Capítulo 51: Sacrificio de amor

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El instinto de Zulema fue acercarse a su hija en cuanto la oyó llamarla. La palabra mamá se repetía en los labios de la chica una y otra vez y ella necesitaba abrazarla. Pero apenas logró dar dos pasos, cuando el tío con acento árabe le apuntó con un arma en la cabeza advirtiéndole que no moviera un músculo más. Inmediatamente Maca se puso en modo defensa para proteger a su esposa y con manos temblorosas amenazó al hombre con una de sus pistolas.

—Dile a tu compañera que baje el arma y no haga una tontería. —aconsejó con voz dura el tío cambiando la dirección de su arma de la cabeza de Zulema a la de Fátima. —O si no, tu hija pagará las consecuencias. —advirtió.

—Maca, tranquila, bájala. —pidió Zulema mirándola a los ojos y haciendo su mayor esfuerzo por regalarle una mirada tranquilizadora.

Macarena bajó lentamente la pistola a pesar de que en ese momento lo único que quería hacer era disparar a ese hombre y a los otros dos que todavía retenían a Fátima a la fuerza.

—Así me gusta, mujeres obedientes, muy bien.

—Por favor déjame acercarme a mi hija. —suplicó la morena sintiendo que el alma se le partía en dos al escuchar los sollozos de Fátima y ver el miedo plasmado en su cara, la cual todavía llevaba una venda cubriendo sus ojos.

—No.

—Solo quiero tocarla, asegurarme que está bien... por favor. —rogó una vez más.

Después de pensarlo unos segundos el tío hizo una seña a los otros dos para que acercaran a la joven a su madre. Zulema llevó ambas manos al rostro de su hija y lo acarició con la punta de sus dedos como si quisiera asegurarse que aquel momento era real, que tenía a su niña delante después de tantas horas de angustia. Sin importarle si tenía el permiso o no para hacerlo, le removió la venda de los ojos y vio lo rojos que éstos estaban producto del llanto de interminables horas. En cuanto Fátima vio la cara de su madre a escasos centímetros de la suya sollozó aun más fuerte y se dejó abrazar por ella. Sintió sus labios en su frente, en sus mejillas, en su cabeza, y notó que sus manos nunca abandonaron los laterales de su cabeza, por donde la sostenían con fuerza mientras lloraba con el mismo sentimiento que ella.

—Todo va a estar bien. —le susurró al oído en una promesa que se juró a sí misma que cumpliría así fuera con su propia vida. —Voy a sacarte de aquí.

Fátima asintió y le creyó cada palabra. La simple presencia de su madre allí la tranquilizaba, era lo único que necesitaba por ahora parar creer que todo iba a estar bien.

—Suficiente. —se escuchó la voz masculina. —Despídete de tu madre por ahora. —le indicó el hombre dando la orden a los otros de que se la llevaran.

La sensación de paz por el reencuentro duró poco. Fátima vio como su madre y Maca cada vez se hacían más lejanas mientras la arrastraban de vuelta a la habitación de antes.

—¡No! Déjenme ir, por favor. —suplicó sollozando la chica. —¡Mamá!

—Fátima, tranquila, todo va a estar bien, no me voy a ir sin ti... te lo juro, habibti. —Zulema se secó las lágrimas y volvió a apuntar al hombre con su pistola, detrás de ella Macarena hizo lo mismo. —Nada impide que te reventemos a tiros ahora mismo hasta que te dejemos seco. —amenazó.

—Pueden hacerlo, pero mis hombres tienen la orden de matar a tu hija si intentas cualquier tontería. Así que yo tú lo pensaría mejor antes de apretar el gatillo de esa arma.

—¿Qué coño quieres? Dime, ¿qué quieres a cambio de dejar ir a mi hija?

—Muy fácil... a ti. —respondió sin rodeos provocándoles escalofríos a ambas mujeres que seguían apuntándole con sus pistolas. —Queremos que pagues por tu traición. Nos fallaste, Zuleima, trabajaste con nosotros durante años, Hanbal y tú fueron nuestra familia. Pero por lo visto tú traicionas todo lo que tocas. Sabemos lo que le pasó a Hanbal, que feo final, ser vendido por la novia. Y no te conformaste con eso, también traicionaste a Karim, a toda tu gente, y ahora a nosotros. Por tu culpa hubieron muchos arrestos, no pudiste quedarte callada y respetar el concepto familia, y por ello tienes que pagar.

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