Capítulo 65: El resto de nuestras vidas

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Zulema podía sentir cada latido de su corazón mientras se acercaba al equipo de música para subir el volumen de la melodía árabe que se reproducía. La rubia parecía haber tomado la sorpresa con agrado, pues tenía una enorme sonrisa plasmada en el rostro y unos ojos expectantes que la estaban poniendo muy nerviosa. Había danzado pocas veces en su vida, todas para Hanbal, nadie más había sido merecedor de ello; hasta ahora. De niña, su madre siempre le decía que tenía que aprender a bailar para su futuro marido. Pero, joder, tenía trece años y ella no quería danzar para ese viejo de más sesenta con el que pretendían casarla. Así que pasó por alto todas las lecciones de su madre y simplemente se escapó lejos, no iba a ceder a tener una vida tan miserable siendo tan solo una niña. Años después cuando conoció y se enamoró de Hanbal, le nació danzar para él, quería hacerlo, nadie la obligó, y eso la hizo sentir libre. Así que en varias ocasiones le danzó como preámbulo a los polvos salvajes que luego tenían. Pero su relación con él nunca fue más allá del sexo y el crimen, realmente ni siquiera se imaginó una vida con tal compromiso como la que tenía ahora con Macarena. Tener una casa, un trabajo normal, hijos, y una vida en serenidad nunca estuvo en sus planes. Así como tampoco lo estuvo volver a entregarse a la música de su cultura y mover su cuerpo delante de otra persona. Lo consideraba algo muy íntimo, incluso más que el propio acto de follar. La danza árabe era un arte, una seducción casi poética, y no cualquiera podía apreciarla. Pero amaba tanto a su esposa, que consideró que era el momento de hacer algo especial para ella, y demostrarle, si es que aún le quedaban dudas, que era el amor más grande de su vida.

—Hace mucho tiempo que no hago esto, así que no me juzgues. —pidió con voz suave mientras bajaba las luces de la sala aun más y se paraba en el centro de la misma, justo enfrente del sofá donde su esposa esperaba con ansias lo que estaba por venir.

Maca no dijo nada, no podía hacerlo aunque quisiera, todavía estaba en shock disfrutando de lo que sus ojos veían. La morena derrochaba sensualidad incluso sin haber comenzado a danzar. La vestimenta le quedaba preciosa y su cuerpo lucía como si hubiese sido tallado por los dioses. Y su mirada, joder, su mirada era sencillamente mágica, esos ojos árabes que se asomaban por encima del velo y la miraban profundamente, eran su propio cielo e infierno al mismo tiempo. Podría vivir eternamente sumergida en aquellos ojos sin cansarse jamás.

Ninguna de las dos dijo otra palabra, ambas consideraron que ya no hacía falta para lo que sucedería a continuación. Zulema iba a dejar que su cuerpo hablara, y Macarena escucharía con atención. Cuando la morena comenzó a moverse al ritmo de la música la boca de la más joven se secó en el acto, y no le tomó mucho tiempo para que todo su cuerpo comenzara a calentarse. Pero era un ardor que iba más allá de la excitación o el simple deseo. Se trataba de algo más profundo, de una sensación de seducción extrema donde el cuerpo de Zulema la llamaba sin decir la más mínima palabra. Sintió su corazón palpitar con fuerza y su garganta estrecharse haciendo que la respiración fuese más dificultosa. Un fuego desconocido comenzó a crecer dentro de cada rincón oculto de su cuerpo, y se preguntó si es que acaso la danza de la cultura de su esposa tenía algún hechizo mágico que hacía que la persona que lo presenciara, simplemente no pudiera despegar su mirada de ella.

Zulema movía sus caderas con calma, la melodía todavía era suave, pero sabía que iría subiendo la intensidad con los minutos. Su cuerpo se movía lento, sensual, pero al mismo tiempo firme, cada movimiento era marcado y parecía ser calculado y previamente estudiado. Eso hizo que Maca se preguntara si la morena había practicado esto en los últimos días para darle la sorpresa. La duda la hizo sonreír, pero sus ojos se mantuvieron llenos de llamas ardientes de fascinación por su esposa. El vientre de la mujer mayor hacía un movimiento en forma de S y sus caderas se movían de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, una y otra vez, cada vez con más fuerza. Sus brazos serpenteaban a cada lado de su cuerpo, moviendo sus manos en movimientos circulares que parecían invitarla a ir hacia ella. Sus ojos nunca dejaban de mirarla, el velo seguía en su cabeza y todavía cubría su cabello y parte de su rostro. La rubia se preguntaba si se lo iba a quitar en algún momento, o cuál sería el próximo movimiento. En realidad estaba tan ansiosa por poder tocarla, llenarla de besos y decirle lo perfecta que se veía. Pero a la misma vez quería quedarse allí en silencio eternamente y que aquella danza no terminase jamás. Estaba tan encantada con cada paso que daba, con cada movimiento de caderas que hacía, que podría quedarse allí toda la vida mirándola bailar. No conocía esa parte de su esposa, siempre la había visto como una mujer sensual y atractiva sí, pero también bastante reservada. Zulema no era de las que compraba lencería provocativa y luego se la ponía para una noche especial, usualmente era Macarena la que acostumbraba a hacer eso. Así que esto estaba siendo una sorpresa inesperada, pero muy agradable.

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