Capítulo 36: Que jodido es el amor

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Habían pasado unos días desde que Maca tomó la decisión de no abortar gracias al apoyo de Zulema. Las cosas parecían ir bien, pero ambas sabían que no era así. En el fondo algo había cambiado aquel día. Ninguna de las dos lo hablaba, pero podían sentirlo. La rutina en casa era la de siempre, pero algo se había roto y no tenían idea de cómo repararlo. Se levantaban en las mañanas, desayunaban si les daba tiempo, cuando no podían hacerlo se iban directo al trabajo, se despedían con un beso como estaban acostumbradas a hacerlo. Luego se veían en las tardes, cenaban, platicaban un poco, se iban a dormir en la misma cama, terminaban abrazadas, pero ninguna de las dos intentaba ir más allá. Llevaban casi dos semanas sin follar, lo cual para ellas era demasiado tiempo, pues solían hacerlo a diario. Y no es que no pudieran vivir unos cuantos días sin sexo, lo raro era que ninguna de las dos hubiera siquiera extendido un beso por más de unos cuantos segundos. Macarena sabía que todo esto tenía que ver con el embarazo, y comenzaba a cuestionarse si había tomado la decisión correcta al no abortar. Estaba segura que no quería hacerlo, deseaba tener a ese niño, no porque fuera de Fabio, por el contrario, ese hecho era lo que lo jodía todo. Pero sí estaba segura de querer ser madre, sin embargo, sentía que lentamente su embarazo estaba enfriando su relación con Zulema. Una tarde le preguntó si todo estaba bien y la morena le dijo que sí, que no se preocupara. Pero luego subió al techo a leer un libro y no volvió a dirigirle la palabra en lo que restó de día. Esa tarde la rubia lloró hasta que el sueño la venció, y se durmió antes de que el sol desapareciera en el horizonte. Cuando Zulema bajó del techo ya era de noche y la encontró hecha una bolita en su lado de la cama. Notó por sus ojos hinchados que había estado llorando y se sintió terriblemente mal. Sabía que era su culpa que ella se sintiera triste, había estado tratándola con bastante frialdad en los últimos días. No lo estaba haciendo a posta, de verdad estaba luchando con todas sus fuerzas para que las cosas entre ellas marcharan bien, pero no era fácil. Todavía estaba asimilando lo del embarazo, no había terminado de procesarlo y le estaba costando más trabajo de lo que pensó que le costaría. Hacerse a la idea de que la rubia iba a tener un hijo con el gilipollas de Fabio no era algo que simplemente pudiera asimilar de la noche a la mañana. Maca aún no le decía nada a él, de hecho, insistía que no tenía por qué saberlo y se mantenía firme en que no le diría. Pero Zulema sabía que eso a la larga podría traer problemas si se enteraba de alguna otra forma. Aun así, la rubia estaba firme en no querer involucrarlo en nada, y la morena había decidido no meterse y dejarla a ella tomar la decisión que creyera correcta como hizo respecto al aborto. No sé arrepentía de haberla detenido en el momento que iba a abortar, porque aunque hubiera sido lo más fácil y conveniente para ella, sabía que para Macarena no. Y dejarla abortar sabiendo claramente que no deseaba hacerlo, hubiese sido muy egoísta de su parte. La Zulema del pasado probablemente le hubiera dado un puñado de pastillas abortivas para asegurarse que ese bebé no tuviera la menor probabilidad de nacer. Pero, crecer y ser mejor persona, también implica hacer sacrificios por la persona que amas. Y Zulema ya no era la de antes, algo en su interior se había transformado gracias a su hija y a la rubia.

...
—Que jodido es el amor. —le dijo una tarde la morena a su hija, habían salido juntas a un bar a tomarse algo por petición de la mayor, ya que estaba necesitando hablar con alguien y desahogarse, si no lo hacía probablemente iba a estallar como una bomba nuclear. —En serio, la gente no se da cuenta, pero es una puta enfermedad mortal. —comentó mientras se bebía su tercer trago de la tarde y apenas llevaban unos minutos en el lugar.

—Ay mamá, no me gusta verte así. —estiró su mano y la colocó encima de la de su madre como una forma de transmitirle un poco de apoyo y cariño.

—¿Así cómo? —encogió los hombros. —Pero si yo estoy perfecta, ¿no me ves? —abrió los brazos a cada lado de su cuerpo y sonrió mostrando todos sus dientes, pero la sonrisa no subió a sus ojos, de hecho, éstos se humedecieron, Fátima suspiró con pesar e hizo un pequeño puchero.

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