Capítulo 23: Heridas abiertas

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Zulema se sentía estresada, le sucedía cada vez que estaba en la misma habitación que su madre. La mujer mayor siempre cargaba consigo una energía negativa que era capaz de incomodar a cualquiera. No tenía idea de cuál era el motivo por el que había buscado a su hija esa mañana, pero sabía que nada bueno podía ser. Se había producido un silencio incómodo en aquella sala, ninguna de las mujeres presentes dijo nada por lo que se sintió como una eternidad, aunque solo habían pasado unos pocos segundos. La mujer vestida de negro miraba a su hija con desaprobación, y Zulema la miraba a ella con rabia contenida de muchos años de sufrimiento por su culpa. Detrás de ellas, todavía sentada en la mesa, Macarena no sabía si retirarse para que pudieran hablar en privado o quedarse allí sin respirar y quizás así nadie notaba su presencia y la mujer de burka no volvía a mirarla como si la estuviera sentenciando a ir al infierno. Fátima fue la única que logró reaccionar y pudo intervenir en el duelo de miradas entre madre e hija.

—¿A qué viniste, abuela? —le preguntó la chica llamando su atención, la señora desvió su mirada de Zulema y miró a su nieta.

—Ya lo he dicho, tengo que hablar contigo de algo muy importante. Pero me gustaría que fuese en privado. Vayamos a otra parte. —le propuso en un tono que parecía más una orden que una sugerencia, esto cabreó a Zulema.

—Mi hija no va contigo a ningún lado.

—No estoy hablando contigo, Zuleima.

La morena le dijo un par de palabras en árabe, lo que desató una pequeña discusión en la lengua materna de ambas. Fátima entendía el idioma, por lo que sabía que estaban hablando de ella y discutiendo acerca del derecho que tenía la mayor de hablar con su nieta, con lo que por supuesto no estaba de acuerdo Zulema. En la mesa, Maca no tenía la menor idea de lo que estaba pasando porque no entendía una sola palabra de lo que decían. Sintiéndose demasiado incómoda decidió levantarse de su asiento lo más discretamente posible, pero esto llamó la atención de la señora mayor.

—Ves, estás incomodando a tu invitada. —dijo ahora en castellano señalando a la rubia. —Por eso es que es mejor hablar de ciertos temas en privado. Yo no acostumbro a hablar delante de gente desconocida. Vámonos a otro lugar, Fátima.

—Ella no es una invitada y tampoco es una desconocida. Se llama Macarena, y es mi novia. —dijo Zulema sabiendo que la declaración aunque fuera falsa haría que su madre se llenara de furia, era un tema muy delicado para ella, ya que en su cultura era algo que estaba muy mal visto.

Cerca de allí Maca abrió los ojos como plato, no se esperó que Zulema dijera algo como eso, aunque sabía que solo lo había hecho con la intención de cabrear a su madre. Notó la mirada fría de la señora y como todo su rostro se llenó de indignación. Pudo sentir su mirada ahora diez veces más acusadora sobre ella y odió un poquito a Zulema por ponerla en esa posición tan incómoda. Aún así, escucharla decir esa palabra había sido refrescante. Claro que, en este momento lo único que quería era que el suelo se abriera y se la tragase. Pero como eso no pasó, se hundió en su asiento y evitó mirar a la mujer de negro que parecía que la quería matar con los ojos.

—No cabe duda que cada día te hundes más en el pecado, Zuleima. Esto es una aberración, una inmoralidad que se paga con el infierno.

—No lo discuto, madre, es más, te digo que de todos los pecados que he cometido, este ha sido sin duda el más divertido. —le dijo con una sonrisa socarrona en los labios disfrutando de ver a su madre tan cabreada.

—Espero que algún día te arrepientas de todo lo que has hecho, en especial de esto. No puedo ni mirarte a la cara, ¿de verdad este es el ejemplo que le das a tu hija? —se giró para mirar a Fátima que permanecía en silencio, todavía sorprendida con todo lo que estaba pasando.

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