Capítulo 13: La línea roja

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Les costó trabajo regresar a las mesas luego de los besos que se habían dado en pleno pasillo sin importar si alguien las veía. Pero por suerte no se encontraron con nadie a su salida del baño después de que entraran a retocarse el maquillaje. Cuando llegaron a la mesa donde estaba Fátima la notaron un poco extraña, pero como estaba platicando con un chico no pensaron nada al respecto. No podían imaginar que las había visto y que ahora intentaba superar el trauma con el que le había quedado después de presenciar semejante escena. Zulema la llamó para decirle que ya debían marcharse, pero percibió en su hija una actitud bastante rara.

—Voy a quedarme un rato. —le dijo evitando mirarla a los ojos. —Mañana si quieres hablamos sobre algunos detalles que me fijé en las cámaras de vigilancia. —le dijo por lo bajo observando a su alrededor para fijarse que nadie la escuchara.

—¿Y con quien vas a quedarte? —le preguntó frunciendo el ceño, Maca se encontraba detrás de ellas en silencio tratando de disimular el calentón que llevaba encima.

—Conocí a un chico y quiero platicar con él otro rato. —miró hacia la mesa donde un joven le sonrió al hacer contacto visual con ella.

—Vale, pero ten cuidado sí, apenas lo conoces... bueno, nada hablaremos mañana. —se sentía extraña actuando como una madre preocupada, además, que Fátima tampoco era una niña, debía dejarla ser.

—Sí, no te preocupes.

—Chao, Fátima. —le dijo Macarena haciéndole un gesto con la mano, la pelinegra hizo lo mismo, pero al igual que había hecho con su madre evitó mirarla directamente a los ojos, simplemente no tenía cara para hacerlo con ninguna de las dos después de lo que vio.

Las dos mujeres mayores se dirigieron a la salida y Fátima suspiró regresando a su mesa y sentándose nuevamente junto al chico.

—¿Esa era tu mamá?

—Sí.

—Se ve muy joven y guapa... con todo respeto, claro. —se apresuró en decir.

—Gracias. —Fátima sonrió relajándose un poco, el chico le caía muy bien, había pasado casi toda la noche platicando con él tanto que había olvidado por ratos el motivo por el que habían ido esa noche allí; ahora que Zulema y Maca se habían marchado, prefirió quedarse con él un rato más para ver si lograba distraer su mente de lo que había visto, lo menos que necesitaba era pensar en la razón por la que su madre y su amiga habían decidido irse así tan de repente, por su estabilidad emocional era mejor ni cuestionárselo.

...
Ya afuera del casino Zulema y Macarena se dirigieron al coche de la rubia. La morena rodeó el cuerpo de la más joven con sus brazos y la estampó contra la superficie del auto. Sus labios no perdieron tiempo y se estrellaron sobre los de Macarena. La escuchó gemir cuando su lengua se coló en su boca y saboreó hasta el último rincón de ésta.

—¿Vamos a mi casa? —preguntó Maca entre jadeos, los labios de Zulema la atacaban sin piedad.

—Sí, te sigo en mi coche. —le susurró bajando con besos húmedos por su cuello hasta besar un punto sensible debajo de su oreja.

—Vale. —respondió con la respiración agitada y sintiendo todo su cuerpo arder de deseo.

Zulema le dio un último beso antes de alejarse de ella para irse hasta su auto. No hubiera querido tener que dejar de besarla ni un instante, pero tenía que hacerlo si quería llegar a un lugar más íntimo y por fin poder follarla como tantas ganas tenía de hacerlo.

El camino hasta la casa de Macarena no fue tan largo, pero para las mujeres había sido eterno. No veían la hora de llegar y dejarse arrastrar finalmente por sus deseos. La primera en hacerlo fue la rubia, se estacionó y esperó poco menos de dos minutos a que Zulema hiciera lo mismo junto a su coche. La morena se bajó y caminó hasta ella tomándola de la mano para casi arrastrarla hasta dentro del edificio. Maca solo pudo reír, pero era una risa nerviosa, como la de una adolescente que está a punto de tener su primera vez. Entraron juntas al ascensor para subir hasta el piso de Macarena y durante el trayecto Zulema no paraba de besarla y viceversa. Ambas se comían la boca como si su vida dependiera de ello. Cuando llegaron por fin a la puerta del apartamento de la rubia, ella comenzó a buscar la llave correcta entre todas las que tenía en su llavero. La tarea hubiese sido sencilla si no tuviera a la mujer mayor detrás de ella besándole el cuello mientras sus manos inquietas se paseaban por todo su cuerpo.

SOCIEDAD LIMITADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora