Capítulo 55: Cuando todo encaja

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Zulema despertó adolorida y un poco aturdida. Le tomó unos segundos abrir los ojos por completo y comprender que todavía se encontraba en la enfermería de la prisión. Entonces recordó los golpes que le había dado Fabio y sintió rabia. Y también un profundo temor de que ese idiota intentara acercarse a Maca o al bebé mientras ella siguiera encerrada en este puto agujero. Ajena a que en ese momento su esposa e hija estaban hablando con Palacios para terminar de coordinar su salida de la cárcel. Pocos segundos después de haber despertado vio a los más grandes amores de su vida acercarse a ella. La rubia traía en manos una caja plástica como las que te dan al hacer el ingreso o la salida de prisión, y una enorme sonrisa en los labios. Junto a ella caminaba Fátima, que se secaba una lágrima de la mejilla que parecía ser de felicidad, pues al igual que la rubia, ella también sonreía.

—¿Qué ha pasado? —les preguntó a las dos con voz débil, todavía tenía dolores en todo el cuerpo y el efecto de los medicamentos que le habían puesto la tenía medio atontada.

—Nos vamos a casa. —dijo Macarena con una sonrisa y colocó la caja de plástico en la cama cerca de ella, dentro de esta estaba su ropa de calle, incluyendo sus botas favoritas de combate.

—¿Cómo? —Zulema frunció el ceño, pero sus ojos se iluminaron y su corazón comenzó a latir de prisa.

—Ya está lo de tu fianza, mamá, pagada y todo. Te han concedido el permiso de salida. Solo tienes que ir a la oficina de Palacios a firmar, y nos vamos.

—¿Me están hablando en serio? —sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿No es coña?

—No es coña, cariño. —la rubia la ayudó a incorporarse cuando la vio intentarlo sola y quejarse del dolor. —Con la paliza que te dio Fabio pudimos alegar abuso de autoridad y maltrato dentro de la cárcel como atenuante para que agilizaran el proceso de fianza.

Zulema comenzó a llorar, pero sonrió en medio de las lágrimas, y se dejó abrazar con cuidado por su esposa y su hija.

—Por fin voy a casa. —dijo entre pequeños sollozos.

—Sí, mamá. —Fátima le dio un beso en la mejilla.

—Sí, amor, ya nos vamos de esta mierda de lugar. —Maca sacó la ropa de la caja y la colocó sobre el colchón. —Vamos a ayudarte a que te cambies para que vayas a ver a Palacios e irnos por fin de aquí. Con cuidado, que tienes un par de costillas fracturadas. La doctora dice que tienes que tener reposo absoluto unos días hasta que estés mejor, así que en casa te voy a cuidar día y noche.

—Ay... —la mayor se quejó del dolor mientras la ayudaban a desvestirse entre las dos. —Ese cabrón se dio gusto reventándome las costillas.

—Ya lo pagará, las cosas no se van a quedar así. —le dijo ignorando por completo el destino que había sufrido Fabio.

La ayudaron con mucho cuidado entre ambas a que se pusiera su ropa y sus zapatos. Al terminar, Macarena se quitó una cadenita que traía en el cuello donde venía colgado el anillo de bodas de Zulema. Lo había tenido ahí con ella desde que a su esposa la detuvieron, ya que sabía que en la cárcel era mejor no tener ninguna joya personal.

—Te falta esto, amor. —Maca le tomó la mano izquierda y le deslizó el aro de plata en el dedo anular.

—Gracias, rubia, ya lo estaba extrañando. —miró el anillo y sonrió, luego se acercó a los labios de su esposa y los besó muy suave. —¿Podemos irnos ya? No veo la hora de salir de esta mierda de cárcel.

—Vámonos. Con cuidado, ma. —entre las dos la ayudaron a ponerse de pie.

—¿Puedes caminar o prefieres que pidamos una silla?

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