Capítulo 25: Cuando la magia se rompe

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Zulema llegó a casa de su madre poco después de haber salido de su departamento. En el camino iba cegada por la rabia y manejó tan de prisa que se pasó algunos semáforos en rojo. La noche comenzaba a caer cuando se estacionó frente a la casa. Estando allí no se tomó ni un segundo para analizar lo que estaba deseando hacer con todas sus fuerzas en ese momento. Se bajó del coche y caminó hasta la entrada con los puños apretados. Abrió la puerta de un golpe, ni siquiera sabía si estaba cerrada con llave o no, porque fue una patada con su bota lo que la dejó abierta de par en par. No hizo falta tener que buscar a su mamá por toda la casa, ya que tan pronto entró la vio sentada en la sala. La mujer mayor dio un salto ante la invasión inesperada y sus ojos escondidos detrás de unas ojeras negras despegaron la vista del libro que había estado leyendo, para encontrarse con la imagen de su hija en un estado realmente aterrador. Zulema se fijó en lo demacrada que lucía su madre a diferencia de la última vez que la vio cuando había ido a buscar a Fátima. Parecía que sí era cierto que estaba enferma, pero a pesar de verla tan desmejorada no fue capaz de sentir ni un poquito de compasión por ella. Ese estado no era más que la vida castigándola por todo el mal que había hecho.

—¿Qué haces aquí, Zuleima? —preguntó la señora incorporándose en el sofá donde estaba recostada.

—Vine a matarte. —dijo sin que le temblara la voz mientras se acercaba a ella y sacaba una pistola que tenía guardada en su pantalón.

—No te atreverías, soy tu madre.

—A ti el concepto de la maternidad de queda muy grande. Eres la peor de las madres y lo único que te mereces es la muerte. —se paró frente a ella, la mujer se había levantado del sofá y ahora se miraban cara a cara, Zulema parecía haberse desconectado de su cuerpo, era como si una fuerza mayor la estuviera controlando y ella no estuviera realmente allí, el arma seguía en su mano y jugaba con ella entre sus dedos deseando colocársela en la frente a la mayor.

—Terminarías de condenarte de por vida al fuego del infierno si acabas con la vida de la mujer que te trajo al mundo.

—La misma mujer que hace algunas semanas me dijo que nunca me había querido y que se arrepentía de haberme parido. —su voz ahora se escuchaba sin emoción, no había ningún tipo de sentimiento en ella, simplemente estaba actuando como una autómata controlada por el odio y el rencor. —Vale la pena ir al infierno con tal de acabar contigo después de todo el daño que me has hecho. —miró la pistola entre sus manos y le quitó el seguro antes de apuntarle con ella en la cabeza, justo en la frente entre ceja y ceja. —Le mentiste a Fátima, le dijiste que yo no la quería por ser producto de una violación, cuando tu sabes perfectamente que eso no es cierto, que yo la amé desde que supe que estaba esperándola. No me importó ni siquiera la manera en la que quedé embarazada, solo me aferré a la idea de tener a alguien a quien querer y que me quisiera. Y siempre la quise, y si no hubiera sido porque tú la arrebataste de mi lado, yo la hubiera criado junto a mí cada minuto de su vida.

La señora temblaba preguntándose si realmente su hija sería capaz de disparar el arma. Sabía que era cuestión de apretar el pequeño gatillo y su vida acabaría en menos de un segundo. Zulema hizo un ligera presión con su dedo sobre el disparador y escuchó a su madre respirar con dificultad. En ese momento todo se volvió un poco confuso y nublado, estaba a punto de cometer un acto verdaderamente grave. Y si no hubiera sido porque en ese instante escuchó la voz alterada de su hija detrás de ella, hubiera disparado y todo habría acabado allí.

—Mamá, no hagas esto. —le pidió Fátima observando la escena con miedo, a su lado Macarena miraba lo que estaba pasando igual de preocupada.

Zulema no quitó el arma de donde la tenía, pero despegó su dedo del gatillo y giró un poco la cabeza para ver a su hija y a Maca.

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