente eléctrica que ni siquiera los atracos o la vida criminal le provocaban, el efecto que tenía la rubia en ella era más fuerte que cualquier otra sensación. —¿Y tú cómo estás? Hace tiempo que no te veía.

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